Derecho a la intolerancia
¿Se puede ser intolerante en estos tiempos en los que nos enseñan en escuelas, medios y redes sociales principios como diálogo, comprensión, tolerancia, buenismo, igualdad, empatía y sumisión a todo? ¿Cabe ser un sujeto intolerante cuando el sistema te convence de que no eres moralmente mejor que nadie como para darte esos “egos”? ¿Cabe animarse a ser intolerante cuando la religión insiste en decirte que no eres apto para tirar la primera piedra porque naciste del pecado y eso te hace pecador? ¿Cabe meterse en problemas, ganarte enemigos, exponerse a la crítica, al ataque personal y al insulto por algo que “no afecta” tu vida directamente?
Lo políticamente correcto (neologismo muy empleado en Bolivia) sería optar por seguir al rebaño, asumir la realidad, aceptarla y guardar silencio, volcar la cara y seguir tu camino en paz.
Eso es lo que conviene porque al final te vas dando cuenta de que el sistema es tan poderoso que no conviene convertirse en un ente en eterna contra ruta.
El hombre recto se puede dar el “lujo” de ser intolerante con lo que se debe ser intolerante: la mentira, la corrupción, la viveza criolla, la ventaja tramposa, el narcotráfico, la impostura, la violencia, la vanidad, el abuso, la farsa, la envidia, la hipocresía.
Nos hace falta creernos candidatos a ese derecho, el derecho a la intolerancia... sin que nadie se nos ofenda.
Columnas de MÓNICA OLMOS