Del poder, del Estado y de Octavio Paz; poeta de libertad

Columna
BITÁCORA DEL BÚHO
Publicado el 30/03/2023

Hay una anécdota de Octavio Paz que me estremece por su belleza y su sencillez. Cuando apenas era un niño, mientras jugaba y corría por los campos de Puebla con sus primos, de pronto el pequeño Octavio se detuvo en seco, como tocado por esos arranques sensibles que tienen los que saborean las cosas más simples y que empujados por esa delicadeza descubren la infinita bondad en esencia. Al igual que Octavio Paz, también sus primos se detuvieron espantados por tan abrupto cambio, deseosos por saber qué ocurría. Octavio les respondió con voz delicada, saben, les dijo, “en realidad el calcetín debió ser una pequeña campanilla”, ¿por qué?, le preguntaron, pues porque termina en tin, eso calcetín.

Sin duda ese era un presagio importante para lo que pronto sería Octavio, un personaje sublime y profundamente sensible a la realidad política y social compleja de la época. Pero también tremendamente crítico y tenaz con temas que tenía que ver con el poder, el Estado y la defensa de la libertad.

“Los liberales creían que, gracias al desarrollo de la libre empresa, florecería la sociedad civil y, simultáneamente, la función del Estado se reduciría a la de simple supervisor de la evolución espontánea de la humanidad.

Los marxistas, con mayor optimismo, pensaban que el siglo de la aparición del socialismo sería también el de la desaparición del Estado. Esperanzas y profecías evaporadas: el Estado del siglo XX se ha revelado “como una fuerza más poderosa que la de los antiguos imperios y como un amo más terrible que los viejos tiranos y déspotas. Un amo sin rostro, desalmado y que obra no como un demonio sino como una máquina”.

Ese fragmento pertenece al ensayo El ogro filantrópico, de Octavio Paz, publicado en 1978. La esencia de este texto desnuda la forma de dominación que se concreta en el Estado que subsidia, asiste y anestesia la pobreza, pero también genera acumulación de capital por medio de la corrupción, financia al partido con fondos públicos y da origen a una degradación moral, al mismo tiempo que apalea con impuestos a la clase media.

Poder y Estado, o poder político, suena a una dicotomía sospechosa, pero también a ingredientes ineludibles para definir cierto orden social.

Octavio Paz fue uno de los que con más profundidad escribió sobre esta dualidad. Sin embargo, uno de los temas incomprendidos en el tiempo que le tocó vivir a Paz fue el de ser un hombre temprano, atemporal. Sus reflexiones cruzaban las barreras del tiempo histórico, social y político. El mismo Octavio Paz distinguía cómo esos elementos casi demoníacos se convertían en sus verdugos más implacable.

En “El arco y la lira”, Paz examina una suerte de combinación contradictoria entre poesía, sociedad y Estado. “Ningún prejuicio más pernicioso y bárbaro que el de atribuir al Estado poderes en la esfera de la creación artística”. En este capítulo se intenta establecer la terrible función del Estado como un atomizador de las sociedades. Un poder que no intenta salvar las necesidades de los pueblos, sino salvar su propio entorno, su propio pellejo, utilizando para esto sus tentáculos que asfixian lentamente el devenir.

El poder político es estéril, dice, porque su esencia consiste en la dominación de los hombres.

En esa labor infatigable por acumular control y dominio, el Estado pretende refrescar el poder, ¡su poder!, con un discurso disfrazado y seudodemocrático, valiéndose para ello de dádivas, prebendas y por “consanguinidad”, corrupción y podredumbre.

En efecto, el afán del Estado es fundamentalmente afanar protagonismo, extraer réditos políticos para dividirlos entre sus secuaces y multiplicarlos por esos intereses perniciosos y bárbaros.

El pensamiento atemporal de Paz del siglo XX hoy nos da razones irrefutables para comprender que este siglo XXI atormentado no es nada más que la puesta en escena de un guion tragicómico teorizado por Paz. En estos tiempos en los que importa poco la ética y la decencia, las libertades y las luchas por defender la democracia, la palabra de Octavio está más presente que nunca y es justamente en estos escenarios donde sus detractores de ese tiempo y los de ahora, cotejan con asombro una realidad incuestionable.

En El ogro filantrópico, Paz, advierte que el poder central no reside en el capitalismo privado ni en las uniones sindicales ni en los partidos políticos, sino en el Estado. Ese ogro que juega con sus máscaras más temibles: golpe y filantropía. Asumiendo una conducta paternalista, protectora que no tiene otra intención más que la de dormirse abrazado a su botín. El poder para dominar y oprimir cuando le dé gana.

El gran criminal del siglo XX, decía el autor de Cuadrivio, es el Estado, sobre todo en los países en los que este posee la propiedad de los medios de producción, de la ideología y, por ende, de los productos del trabajo y de las almas de sus habitantes.

El Estado, es el filántropo que extiende la mano dadivosa al pueblo, esa mano que lava a la otra y las de los que lo adulan.

“Es la máquina que crece y se reproduce sin parar, con la venia de unos y la ceguera de muchos”, concluye.

Pero también es el ogro que define qué decir y hacer. Es el que lo controla todo, lo filtra todo. Es un acaparador de voluntades y de actos. Pone y quita, manda a callar. Lo pudre todo, lo corrompe y lo desintegra. El ogro de este siglo XXI es de una sola cabeza, no precisa más, sin embargo, se vale de otras para desterrar las libertades y las intimidades de sus habitantes.

¿Ogros filantrópicos? ¡Sí, hay muchos! En Venezuela, Cuba, Bolivia, Argentina, Colombia, Chile, Nicaragua, son ejemplos reales y presentes. Son paradigmas didácticos para entender cómo es posible transformar la cohesión social en desigualdades y en injusticias, cómo es factible hacer que un país se vaya convirtiendo en una comunidad autista y silenciosa que todo lo acepta y lo acoge a fuerza de la filantropía grotesca del Estado y su poder.

Este 31 de marzo se celebran los 109 años del nacimiento de Octavio Paz Lozano, y el próximo 19 de abril, 25 años de la muerte de uno de los pensadores, poetas y ensayistas más brillantes del siglo XX que, de una manera directa, ha influido con rigor en este siglo XXI que nos toca vivir.

Hoy, sin duda, todas esas reflexiones y “advertencias” son una realidad que nos conduce a un callejón sin salida, a una catástrofe política casi irreversible, desde los discursos de izquierda y derecha hasta los populismos insufribles que cada vez más restringen las libertades y el derecho a la palabra.

 

El autor es comunicador social

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