La verdadera lucha social en Bolivia: del 21F a los 21 días de las pititas (I)

Columna
BITÁCORA DEL BÚHO
Publicado el 16/09/2021

¿Es la historia un proceso de eterno aprendizaje? ¿Los diferentes sistemas de gobierno en América Latina no encuentran aún la consolidación de una democracia sostenible, incluyente y participativa? ¿La democracia en nuestros países es más una aspiración, una eterna conquista, o más bien una constante espera o una derrota inminente?

Tal parece que, en este nuevo milenio, líderes políticos, capataces, dictadores, mediocres, perversos y corruptos se han ensañado con los valores de la humanidad, con la coparticipación, la libertad, el derecho al disenso y la capacidad eminentemente social de organizarse en pos de sus necesidades.

Se han ensañado con el individuo, con sus sueños, sus aspiraciones, con su propiedad privada y, sobre todo con su futuro. No había bastado pues, hacer ejercicio de la democracia a base de procedimientos, conceptos e inclusive prácticas para poder avanzar hacia una sociedad más evolucionada y universal. Había sido necesario y determinante el contar con sociedades instruidas, educadas e informadas, para que, a través de esos comportamientos, puedan interpretar correctamente el concepto y la práctica de una democracia participativa, pero, sobre todo, hacer ejercicio pleno de sus derechos y obligaciones mediante instituciones objetivas e independientes. Pesos y contrapesos que den a la democracia ojos para vigilar, boca para defender y manos para denunciar.

América Latina es la eterna interrogante, el eterno enigma, la eterna espera y la eterna eventualidad. Nada cambió, ni nada cambiará. El futuro de América Latina se mueve en una calesita sin fin.

Desde hace más de dos décadas, o acaso desde siempre, está en terapia intensiva. Su remedio populista fue mil veces peor que su enfermedad. Cuba, Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina, Bolivia, Nicaragua, México, Perú. En estos países hay un hilo conductor que los hace vulnerables y conflictivos: la poca o casi nada conciencia social y ética de su mal llamada clase política los ha conducido siempre hacia el desprestigio total. La politiquería, la mentira, la corrupción y la delincuencia organizada son noticia de todos los días.

Su absoluta ubicuidad en actos ilícitos es la causa del retraso y el empobrecimiento de sus países.

Bolivia, desde hace 14 años, ha ingresado a una etapa de oscurantismo casi imposible de aclararse. Desde 2006, cuando el dirigente cocalero, Evo Morales Ayma asumió el poder producto de una serie de mecanismos atropellados y atropelladores, se instauró un nuevo desorden social, político, económico y cultural. Teniendo como mecanismos de poder la corrupción y las elites al servicio del gobierno, una dualidad que le sirvió a Evo como un blindaje para presentar una política oficial y otra extraoficial. “Estos son mis principios, si no les gusta, tengo otros”, decía el irreverente Groucho Marx.

El Estado pasó a ser el patio trasero de un régimen desarticulador. Se convirtió en un instrumento político para menoscabar la democracia y silenciar a la oposición. Ese inicio nefasto de conseguir desmembrar por completo los poderes del Estado fue y sigue siendo el palo blanco de una administración oscura que continúa dañando la poca estructura país.

Los buenos hitos históricos ocurridos durante los 14 años de evomasismo fueron pocos, pero efectivos, democráticos, sociales, pero sobre todo colectivos.

El 21F de 2016, marca con rojo la consolidación de un país fracturado, herido y profundamente polarizado.

El referéndum que dijo No a la re-reelección de Evo Morales fue la mecha que encendió una lucha cívico democrática (que hasta ahora continua) de un pueblo que se cansó de las arbitrariedades, la opresión, la injusticia y la corrupción. Así como la contienda de muchos personajes de nuestra historia fue la acción colectiva de resistencia en contra de la injusticia y opresión hacia un sistema de dominación, los movimientos cívicos, la desobediencia y la convicción democrática y libre fueron determinantes para decirle No a un gobierno que pretendía eternizarse en el poder. Un No a una oclocracia que se sustentaba bajo un trípode nefasto: Hybris, caracterizada por una violencia específica. La ilegalidad o “paronimia”, violación reiterada de la ley y, finalmente, la tiranía de la mayoría.

