Silala, lo cortés no quita lo valiente
El 23 de marzo debería efectuarse un minuto de silencio con la tricolor izada a media asta en todo el país, y en todas las legaciones diplomáticas de Bolivia en el exterior, en señal de duelo y de protesta. No hay nada que celebrar. Avaroa debe de sentirse traicionado con tanta fanfarria estridente de cantos, desfiles y discursos. Pero tal vez recuerde que estamos allí donde se toma por inteligente al fanfarrón y por tonto al discreto.
En 2011, unos días antes del 23, el Canciller declaró que con Chile nuestra relación de amistad y de confianza había alcanzado el más alto nivel, por primera vez. