Capitalismos de rosca, de Estado y de sociedad
El año 2020 fue pletórico en cisnes negros, eventos excepcionalmente raros, muy difíciles de predecir: pandemia de Covid-19, precio negativo del barril de petróleo WTI, intento de atrincheramiento en la Casa Blanca del evasor que clausura temporada el 20 de enero, o victoria por más del 55% de los “sepultados” por la historia. Por lo tanto, el mundo entero y varios países individualmente mostrarían un cisne negro en el año que se va. La interrogante surge cuando un concepto tan categórico hace crisis. La Covid pudo ser anticipada; el fugaz precio negativo del petróleo en el mercado oeste estadounidense se explica por los depósitos de almacenamiento saturados; el atrincheramiento del evasor estaba cantado, y los hermanos sepultados por la historia, se reproducían exponencialmente.
Para elucidar esa situación hay que diferenciar entre cisnes negros, grises y blancos; es decir, impredecibles, vislumbrados y poco menos que anunciados. Así, el concepto de cisne negro se diluye, y gana fuerza el de singularidad. La mayor ventaja de la singularidad es que no consiste en un evento único –tipo cisne negro– sino en una serie de eventos. Unos predecibles, otros no. Ellos se alimentan y retroalimentan con flujos que pueden ser positivos, negativos y neutros a la vez. La singularidad es aceleradamente alimentada desde el exterior, pero también intensamente autoalimentada. Esto, tanto por factores presentes, como por información que no existe hoy y que aparecerá mañana, sin poder saberse con certeza cuándo es mañana, pues es posible que mañana haya sido ayer.
Con un menú de tamañas complejidades, algunos futurólogos construyen por lo menos cinco escenarios que van desde el súper optimista en el que las mega revoluciones bio, nano, info y cogno y sus rendimientos acelerados provocan un mundo exento de pobreza material y pletórico de formas de satisfacción intelectual; pasan por tres escenarios menos optimistas y concluyen en uno categóricamente pesimista. En éste, los resultados de las cuatro revoluciones señaladas no muestran rendimientos acelerados. Por el contrario, dan curso a regresiones irreversibles que llevan a un escenario de colapso de la humanidad, por lo menos en la hawkingniana imagen de que la humanidad, para subsistir, deberá trasladarse a algún otro planeta.
Por lo tanto, podemos escoger nuestro grado de optimismo o pesimismo a nivel global. Pero, nos alertan, el traslado de la humanidad a otros mundos ya ha avanzado mucho y no precisamente vía satélites o estaciones espaciales. Ese traslado está vaciando nuestra privacidad e identidad, pues porciones mayoritarias de la humanidad han pasado a ser simple material informático en la esfera virtual. Esta esfera constituye el “capitalismo de la vigilancia”. En este mundo, el Gran Hermano no es el Estado, sino las empresas que detentan los datos, siempre en aumento, de nuestro accionar, reaccionar y sentir. Esos datos, procesados por sistemas de inteligencia artificial cada vez más amplios, en manos de los radicalmente indiferentes líderes de esos emporios informáticos, alcanzan una omnisciencia digital. Ella estaría progresivamente destruyendo el albedrío y por ende la libertad del homo sapiens, para instaurar la esclavitud del homo imitans. Todo ello genera una homogeneización esencial, todos somos bits. Pero, a la vez, también provoca una polarización exacerbada: todos nos comunicamos solo con nuestros semejantes y en algunas esferas se es capaz de aceptar como verdad incluso fake news, siempre y cuando éstas confirmen el carácter inhumano de los que están en la otra orilla política, religiosa o étnica, entre otras.
La omnisciencia digital que dominaría el capitalismo de la vigilancia e impulsaría, simultáneamente, la homogeneización y la polarización, se combinaría con la ineluctabilidad del cambio climático, también generado por el capitalismo. Tal es la capacidad y potencia de los capitalismos, tradicionales y emergentes, que estos llegarían a alienar el género humano de manera que el Antropoceno devendría en Capitaloceno. Este desplegaría su implacable sello destructor del ser humano y la naturaleza conjuntamente.