Una vez más, el pueblo democrático y libre dejó claro que las revoluciones se construyen a base de coraje, de convicción y casi siempre esa lucha se libra en el escenario de la resistencia y las movilizaciones de masas. El pueblo pone la batalla, la defensa y las convicciones y el gobierno la represión, la cárcel, los muertos, los heridos y la impunidad.

La acción cívica de los bolivianos, a través del voto, dejó en evidencia que su pugna por defender la democracia apenas comenzaba.

El MAS y Evo Morales, jamás aceptarían esa decisión del supremo.

Entonces, una vez más la voz del pueblo brotaría vigoroso. Ese grito encabronado que reclama respeto y obediencia al poder del pueblo, para el pueblo y desde el pueblo. Las primeras jornadas efectivas ya se habían producido años atrás, sin embargo, la decisión de Evo Morales por eternizarse en el mando consolidó el gran peligro en el que se encontraba la institucionalidad de la patria, las libertadas y, fundamentalmente, la frágil democracia que tanto dolor y muerte costó recuperarla de manos de los dictadores. El 21F marca un punto de inflexión sin retorno. El No a un cuarto mandato de Evo convertía el escenario político en un campanazo inminente. Todo lo que ocurriría posteriormente estaría bajo la responsabilidad de un gobierno opresor, corrupto y dispuesto a todo para imponer su ley.

El 21 de febrero de 2016 se realiza el referéndum consultando si el país aceptaba cambiar el artículo 168 de la Constitución Política del Estado que establece que solo puede existir la reelección presidencial por una única vez.

2.682.517 bolivianos (el 51,3% los votos) le dijeron No a la modificación de la CPE.

Una vez más, la sociedad democrática en Bolivia fue protagonista del cambio y de la revolución. No los políticos ni los oportunistas, menos la oposición. Fueron los bolivianos, ese pueblo que expresó su convicción para decirle basta a un régimen nefasto. El mérito absoluto fue de los ciudadanos bolivianos que votamos por la libertad y la democracia. Desconocer eso, o desvirtuarlo, sería (es) una canallada mayúscula. Tergiversar esas jornadas de lucha, es ignorar la historia oficial que nos tocó vivir, donde el poder del pueblo se reflejó en las calles, en las esquinas, en las puertas, en los hogares, en las conciencias, en el futuro.

En Bolivia, las plataformas ciudadanas y la lucha por el respeto al 21-F nacieron de ese hartazgo general hacia un gobierno nefasto, corrupto y ambicioso. Los movimientos sociales, articulados a través de plataformas, se fortalecieron a la luz de un discurso casi homogéneo que reclamaba y aún reclama transparencia, justicia, igualdad de oportunidades y democracia. Su estallido jamás había sido tan legítimo, tan fidedigno hacia un propósito colectivo. Nadie los empoderó, ni los apadrinó. Por sí mismos lograron ser artífices de su propio poder, de su legitimidad y de su propósito hacia un cambio real de sistema.

Los movimientos sociales, desde las plataformas, adoptaron un concepto de lucha conjunta pero anónima, es decir, las redes sociales, como medios de difusión y de intercambio de opiniones impersonales, masificaron, mas no particularizaron, una interrelación personal cara a cara, que proyecte y diseñe la construcción de otro tipo de organizaciones mucho más próximas a un bloque político social que proponga, a través de un discurso alternativo y alterativo, un cambio profundo y nuevo.

Una vez más, la sociedad democrática en Bolivia iba a ser protagonista del cambio y de la revolución. La acción cívica de los bolivianos brillaba en primer plano.

Todo poder es una conspiración permanente, decía el escritor francés Honoré de Balzac. Por eso también el poder posee una propensión natural a concentrarse y a medida que se agiganta se hace menos benéfico, más corruptor y pernicioso.

Tras el No rotundo del 21F, el evomasismo se afanó para buscar coartadas, argumentos y trabajar para la entronización de Evo Morales.

Ese poder, que en 14 años se había convertido en autoritarismo, luego en una autocracia y posteriormente en la dictadura perfecta, debía entrar en acción, urgente. No aceptarían tan fácilmente la decisión del soberano. Entonces era necesario convertir lo ilícito en lícito. Torcer la ley para limpiar el camino hacia la eternización en la silla. Una vez más, el “yo le meto nomás” tenía los dados cargados para pretender consolidar las trampas de la ley y de la política.

 

El autor es comunicador social

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