El absurdo como única opción
Además de su baja productividad e institucionalidad, un dominio en el que el país es particularmente débil es el de su escasa irradiación internacional, a la que contribuyen diversos factores, entre los que destacan la baja diversidad horizontal de nuestras relaciones externas y la reducida densidad o impacto vertical de las mismas.
Para entender la baja diversidad horizontal de nuestras relaciones exteriores recordemos que los países miembros reconocidos por las Naciones Unidas (ONU) son 193. Sin embargo, Estados Unidos de Norte América se permite relaciones externas con 200 entidades nacionales. Ese país incluye en su relacionamiento externo, por ejemplo, a Macao, Taiwán y Hong Kong que no son reconocidos por la ONU. La flexibilidad horizontal de EEUU palidece frente, por ejemplo, a la de la Fédération Internationale de Football Association (FIFA), que reconoce 211 “asociaciones nacionales” en el mundo, incluyendo, entre otras, las Islas Vírgenes Norteamericanas, Tahití e Irlanda del Norte que no están en la lista de miembros plenos reconocidos ni por la ONU ni por los EEUU.
Si hay un país que es al mismo tiempo diplomáticamente “correcto” y potencia en la diversidad horizontal de sus relaciones exteriores es Cuba. Mantiene relaciones con casi todos los otros 192 países reconocidos por la ONU. Ello le exige hacer esfuerzos extremos o non-sanctus para tener 115 embajadas desde las cuales atiende relaciones concurrentes con el resto de países con quienes mantiene relaciones diplomáticas, incluyendo la arquitectura de geometría variable que tienen sus relaciones con los EEUU. El único país latinoamericano que supera a Cuba en número de misiones residentes en el exterior es Brasil que tiene embajadas en 121 países.
Así, Brasil y Cuba en América Latina forman la súper liga de la diversidad horizontal de las relaciones exteriores. Les sigue una liga mayor en la que se encuentran Argentina con embajadas en 79 países, México (74) y Chile (71). Luego, una liga intermedia con Perú (53), Panamá (49), Uruguay (49), Colombia (48), Ecuador (46), Rep. Dominicana (45) y Costa Rica (43). No mencionamos Venezuela en esta liga por su peculiar bifronte situación actual. Finalmente, una liga menor en la que se encuentran El Salvador (37), Guatemala (37), Paraguay (34), Honduras (33), Bolivia (31) y Nicaragua (31).
Es decir, estamos a la cola de la cuarta categoría, en términos de numero de embajadas en el exterior. Esta situación de escasa diversidad horizontal en nuestras relaciones exteriores se agudiza por el hecho de que en los últimos años varios países con los que tenemos relaciones diplomáticas y que mantenían embajadores en La Paz, han decidido que los mismos residan en sedes diplomáticas situadas en otros países.
Las anteriores administraciones de Morales no dieron significación a este hecho. Se podría decir que tenían otras “prioridades”, muy especialmente la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP). Pero, el carácter “Chávez-céntrico” de esta alianza se filtró en el hecho de que Bolivia no mantiene embajadas en todos los países de ese conglomerado. Igual sucedió con la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), con alguno de cuyos componentes no tenemos legación residente. Las ausencias son aún más numerosas en el caso de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Las ingentes cantidades de recursos destinadas a la “diplomacia de los pueblos” invalidan argumentos presupuestarios para justificar la ausencia de legaciones en países de la región. Si ello sucedió en la vecindad, la ausencia de embajadas de Bolivia en otras latitudes es aún más notoria. Esa debilidad se simboliza en que ni siquiera en la época de Oro de los BRICS, que eran sublimados por la administración de Morales, Bolivia estableció embajada en Sud África.
Si, por otra parte, observamos la diversidad de nuestras relaciones con los países en desarrollo sin litoral, entre los que dubitativamente nos sentimos parte, la situación no puede ser de más grande abandono. Solo tenemos embajada en uno de los 32 países -Paraguay- que informalmente son reconocidos bajo esa denominación por las Naciones Unidas. En esa lista de 32 países, están incluidos 17 de menor desarrollo relativo sin litoral, que son parte de los de más bajo ingreso per cápita en el mundo. En ninguno de esos países tenemos embajada y con la mayoría de ellos ni siquiera tenemos relaciones diplomáticas. La diplomacia de los pueblos no es fanática de los países pobres.
