Los anormales
Así titula uno de los cursos que el multifacético Michel Foucault dio en el Collège de France durante el primer trimestre de 1975, dentro de su materia Historia de los sistemas de pensamiento. También es parte de un libro suyo, titulado La vida de los hombres infames, donde desarrolla una versión más corta.
El francés dedicó toda su vida a investigar esas zonas oscuras de la humanidad y sus ciencias; lo prohibido, lo castigado, lo excluido, lo grotesco, desde diversos ángulos del conocimiento humano, como la psiquiatría, psicología, política y la sociología. La obra de Foucault es amplia y diversa, y abarca más de dos décadas. El francés estudia el nacimiento y desarrollo de la sociedad moderna y se centra en los siglos XVIII y XIX.
En la mencionada obra señala que existen tres tipos de anormalidad: lo monstruoso, el incorregible y el onanista.
El hombre monstruo es aquel que rompe una doble regla: lo prohibido y lo imposible, y está siempre condicionado por las leyes del Estado y la naturaleza. Por ejemplo, los hermafroditas. Son seres imposibles, rompen la ley de un solo sexo; y también son prohibidos, porque nadie puede salirse de la idea binaria de sexualidad. El problema con ellos es que la ley no sabe cómo tratarlos, no los reconoce y por lo tanto, los excluye.
Los individuos a corregir, en tanto, no cometen ninguna ruptura de la ley, sino que su anormalidad se define por su conducta. Son humanos que no hacen lo que se les dice, no responden a las técnicas de adiestramiento de la sociedad capitalista. No es anormal por cometer infracciones a la ley, sino porque no responde a lo que la sociedad exige de él. Esta idea nace en una época donde el capitalismo busca normalizar cierto tipo de conductas y hábitos que garanticen productividad y eficiencia. Los cuerpos que no se ajustan a ello, son los incorregibles. No responden a técnicas de adiestramiento, de docilización y domesticación. Esta visión da paso a la sociedad disciplinaria.
El onanista, finalmente, es un anormal que surge con la revolución burguesa. El onanista es el niño que se masturba. En los siglos XVIII y XIX este tema era de gran importancia en Europa y el occidente. Con el triunfo de las revoluciones burguesas, la gran industria capitalista y el consiguiente vaciamiento de los campos, se constituye un nuevo tipo de familia. Ya no es una familia que concentra en su casa su vida nuclear y su trabajo, como en los campos rurales. Con el capitalismo él o los padres dejan la casa para trabajar en la fábrica y se rompe el viejo esquema familiar tradicional y se impone la familia moderna. Con los padres lejos, los niños exploran su sexualidad y comienzan a masturbarse. Esto genera, para el sentido común de la época, una innecesaria pérdida de energía que debilita los cuerpos y reduce su capacidad de producción. Pero hay otro elemento que Foucault resalta. El niño que se masturba es el niño que escapa a la vigilancia y al control de sus padres. En el fondo, lo que el niño hace es lograr evadir la vigilancia lo que pone en duda la eficiencia de la sociedad disciplinaria. Es por eso que las sociedades toman muy en serio estos casos de onanismo, de “descontrol”.
Hace poco un candidato dijo que las madres solteras son anormales. Otro presidenciable afirmó que los izquierdistas son degenerados y parásitos, y otro fue más lejos y dijo, sin titubear, que la homosexualidad es una enfermedad.
No sé si los políticos bolivianos han leído a Foucault. Pero es claro que sus conductas replican la idea de la sociedad disciplinaria que describió el francés -salvando las enormes distancias- y que puede devenir en un estado policiaco, vigilante. Si ellos toman el poder, el resto seremos los anormales.
Columnas de NELSON PEREDO