La necesidad tiene cara de hereje
Cuando Estefano Díaz le preguntó a su padre qué eran esos coches que estaban todos amontonados y vendiendo cosas a diestra y siniestra, recibió una respuesta contundente:
—Es el germen de la pobreza.
Estefano Díaz comprendió de inmediato, no en vano había pasado sus últimos años viviendo en un país del primer mundo, pero sin poder dejar de pensar en el país del tercer mundo del cual provenía.
—No te preocupes —acotó su padre—, más tarde iremos a comprar ahí, todo es más barato. ¡Es una ganga!
Armando Díaz Suaznábar era un hombre de casi 50 años que recientemente había sido despedido precisamente porque la empresa en la que trabajaba no podía hacer frente a la injusta y desigual lucha contra el contrabando. Él, como muchos otros, era parte de un ciclo vicioso en el que el trabajo formal disminuía y el informal se incrementaba.
—Papá —dijo el hijo que acababa de volver de una beca de estudios—, ¿sabes que al comprar allí perjudicas al empresariado local, verdad?
—No te preocupes, que en poco viene la Intendencia y se lleva todo —le respondió Armando Díaz.
El hombre que empezaba a canar el alma no dijo más, prefirió sumirse en sus propios pesares. Él sabía que la vaina no se resolvía con la percusión inútil de la Intendencia, reconocía que el problema incluía la complejidad de la corrupción en frontera, el descontrol en los mercados y la falta de incentivo al emprendedor privado.
El hijo, por su parte, sabía que mucho de la economía nacional dependía de un mundo informal y plagado de trabajo mal pagado, sin beneficios sociales ni futuro, pero esencial para muchas familias bolivianas. En el trayecto a casa, él mismo percibió en cada esquina al enjambre de pobres que mostraba la realidad nacional. La situación no había cambiado, es más: había empeorado.
Armando Díaz lo vio y reconoció en los ojos de su hijo la decepción de toda una generación. La identificó el día en que su hijo le dijo que quería irse del país y la reconoció nuevamente ahora que lo había recogido del aeropuerto. El país seguía estancado en la ciénaga del atraso, en el hueco de la miseria.
Finalmente, sabiendo que nada se podía hacer, afirmó una realidad por todos conocida: “La necesidad tiene cara de hereje”.
Columnas de RONNIE PIÉROLA GÓMEZ