Sabemos cuántos seremos, todavía no, cómo seremos

Columna
Publicado el 21/10/2020

En las semanas preelectorales hubo una seguidilla de opiniones de abogados, economistas, politólogos y sociólogos, sobre la gente, el pueblo, los ciudadanos y sus distintos componentes. Los demógrafos –especialmente cotizados en coyunturas como esta– con poquísimas excepciones, brillaron por su ausencia, debido a una muy lamentable deficiencia: hay en el país escasos exponentes de tan fundamental disciplina, debido a que no existe universidad, pública o privada, que tenga facultad de demografía u ofrezca carrera en esa área.

La cereza brilló, pues mientras clamamos que la principal riqueza del país es su recurso humano, una importante universidad –que “no persigue objetivo de lucro”– sin tener carrera de demografía, ya luce con orgullo la de robótica.

Antes de que la robótica acelere nuestro reemplazo, veamos modificaciones demográficas gravitantes para el país. En lo que va de este siglo se consagra la importancia demográfica de los llanos –Santa Cruz, Beni y Pando– considerados el siglo pasado espacios con escasa población.

El año 2000 la población del altiplano –La Paz, Oruro y Potosí– era un 47% más alta que la de los llanos, pero en 2025, las poblaciones de ambas regiones serán prácticamente iguales, alrededor de cuatro y medio millones de personas en cada región. Mientras que la población de los valles –Cochabamba, Chuquisaca y Tarija– que en el 2000 era similar a la de los llanos, en 2025 será un millón de personas inferior a la de las llanuras y alcanzará solamente tres y medio millones de habitantes.

Asistimos, por lo tanto, a un crecimiento de la población de los llanos que la hace similar a la del altiplano, mientras la población de los valles, en términos relativos, cae significativamente. Como sugieren dirigentes cruceños, detrás o quizás delante, del “milagro” económico, hay un prodigio demográfico cruceño.

El mismo no es solo cuantitativo, ya que la población de 15 y más años de edad de los llanos tuvo en 2019, en promedio, más de un año adicional de educación, 10,4 años, que las poblaciones del altiplano y valles que mostraron 9,3 años de educación, en promedio. En todos los departamentos y en todas las regiones del país los hombres tienen todavía mayor número de años de estudio. No obstante, la educación de las mujeres en los llanos, en promedio, es mayor que la de los hombres en los valles y similar a la de los hombres en el altiplano.

Adicionalmente, en el periodo 2000-2005, las tasas de mortalidad de La Paz y Cochabamba, son significativamente más altas que la de Santa Cruz. Ello contribuye a que en el periodo 2000-2005, la esperanza de vida en La Paz y Cochabamba, sea significativamente menor a la de Santa Cruz, que alcanzó en ese periodo 67,7 años.

La esperanza de vida de las mujeres es mayor que la de los hombres en todos los departamentos del país, ello en circunstancias en las que el incremento de hogares jefaturados por mujeres se da en todos los departamentos de Bolivia. Entre 2011 y 2019, los de mayor aceleración en el incremento de dicho tipo de hogares, fueron el Beni y Tarija, con un incremento de hogares jefaturados por mujeres, de un13,8% y de un 11,9% respectivamente, alcanzando más de un tercio del total de esos hogares.

De esta manera, el porcentaje de hogares cuyo jefe de familia es una mujer en Bolivia es muy alto incluso en términos comparativos a escala internacional. Por ello, es bueno recordar que “la evidencia indica que el aumento de la jefatura femenina no es signo de modernización ni de democratización de las relaciones de género al interior de los hogares”. Por el contrario, el incremento de hogares con jefatura femenina es un signo de la feminización de la pobreza y de la creciente dificultad para disminuir sus niveles. Esto puede acentuarse después de que, para América Latina en general y Bolivia en particular, se dan indicios de que la pandemia ha afectado el ingreso de la mayoría de las familias, pero de manera especialmente intensa el ingreso de aquellas cuya cabeza es una mujer.

Más preocupantes aún son nuestros registros en tasas de mortalidad materna. Mientras, desgraciadamente, las tasas de mortalidad de menores de cinco años son en el caso de Bolivia entre 4 y 5 veces mayores que las de los países más desarrollados, la mortalidad materna es, en los mismos términos comparativos, alrededor de 15 veces mayor.

Por otra parte, información derivada del registro civil muestra un fenómeno insostenible a largo plazo: la población en Bolivia, se casa cada vez menos y se divorcia cada vez más. Entre 2010 y 2019, el número de matrimonios cayó de más de 59 mil a 31 mil a nivel nacional, mientras el de divorcios se incrementó, en ese mismo periodo, de 8 mil a más de 16 mil.

Este fenómeno, a su vez, se da en una población que va progresivamente incrementando su edad: en 1980 la mediana de edad de la población en Bolivia era de 19,5 años, en 2020 la misma es de 25,6 años y el 2032 se estima que será de 29,1 años.

Esta evolución coincide con el hecho de que Bolivia se encuentra en las últimas fases del bono demográfico, fenómeno por el que el peso de la población en edad de trabajar, 15 a 64 años de edad, crece en relación a la población total. Ello debido a que la caída en la tasa de fecundidad, implica una desaceleración en el número de nacimientos y, por ende, de la población de 0 a 15 años. Esta desaceleración no es contrarrestada totalmente por el incremento en el número de personas mayores a 64 años. Por esta razón, la participación porcentual de la población en edad de trabajar en relación a la población total, aumenta. Este bono, favorable para potenciar el crecimiento económico de las sociedades, es un desafío particularmente difícil pues cada año se necesita generar nuevos empleos para una población en edad de trabajar que crece a una tasa mayor que la población en general. Al ir disminuyendo el bono demográfico asoma con más intensidad la dificultad de la sostenibilidad de los sistemas de pensiones, discusión sobre la cual en Bolivia hay un déficit enorme, nublado adicionalmente por la inepcia espectacular del gobierno anterior para migrar el sistema de AFP a la administradora nacional.

