Carta abierta de un árbol a Cochabamba
Señores humanos/as:
Sé que para muchos de ustedes apenas soy un pinche árbol. Sin embargo, su ciencia ya estableció que los árboles no sólo sentimos, tenemos lenguaje o conciencia, sino que hasta nos ayudamos, los árboles sanos compartimos nutrientes con los enfermos, establecemos amistades, feroces competencias, tenemos memoria y noción de nuestro entorno y hasta “amamantamos” a nuestros hijuelos. ¿Sabías que nuestras “madres árbol” nos alimentan pasándonos azúcar y nutrientes mediante sus raíces?
¿Entonces, qué les hace pensar que ustedes son mejores que nosotros al punto de disponer y rifar nuestra vida a su irresponsable antojo?
Hay que recordarles también todo lo que en nuestra generosidad silenciosa otorgamos a su especie y a los otros seres vivos: El oxígeno que generamos para que respiren, la sombra que brindamos a sus polvorientas calles, la lluvia que riega sus cultivos, el dulce fruto que llevan a la boca y hasta la madera de sus muebles y aparatos.
¿Y aún así nos quieren seguir matando?
Cochabamba, su ciudad, creyó que somos prescindibles. En Bolivia, su país, nos constituimos como una presencia molesta, por algo Bolivia ocupa el cuarto lugar en el mundo y el segundo en América Latina en deforestación. Nos talan, mutilan, arrastran, queman, nos condenan a una muerte lenta con los mal llamados “trasplantes”, nos dañan las raíces hasta secarnos.
Por eso hoy apenas queda un 2,58% de nosotros en la ciudad de Cochabamba. Esos pocos árboles, nada más que eso, apenas sobrevivimos. Una cifra ínfima, miserable. Eso nos hicieron, así nos condenaron. Y hoy sufren las consecuencias ustedes también: contaminación, sequía desértica combinada con inundaciones, exposición solar agresiva, islas de calor, enfermedad, muerte.
¿Qué ser vivo tan iluso o bruto quiere esa situación alterando su existencia, señores/as humanos/as?
Quiero expresar mi apoyo a mis hermanos. Mis hermanos árboles una vez más peligran por un proyecto de inversión pública en Cochabamba. Temo por ellos porque hace poco, en la primera fase del corredor Quintanilla, varios de mis otros hermanos murieron. Algunos fueron “trasplantados” y sufrieron una muerte lenta. Igualmente, hace algún tiempo, varios de mis hermanos también sucumbieron cuando hicieron el reloj de Cala Cala o las refacciones de la plaza 14 de Septiembre, cuando hirieron sus raíces.
Ni qué decir de mis hermanos que cada día mueren en Tiquipaya, Colcapirhua, Quillacollo, Sacaba. Qué decir de mis hermanos que todos los años se queman en el Parque Tunari o los que son arrasados con cualquier motivo, desde caminos y mamotretos, hasta porque a ustedes les molestan nuestras flores y hojas.
Por todo eso, acompaño en solidaridad a mis hermanos de la zona de la Recoleta. Son más de 40 cuya vida está en riesgo por la construcción del corredor Quintanilla. Todavía lloramos por la muerte de hermanos en la primera fase de la obra. Ya no queremos perder más.
Por favor reflexionen señores/as humanos/as, especialmente los que tienen en sus manos la gestión pública y que pueden hacer la diferencia. Mi demanda es sencilla, simple: solamente les pido, les ruego, que sus obras de infraestructura, sus proyectos de inversión pública respeten a nuestros hermanos árboles, que no los sacrifiquen, al contrario, que los protejan. ¿Acaso no les hacemos falta? ¿No sienten nuestra ausencia con estas inundaciones que hoy mismo sufren? ¿Con el oxígeno que les falta? ¿Con la enfermedad que les ronda?
Hagan sus obras, señores/as humanos/as. Pero por favor respeten y resguarden a mis hermanos árboles.
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA




