De esta forma y sin previo aviso, distintas corrientes “científicas”, que desde el siglo XIX anunciaron repetitivamente la superación o desaparición del capitalismo, pronostican ahora su supremacía, lo que equivaldría a la desaparición de la humanidad y de la naturaleza en la que habitamos. Salvo, se dice, que destruyamos los monopolios de la omnisciencia digital y del cataclismo climático. Ello no deja de ser complicado con una humanidad crecientemente domesticada y controlada por la inteligencia artificial en busca de lucro. Si el imperialismo fue la fase superior del capitalismo, el Capitaloceno sería la fase superior y concluyente del imperialismo. Y, bueno, a preparar los bártulos para recibir las ultimas bocanadas de aire.
Pero, resulta que frente a los centenares de millones de personas que han debido consumir bienes, servicios y espectáculos sin desearlo o votar sin conciencia de que lo hacían en contra de sus intereses, existen también centenares de millones de personas que acceden a bienes, servicios y producciones culturales que les estaban antes vedados, que incrementan su esperanza de vida y en varios aspectos la calidad de la misma.
Pero, lo más significativo, esas mismas cámaras y registradores o versiones toscas de los actualmente existentes, que impulsan la masiva pérdida de identidad y que estimulan consumo y acciones inconscientes, permitieron, ya desde hace varios años y más allá de los controles del sistema, registrar hechos que distintos poderes tienen vedados hacerlos públicos. Esas cámaras además de las que ciudadanos teóricamente “sin identidad” poseen, registraron y probablemente registren en el futuro, acosos, abusos, violaciones y crímenes que de otra manera estuvieran ocultos e impunes. Sin esas cámaras posiblemente se hubiera retardado el nacimiento de los movimientos black lives matter y el me too, especialmente en los países desarrollados, y los de ni una más y ni una menos, en países del sud. Además, varios movimientos ecologistas no habrían podido demostrar atentados a la naturaleza puntuales o sistémicos y distintas iniciativas en favor de refugiados e inmigrantes no habrían tenido eco en la denuncia de abusos flagrantes contra los derechos humanos. Es indudable que dichos movimientos, más allá de la valoración que cada uno tenga sobre los mismos, han brindado nuevas perspectivas y energía a quienes rechazan machismos, racismos y autoritarismos que asolan el mundo.
Sus propias cámaras han contribuido a que el capitalismo de la información y la omnisciencia digital se dispare en los pies. Por lo tanto, si visiones optimistas sobre el futuro tienen enormes escollos que las limitan, las visiones pesimistas encuentran en el propio sistema nuevos elementos de resiliencia de la identidad y libertad humanas. Por lo tanto, podemos volver a recuperar esperanzas y no descartar escenarios diversos.
En el caso de nuestro pequeño país, puede que lo anterior signifique constatar que, finalmente, hemos doblado la esquina del capitalismo de Estado. Ese que se forjó a partir de la revolución de abril en base al capitalismo de elite o de rosca que lo antecedió, y que avanzó con enormes realizaciones y fracasos luego de que se conquistara la democracia en 1982 y a lo largo de la democracia pactada. El mismo que tuvo un fundamental avance y reforzamiento en 2005 con la expansión económica, política, social ideológica y simbólica de un Estado más inclusivo que, no obstante, corrió el riesgo de transformarse en capitalismo de conmilitones y Estado de culto a la personalidad y partido único, si no fuera el largamente labrado, potente movimiento ciudadano que rechazó y aisló ambos.
Ahora podemos estar asistiendo al reforzamiento y consolidación del capitalismo de conmilitones y Estado de partido único o, por el contrario, a partir de las propias necesidades de la administración y posibilidades de la oposición, el país puede iniciar un inédito ciclo de capitalismo de sociedad y Estado de participación. Temas controversiales a los cuales espero referirme en próximas oportunidades.
El autor es economista, ernesto.aranibar@gmail.com
Columnas de ERNESTO ARANÍBAR QUIROGA