Triada del puma, la serpiente y el lagarto
Las tierras bajas de Bolivia están llenas de magia e historias que intentan explicar lo sobrehumano, la naturaleza, y su relación de fuerzas existente entre cada fenómeno “protector” de las espesas selvas amazónicas.
El Jichi de Iserere es una de ellas y, de acuerdo al relato de Antonio Paredes Candia, es en Beni donde se origina este fascinante mito, apadrinado del paisaje saturado de la belleza de sus suelos y su gente.
“En estos lugares como en cualquier otro punto de Bolivia, los viejecitos cuentan narraciones de maravilla y fábulas que pertenecen a la rica literatura oral de la región. Iserere es el nombre de una laguna que se encuentra a unos dos Kilómetros de San Ignacio de Moxos. Sus habitantes creen que allí mora un espíritu encantado y protector del lugar a quien le llaman el Jichi de Iserere”, apunta Paredes Candia.
Y aunque Iserere es nombre propio de persona en dialecto ignaciano, hay quienes aseveran que deriva de la mala pronunciación del español Isidoro o que fuera una adaptación de este apelativo a la fonética ignaciana.
Jichi, en las creencias y supersticiones de habitante del ámbito oriental boliviano, es el ser fabuloso protector de una laguna o porción de agua; es una deidad acuática. Mora dentro de las aguas y antiguamente los pobladores temían acercarse a los lugares en que se decía que habitaba un Jichi, ya que cuando este ser mítico encolerizaba, encrespaba sus olas, formando remolinos y desplegando sus poderes sobrenaturales para atraer a las personas y hacerlas desaparecer en el fondo de sus aguas.
Era un extenso yomomo (lugar húmedo y fangoso donde el transeúnte puede hundirse si camina desprevenido). Los vecinos habían cavado allí un paúro, (nombre que se da al pozo de agua o vertiente, en donde se aprovisionaban del líquido para el consumo diario).
Una tarde, una mujer acompañada de su hijo fue al paúro a recoger agua. Llenó su cántaro y luego lo colocó sobre su cabeza y cuando se disponía a regresar su camino, advirtió que su hijo ya no iba a su lado, había desaparecido misteriosamente.
Lo buscó por todo lado creyéndose víctima de una jugarreta del pequeño y, al no encontrarlo, desesperada, comenzó a gritarle por su nombre:
—¡Isereréééé!... ¡Isereréééé!...
En principio no tuvo respuesta; pero luego, escuchó que el niño contestaba aterrado, desde el fondo del yomomo.
—¡Mamaaaaá!… ¡Mamaaaaá!…
Y mientras la madre más desesperada gritaba, la voz se alejaba como si la persona fuera sumergiéndose más, hasta que llegó el momento en que se perdió la voz y cundió sólo el silencio.
De ese modo se formó la laguna, que es “un encanto”. Tiene por Jichi al niño que se llamaba Iserere.
Jichi chiquitano y Cacó Chacobobo
Los chiquitanos creen en un genio guardián que cambia de forma. Aunque a veces es sapo y otras tigre, su manifestación más común es la de la serpiente.
Resguarda las aguas de la vida y por esto se esconde en ríos, lagos y pozos. A veces, como castigo para quien no valora este recurso, se va y deja atrás la sequía.
Al Jichi hay que rendirle tributo; si se molesta, pone en peligro la prosperidad de la pesca y la supervivencia de los pueblos.
Según la cosmovisión de los Chacobos, Cacó fue el fruto de las relaciones entre una mujer y un tigre, que se amaron en el vasto silencio nocturno de la selva, donde solamente los dioses saben quiénes la habitan, y fue el creador de los ríos y de los animales, así como también de otros seres humanos que fueron en un principio tatús que deambulaban por la selva.
Los “Dueños”
En la cosmovisión de los pueblos del oriente, el “Dueño” es un espíritu protector de lugares de la naturaleza, así como de los animales y las aves. Los lugareños orientales hablan con exaltada reverencia del “Dueño del monte”, del “Dueño del curichi” porque forman parte del simbolismo como de la espiritualidad de sus pueblos y distinguen la pertenencia indígenas de su sistema de creencias.