Una vida dibujando
Si usted está deprimido o indignado con la situación en la que nos han puesto nuestros gobernantes, si se ha cansado de hacer colas para cargar gasolina. Si usted está entre molesto y preocupado porque sabe que es hoy más pobre que hace un año porque el dinero que recibe como sueldo o el que tiene en el banco vale menos que lo que valía en 2023, si está preocupado por el futuro y disgustado con las piñas ordinarias entre masistas, y también entre algunos de la oposición, déjeme decirle que existe una posibilidad al alcance de la mano para siquiera hacer un pequeño paréntesis. Un paréntesis que puede llegar hasta a sanar el alma o distraerla.
Me refiero a la exposición de dibujos de Graciela Rodo Boulanger, posiblemente la pintora boliviana más conocida fuera de nuestras fronteras y, aclaremos, en estos tiempos de marcada importancia sobre el género, es también más conocida y reconocida que cualquier pintor boliviano.
Graciela Rodo Aparicio, que estaba en el vientre de su madre hace 90 años, tiene un periplo fantástico de creatividad, talento, disciplina y determinación. De muy niña sus padres seguramente pudieron percibir su talento, tanto para la música como para el dibujo, las artes que la han acompañado durante toda su vida. Pero de seguro que fue también muy temprano cuando ella desarrolló la disciplina con la que se maneja hasta hoy. La determinación se le manifestó también muy temprano, partiendo muy joven de la aletargada La Paz a Buenos Aires primero y a Europa, después, todo para hacer realidad sus sueños, o mejor dicho para cumplir con su destino.
La exposición que tiene lugar en el magnífico espacio cultural del Banco Nacional de Bolivia en la zona sur de La Paz no es una retrospectiva de la obra de Graciela sino una visión nueva de una faceta de su creatividad: el dibujo. Nunca antes había expuesto ella en esa técnica y el resultado, como todo lo que ella produce, es magnífico.
A mí me encanta el arte de Graciela, esa combinación entre el naif de la vida de los niños y el extremo detalle, la perfección de los trazos y la exactitud y depuración técnica, sobre todo en sus grabados, todo eso me sobrecoge.
Es obvio que como todo arte, y más aún en nuestros días, no necesita gustar a todos, pero amigo lector, si usted va a esa exposición, repasa con atención la línea de vida de la artista y luego se sumerge en los detalles de todos esos dibujos. Si combina su visita con acercamientos casi impúdicos a cada uno de los cuadros con miradas panorámicas de ese generoso espacio, no solo se deleitará sino que encontrará mucho. Se topará con la inagotable creatividad de una artista que ha sido fiel a su estilo durante toda su larga vida.
Vez que voy a Tiwanaku me maravillo ante la perfección de la hechura de la Puerta del Sol y pienso que esa pieza debería ser inspiración para amar el trabajo bien hecho, algo que no se ve a menudo en la patria; similar sentimiento inspira la obra de Graciela. Si usted tiene hijos, amigo lector, le aconsejo llevarlos a la exposición, aprenderán no solo de arte, sino de otros valores.
Estamos viviendo tiempos muy desagradables en Bolivia, pero lo malo dura menos que lo bueno, el arte tiene ese halo de eternidad que puede hacernos enfrentar la vida de una manera diferente. Graciela empezó su periplo antes de los grandes cambios del 52 y esta su aventura artística abarca hasta el final de la era de Evo y del MAS.
Es un privilegio para La Paz contar con una exposición como la de Graciela Rodo Boulanger, un aplauso también para la galería que la acoge.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