Sequía y vulnerabilidad alimentaria en la Amazonía boliviana: ¿llegamos al punto de no retorno?
La última década la Amazonía perdió un millón de hectáreas de superficie de agua, siendo Colombia (13%), Guyana (9%) y Bolivia (8%) los países que mayor superficie hídrica redujeron (MapBiomas, 2023). De hecho, el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (2023) declaró que la Amazonía atraviesa la sequía más extrema de los últimos 113 años. El Servicio Geológico del Brasil (SGB) registró en octubre de 2023 los niveles de agua más bajos en los principales ríos del Amazonas y la sequía completa de ríos menores, arroyos y lagunas: ese mes el río Negro bajó su nivel a 12,7 metros, el más bajo en 121 años (ACH, 2023). Esa fecha, en Bolivia, datos de Villalobos (2023) indican que las mediciones en el río Beni evidenciaban bajas considerables en la parte alta (cerca a Rurrenabaque) y en la parte baja (cerca a Riberalta). Este problema se observó también en los ríos Mamoré, Madre de Dios, Orthon, Madera, Tahuamanu, Manuripi, Iténez y Guaporé.
Hace más de 15 años que se viene denunciando una descontrolada y tolerada avanzada sobre la Amazonía, comenzando con los elevados índices de deforestación, cambio de uso de suelo para agricultura y ganadería y contaminación de ríos por minería (Cejis, 2022; Cedib, 2023; Cipca, 2020). Esto demuestra que hay una relación directa entre modelo de desarrollo extractivista y eventos climáticos extremos, como las inundaciones, la sequía o los incendios forestales, exacerbados por la confluencia de los fenómenos de El Niño y La Niña.
La intersección de estos eventos, según la tendencia climática de elevación de temperaturas, profundiza la vulnerabilidad de la población amazónica en cuanto acceso a agua y alimentos; es decir, se vulnera el derecho a la seguridad y soberanía alimentaria. Esto quedó demostrado en los “inventarios de eventos climáticos extremos en sistemas alimentarios locales”, que realizamos junto a organizaciones indígenas el primer trimestre de 2024, y que fue aplicado en cinco comunidades tacanas y una uchupiamona en San Buenaventura, La Paz, epicentro de los megaincendios forestales de 2023.
Los resultados son devastadores. En menos de seis meses las comunidades fueron impactadas por tres eventos: sequía, incendios y plagas, que afectaron al menos el 80% de su canasta básica de producción agrícola, agroforestal y su acceso a proteína animal del bosque y ríos. Inicialmente, identificamos 51 tipos de productos del bosque y cultivos, que en un ciclo agrícola normal conforman la dieta base de las familias encuestadas. De estos, 37 tipos de alimentos fueron impactados por la sequía entre septiembre y octubre; las pérdidas más significativas fueron sembradíos de maíz, yuca y arroz. Al mismo tiempo, la sequía había afectado algunas especialidades productivas como cacaotales, cafetales y cañaverales. Todas las fuentes de agua que abastecen los sistemas de agua domiciliaria sufrieron estrés, y hasta la fecha muchas comunidades no tienen ningún apoyo para garantizar el acceso a agua domiciliaria.
Luego de las pérdidas agrícolas por la sequía, ocurrieron los incendios de noviembre y diciembre. Las familias identificaron 42 tipos de cultivos y plantaciones afectadas por el fuego. Si bien la sequía tuvo un impacto mayor en los cultivos estacionales, como se ha visto, el fuego destruyó por completo los sistemas agroforestales (platanales, cítricos y palmeras como el copoazú y asaí, también cafetales y cacaotales) y árboles de gran porte bosque adentro, además de consumir las pasturas para ganado. Sobre llovido, mojado. Después que el fuego fue aplacado por las lluvias tardías, aparecieron millares de gusanos y orugas que arrasaron con todos los brotes que comenzaban a germinar: se identificaron 29 cultivos y plantaciones afectadas por plagas. El gusano cogollero fue el más señalado.
En enero de 2024, se habían acabado las pocas semillas nativas que quedaban. En medio del silencio insoportable de un bosque sin animales, de comunidades sin sembradíos, sin enormes árboles verdes y floridos, sin abundantes arroyos cristalinos, un comunario —al pensar en su cacaotal hecho cenizas— decía que le dolía como si le hubiesen cortado un brazo. La misma sensación que viven las mujeres que elaboran productos medicinales con árboles y frutos del bosque, un bosque que ahora sólo es un gran bejucal: “estamos como si hubiésemos llegado ayer”, decían, recordando el desamparo de un desolador inicio.
Frente a los eventos climáticos extremos existe una errónea percepción sobre que una vez aplacado el fuego o iniciadas las lluvias el problema desaparece. Como vemos, los efectos son profundos como raíces: a la escasez de alimentos y su encarecimiento, se suma la incuantificable pérdida de biodiversidad y a esa lista hay que añadir la drástica reducción de semillas locales: mientras nosotras buscábamos semillas en comunidades sobre la carretera a Ixiamas, otro equipo buscaba semillas en comunidades sobre el río Beni. El objetivo de las familias: resembrar, reforestar y resemillar: ¿acaso el punto de no retorno puede ser también el punto de reinicio?
Columnas de MARIELLE CAUTHIN