La tasa de crecimiento de la población boliviana, así como la de América Latina y el Caribe y el mundo en general, va disminuyendo año a año y ya se cuenta con estimaciones de cuando esta comenzará a ser negativa. Se pronostica que América Latina y el Caribe alcanzarán su pico poblacional en 2058 con una población de alrededor de 760 millones de habitantes. A partir de ese año, la población en América Latina y el Caribe, comenzaría a disminuir en términos absolutos. Ese mismo fenómeno se iniciaría en Bolivia recién en 2085, cuando alcancemos una población poco menor a 18 millones de personas, año a partir del cual nuestra población comenzará a disminuir en términos absolutos. Para quienes les parece un fútil ejercicio proyectar la población regional y nacional a tan largo plazo, es bueno mencionar que la capacidad predictiva de los demógrafos, ha sido sustantivamente más precisa que la de sus colegas de las ciencias sociales. Por ejemplo, mientras los economistas no intentaron, en la década de los 60, calcular con credibilidad cual sería el PIB mundial el año 2000, los demógrafos de las Naciones Unidas, predijeron en 1958 que la población mundial en 2000 sería de 6.280.000.000 millones de personas: se equivocaron solo en un 3,6%. Con el aumento y sofisticación de sus métodos e instrumentos de cálculo, parece lógico en la actualidad tomar en serio sus predicciones.

Más allá de esos pronósticos, los analistas apuntan a la creciente importancia de las ciudades intermedias en todas las regiones del país. Esto se corrobora si tenemos en cuenta que la población de las ciudades consideradas “grandes” en Bolivia, es decir aquellas con más de 100 mil habitantes, ha crecido en un 72% entre 1992 y 2012, pasando la población conjunta de esas 12 ciudades, de un poco menos de tres millones, a un poco más de cinco millones en ese periodo.

Por su parte la población conjunta de las 20 ciudades que pueden denominarse intermedias en el país, es decir de entre 20 mil a 100 mil habitantes, ha crecido entre 1992 y 2012 en un impresionante 153%, pasando de un poco menos de 350 mil habitantes en 1992 a casi 900 mil habitantes en 2012. Este crecimiento es superior al de las 12 ciudades grandes y también al de las 58 ciudades pequeñas, y al de las 111 poblaciones menores, es decir aquellas con más de cinco mil y dos mil habitantes respectivamente, cuyas poblaciones conjuntas crecieron respectivamente en 85% y 78%.

El crecimiento de las ciudades intermedias cuya importancia y especificidad nadie discute, debe ser no obstante procesado en relación con el surgimiento de metrópolis. En efecto si consideramos que La Paz y El Alto son consideradas ciudades grandes y Viacha ciudad intermedia, la realidad conjunta de esas tres ciudades apunta a una conurbación en La Paz. Por su parte si las ciudades de Santa Cruz y Montero son consideradas ciudades grandes y Warnes y La Guardia, ciudades intermedias. La realidad conjunta de esas cuatro ciudades conforma otra conurbación en Santa Cruz. Cada una de estas conurbaciones supera, en 2020, los dos millones de habitantes. Por su parte Cochabamba, Quillacollo y Sacaba son consideradas ciudades grandes y Colcapirhua, Tiquipaya y Vinto ciudades intermedias, la conurbación de esas seis ciudades, conforman en Cochabamba, en 2020, una realidad de más de un millón y medio de habitantes. La dificultad en la articulación interna de cada una de esas tres conurbaciones, puede estar apuntando a la existencia en Bolivia, no de megalópolis, pero sí de complejas “minilópolis” cuyas gobernanzas pueden ser endiabladamente complicadas.

Pero todo ello se dificulta exponencialmente por el hecho de que el 30% de los bolivianos viven en el área rural, en poblaciones menores a dos mil habitantes, y parecen constituir el núcleo más difícil de ser dinamizado en términos de desarrollo. Ello en medio de una diferenciación lingüística que evoluciona complejamente. En efecto a nivel nacional, entre 2011 y 2019, el castellano era primariamente hablado por el 72% de la población, mientras idiomas originarios y otros idiomas por el 28%. Estas cifras en 2019 serían de 75% y 25% respectivamente. Sin embargo, en 2019, a nivel urbano, el 84% de los ciudadanos hablaban castellano, mientras a nivel rural solo el 45% de los ciudadanos lo hacían. Es decir, el campo y la ciudad en Bolivia hablan idiomas distintos y quizás tienen visiones societales diferentes. Y en esas diferencias quizás hemos quedado atrapados en la sobrestimación de la influencia de la ciudad en el campo, cuando hay muestras de que la capacidad de irradiación de lo rural en lo urbano, o de los diferentes originarios en las distintas modernidades, es mucho mayor de la que imaginamos y analizamos. Esta situación naturalmente sería en forma defectuosa y quizás discriminante “solucionada”, por una expectativa del progresivo incremento de los que hablan castellano en la sociedad.

Instituciones y culturas que articularán las grandes conurbaciones internamente y con el país, así como otras ciudades intermedias y pequeñas, están todavía en germinación. Lo están más aún en su articulación con el mundo de las poblaciones rurales. En definitiva, la demografía parece indicarnos con cierto rigor cuantos seremos, pero la contribución de la política y la cultura a la generación de una más sólida institucionalidad, esencial para señalarnos como seremos, lucen aún como apasionantes incógnitas.

 

El autor es economista, ernesto.aranibar@gmail.com

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