La llorona de los cementerios
No es difícil imaginar la cantidad de historias que las paredes antiguas guardan. Es posible que no exista un solo lugar en sus calles donde no se desarrollaran, en otro tiempo, hechos y situaciones que, enriquecidos o no por el imaginativo popular y por los años, queden en la memoria de aquellos a quienes impresionaron y de las generaciones que los heredaron.
Éste es uno de tantos casos
Lo cuenta Ubaldo, con canas brillantes en su poblada cabeza y casi 40 años de trabajo como transportista.
“Sucedió que, con el afán de ahorrar, usted sabe, cuando uno es joven y forma una familia, me puse a trabajar en doble turno. En ese entonces, el taxi que manejaba era prestado; ahora ya soy dueño de dos”.
“Era una noche muy fría, un mes de junio, si no me equivoco. Había poco pasajero y las calles estaban vacías. Le estoy hablando de hace como 40 años atrás”.
“Yo manejaba por las calles buscando pasajeros y así llegué cerca de lo que ahora es la avenida Aroma. Entonces, veo una mujer joven, delgada. No le vi bien el rostro, pero podía asegurar que era bella por la forma de su cuerpo; algo alta también, me pareció”.
“Ni bien la vi a la distancia, empecé a conducir muy lentamente, mientras me preguntaba ¿qué podía hacer una mujer sola caminando a oscuras calles desiertas y además a esa hora?”.
“Me parece que ya había pasado la medianoche. Sí, eso mismo”.
“Pues me acerqué con el taxi despacito y, ya junto a ella, le ofrecí llevarla. Me pareció que me respondió con una sonrisa. Le digo esto porque estaba oscuro y, además, ella vestía de negro, y tenía también el cabello oscuro y largo que le cubría la cara”.
“No recuerdo si me habló o sólo me pareció, pero ya estaba dentro del vehículo, en el asiento trasero”.
“Recuerdo que traté de ver su imagen por el espejo retrovisor. Era como una obsesión, me sentía inquieto e intrigado. Me pasaban miles de cosas por la cabeza. Usted sabe, el diablo no duerme, y una mujer sola y joven a esa hora es siempre una tentación. Sin embargo, me sentía muy confuso, me costaba creerlo”.
“No recuerdo su voz, pero me pidió llevarla al cementerio. No quedaba lejos, pero algo extraño me impedía avanzar con más velocidad. Manejaba y manejaba, igual que cuando sientes los pies pesados o tienes una pesadilla de la que no puedes despertar, así yo no podía avanzar”.
“Al final, llegamos a la puerta del cementerio. Recuerdo que sentía en ese instante un fuerte dolor de cabeza. Así que, resignado a no proponer nada a la chica, le dije cuánto me debía. Ella extendió el brazo y me alcanzó unas monedas, y se bajó del vehículo”.
Encendí el motor y empecé a avanzar. Quería salir pronto del lugar, pero me asaltó la duda. Quizá esa extraña me estaba engañando y me había pagado menos. Así que me detuve a contar lo que tenía en la mano, cuando en eso que cuento y las monedas se transforman en dedos sangrantes. Un instante, no se cuánto duró, pero recuerdo el frío que me atravesó la espalda e instintivamente volteé a mirar atrás. La figura estaba ahí a las puertas del cementerio, pero no era una mujer, era un esqueleto vestido de negro. La impresión fue tan fuerte…”.
“No sé bien si grite,¿o escuché mi propio grito? No sé qué paso, pero amanecí cerca de un botadero de basura y con la nariz sangrando, muy lejos del cementerio”.
“Al despertar, estaba tan atontado… era como si me hubiesen golpeado. La cabeza a punto de estallar, los ojos me dolían, tenía mucho frío y, lo que es peor, sin dinero ni gasolina. Como pude caminé. Para mi suerte, encontré a un amigo taxista como yo; él me llevó a una farmacia y luego a mi casa. Mi mujer se enfureció. Me dijo que me había ido de farra y me había gastado toda la plata, pero yo sé que la dama de negro me quiso llevar”.
“Sabe, señorita, desde entonces que me da algo de miedo trabajar de noche. Trato siempre de no pasar por lugares alejados, y nunca más paso y ni pasaré de noche por el cementerio”.
Mal de amores
Lo tenebroso se une a lo fantástico en las historias de los cementerios, donde, por lo general, los espíritus peregrinan buscando a sus seres queridos.
En estos escenarios, la mujer suele ser protagonista de varios mitos. Estas leyendas se repiten no sólo en los pueblos de Bolivia, sino a lo largo de todo Latinoamérica —desde México, hasta Argentina— y se debe a que las ceremonias de velorios, entierros, cementerios y religión fueron introducidas con la llegada de los españoles a la región. De ahí que la llorona y la viudita existen también en el viejo continente.
Asustado para siempre
“Desde entonces que me da algo de miedo trabajar de noche. Trato siempre de no pasar por lugares alejados, y nunca más paso y ni pasaré de noche por el cementerio”.
“LA VIUDITA”
Otra versión
Doña Olguita, la novia bella que aguardaba el retorno de su enamorado, hacía pasar el tiempo sentada en el balcón de su casa y contando con los dedos de la mano cuántas parejas acudían al cine Aguirre, uno de los más antiguos, junto al Rex. Ambas salas actualmente desaparecidas.
El Aguirreestaba donde ahora es el mercado de comidas de la 25 de Mayo.
Volviendo a la historia, doña Olguita, la jovencita de 15 de aquellos tiempos, compartía ciertos cuentos y chismes con las criadas que complacían sus caprichos.
Una vez, en el afán de observar a parejas de enamorados, Tomasa, una de sus criadas, le contó lo que le había sucedido a un noviecito suyo. Gualberto. Sí, así se llamaba. Era un joven taxista que solía aguardar a la salida del cine a las parejas o familias para ganarse unos pesos. Tomasa coqueteaba con él y la muy ladina le preparaba, a escondidas, unas empanadas de carne; claro, con las cosas que robaba de la despensa de mi casa.
Bien, me dijo que su Gualberto se había quedado a la última función. Era una noche extraña, con vientos fríos, y parecía que iba a llover. Me acuerdo de eso porque era la época para cosechar mandarinas y no solía ventear en las noches.
Esa noche, el Gualberto no había tenido suerte, poca gente fue al cine y de repente se puso a caminar con su coche por las calles, cuando se encontró con una chica guapa vestida de negro.
La muchacha subió a su coche y le pidió que la lleve al cementerio. El chico, embelesado por la belleza de esa extraña —hasta el último la Tomasa le recordó celosa el asunto (ríe)—, accedió gustoso a llevarla.
Cuando dice, pues, que el Gualberto, bandido como era, le había propuesto encontrarse con ella al día siguiente, y la chica aceptó.
Entonces habían llegado a las puertas del cementerio, cuando la joven se bajó del coche y el Gualberto, entre dudoso, le pide que le pague el pasaje. La chica abrió su bolso y le alcanzó una bolsita llena de monedas. El taxista intenta contar para darle el cambio, pero la muchacha le pide que se quede con la bolsa entera.
Cuando ya se iba, dice, le dominó la curiosidad y ahí abre la bolsa y sólo encuentra unos dedos llenos de sangre.
Con el susto, el pobre del Gualberto se quedó paralizado y se perdió durante muchos días. Dice que vagaba por las calles como un loco. La Tomasa le preparó unos brebajes especiales. ¡Qué no sabía la imilla ésa!