Devaluar o no devaluar, “that is the question”
Encuentros casuales, bautizos virtuales, reuniones familiares con distanciamiento social, en las redes sociales, encuentros de trabajo e inclusive, misas digitales. En todas esas ocasiones, el tema siempre es el mismo: La suerte que correrá el tipo de cambio. Preguntas vienen en diferentes envases. ¿Vale la pena comprar dólares? ¿Se va a devaluar el cambio, no ve?
El tipo de cambio es el precio de una divisa extranjera en un país. Por ejemplo, un dólar en Bolivia cuesta 6,96 bolivianos para la venta y 6,86 para la compra. ¿Por qué este precio de la economía es tan importante y genera una obsesión colectiva?
Primero, desde el punto de vista teórico, porque es una variable que conecta el precio de bienes nacionales en relación a los precios de los productos internacionales. Mide la competitividad de una economía. Este es el concepto de tipo de cambio real.
Segundo, desde una perspectiva histórica, el tipo de cambio jugó un papel central en la estabilidad económica después de la hiperinflación de mediados de los años 80, cuando la moneda de la época, el Peso boliviano, se corroía por un incremento de precios brutal y una manera de preservar su valor era a través de la compra de dólares. El gobierno de Paz Estenssoro utilizó dos anclas para detener el barco desgobernado de la inflación. El DS 21060 subió el precio de la gasolina y lo fijó en 0,50 de dólar y la segunda, fue crear una nueva moneda, el Boliviano, y establecer un régimen de tipo de cambio flexible.
Entre 1986 y 2011, el precio del dólar fluctuó suavemente administrado por el Bolsín, un sistema de compra y venta de divisas. A lo largo del tiempo, el tipo de cambio se ajustaba, un punto para arriba, dos para abajo o tres para arriba, de manera predecible.
A partir del año 2006 se produjo el boom de los precios de las materias primas y, prácticamente, hubo un aguacero de dólares en la economía boliviana. La administración del presidente Morales optó por reducir la banda de fluctuación del tipo de cambio. En la práctica estableció un régimen de tipo de cambio fijo. En efecto, desde el año 2011, el tipo de cambio nominal, el precio del dólar, está estable. Y dado que nuestros principales socios comerciales devaluaron sus monedas, se produjo una apreciación significativa del tipo de cambio real en Bolivia. Esta fue una de las políticas públicas más importantes de generación y distribución de las rentas comerciales en Bolivia. Técnicamente podríamos denominar esta acción como de populismo cambiario. En el año 2005, nuestras importaciones apenas llegaban a 2.000 millones de dólares. En el auge del modelo primario exportador (2006-2013), las compras legales del exterior sobrepasaban los 10.000 millones de dólares. Si a esto adicionamos, de manera conservadora, un contrabando de 3.000 millones de dólares, estamos hablando de una renta comercial que generó una burbuja de consumo y riqueza gigantesca. Es en torno de esta renta que surgió una burguesía comercial próspera y se crearon millones de empleos. La mayoría muy precarios y en el sector informal, pero esto ayudó a reducir la pobreza.
También, el tipo de cambio real apreciado ayudó a bajar la inflación. El país comenzó a importar alimentos y productos industrializados baratos. Precios más bajos mejoraron, a su vez, los ingresos de la gente. Esto redujo parcialmente la desigualdad. El populismo cambiario explica, en parte, el milagro económico de Morales.
Lo paradójico del populismo cambiario boliviano es que, para enfrentar el neoliberalismo aperturista de los años 90, usó un discurso endogenista y nacionalista, pero en la práctica abrió mucho más la economía y abrazó con más ahínco la globalización comercial. Al igual que en el pasado, los perdedores de este proceso de apertura, comandado por el mercado desenfrenado y la informalidad, fueron los productores nacionales que enfrentaron importaciones baratas y contrabando.
El boom externo también permitió la acumulación de reservas internacionales, que alcanzaron a más de 15.000 millones de dólares. Esto permitió también reforzar el régimen de tipo de cambio fijo.
Una fuerte caída de nuestras exportaciones en el año 2014 y 2015, produjo déficit en la balanza comercial y una inflexión en la economía boliviana. Comenzó la desaceleración que fue el síntoma más importante del agotamiento del modelo primario exportador rentista. En efecto, el crecimiento del producto interno bruto (PIB) llegó a su máximo en 2013 (6,8%) para luego caer sistemáticamente hasta alcanzar tan solo a un incremento modesto de 2,2% en 2019, a pesar de que el gobierno de Morales aumentó fuertemente la inversión y el gasto público financiado, justamente, con pérdida de reservas internacionales. Entre 2014 y 2019, las reservas internacionales bajaron a 6.500 millones de dólares.
Con la llegada de la pandemia y la cuarentena, la economía boliviana entró en recesión y las reservas internacionales cayeron más aún hasta situarse en torno de 5.000 millones de dólares. Se terminó el verano económico, y el tipo de cambio fijo, de haber sido el sol que iluminó este periodo, se convirtió en una trampa que amenaza derrumbar el modelo económico. Estamos frente a un dilema digno de Shakespeare: Devaluar o no devaluar, esa es la cuestión. Para algunos devaluar permitiría mejorar el sector externo de la economía promoviendo más exportaciones, restringiría las importaciones y así apoyaría la industria nacional. Por ejemplo, devaluar ayudaría a la sustitución de importaciones protegiendo el mercado local.
En esta crítica coyuntura creo que no hay que tocar el tipo de cambio. En una economía concentrada en la exportación de recursos naturales sobre todo hidrocarburos y minerales, una devaluación no tiene impacto en el incremento de ventas, primero porque las cantidades de nuestros contratos con Brasil y Argentina son fijas y segundo, porque somos muy pequeños en el mercado internacional de los minerales. Esta inelasticidad de las exportaciones frente a una devaluación se conoce técnicamente como: Condición Marshall-Lerner.
Por otra parte, devaluar tendría un efecto dramático sobre la inflación. Recordemos que buena parte de nuestra canasta familiar es de bienes importados y que las pocas industrias nacionales dependen de insumos que vienen de afuera.
Finalmente, una razón de economía política para no devaluar: El tipo de cambio nominal fijo ayuda a crear 2,5 millones de empleos directos e indirectos en el sector comercial y de servicios, buena parte en la economía informal. Aquí está el grueso de la base social y política del Gobierno. Estamos en vísperas de una elección para gobernaciones y gobiernos municipales. Devaluar sería un tiro en el pie.
Termina uno de los años más difíciles. Desde esta columna intentamos analizar y orientar sobre los grandes desafíos de la economía boliviana. Fue una tarea ardua y cansadora. Pero una vez por semana, durante todo 2020, estuvimos firmes como un queso. Por eso pido su amable permiso para tomar un par de semanas de vacaciones. Vuelvo a esta trinchera de ideas la segunda semana 9 de enero de 2021. A pesar de la penumbra actual, les deseo unas fiestas iluminadas por sus corazones. Gracias por su compañía durante la peste.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.