Si la diversidad horizontal de nuestras relaciones es muy escasa, la capacidad de penetración de dichas relaciones, su densidad vertical, es tan o más escasa aún. Comercial y financieramente con una base angosta de productos de exportación, no podemos aspirar a una gran capacidad de irradiación. Menos aun si las inversiones de bolivianos en el exterior son muy bajas y la implantación internacional de empresas bolivianas es casi nula. Tecnológicamente no hay rubro tradicional ni de vanguardia en el que tengamos patentes destacadas.
Culturalmente la situación es más problemática. Por una parte, por lo menos un centenar de bolivianos, artistas, cantantes, cineastas, científicos sociales, escritores, gastrónomos, músicos, periodistas y poetas han sido ganadores de destacados premios en distintos continentes y galardonados en prestigiosos festivales. Al mismo tiempo, ningún boliviano ha alcanzado en ninguna disciplina premio Nobel ni equivalentes en lengua española o en disciplinas no contempladas por dicha distinción.
Pero, quizás lo más preocupante es que la cultura no se sitúa al margen de los lazos comerciales financieros, tecnológicos y diplomáticos y los premios culturales alcanzados pueden verse limitados en su irradiación, precisamente por la debilidad de nuestra presencia en los ámbitos antes mencionados.
En efecto, la amplia penetración de música, danzas y coreografía vernáculas que despliegan la cultura boliviana y el carnaval de Oruro, a la vez que generan reconocimientos y satisfacciones evidentes, son al mismo tiempo sujeto de preocupación porque ellas sean “presentadas y apropiadas” por intereses comerciales, turísticos e incluso geopolíticos de países vecinos. Por este fenómeno, incluso se ha motejado de “traición” a una de las más prestigiosas bandas nacionales que actuó en el extranjero en coyuntura tensionada por el problema aludido. Sería muy lamentable que el día de mañana, frente a arquitectura o gastronomía Novo andinas desarrolladas en el país y que sean imitadas en el extranjero, sintamos, genuina o artificialmente, que están siendo “apropiadas” por intereses foráneos. Llegaríamos a la cumbre del apartamiento: débiles porque no irradiamos, más débiles si lo hacemos.
Requerimos una política exterior clara, esforzada, proactiva, movida por genuinos intereses nacionales y universales, que se ahorre series de eventos de alto decibel declarativo para la propia audiencia y ninguna capacidad de poder acumulativo para el desarrollo de una efectiva política internacional que, al mismo tiempo, se asiente en y potencie políticas domésticas que cohesionen internamente al país y lo proyecten de manera fortalecida en el exterior. Ambas son parte de las tareas pendientes del actual gobierno, que cuenta con el apoyo interno y el reconocimiento externo para poder realizarlas.
Pero, con gobierno y oposición bifrontes, ambos con reflejos intensamente dados a la estigmatización de potenciales interlocutores, ello parece imposible. Si además consideramos que las crisis que enfrenta el país agudizan la disputa por recursos escasos, pensar en significativos medios para una renovada y reforzada política internacional parece un absurdo.
La necesidad de una política internacional renovada caería en saco roto si ella además y, sobre todo, no fuera un imperativo de política interna. En efecto, si el gobierno quiere evitar el desdichado riesgo de deslizamiento de Bolivia por la pendiente de países que presentan características de fragilidad, conflicto y violencia -países FCV- necesita impulsar políticas de cohesión e inclusión social interna.
Una política interna cohesionadora, por las debilidades estructurales y sistémicas del país, requiere de recursos propios, así como de una amplia dosis de colaboración e inversión externa. De esta manera, el absurdo se convierte en única opción: diversificación horizontal e irradiación vertical internacionales, y cohesión e inclusión social nacionales.
El autor es Economista, ernesto.aranibar@gmail.com
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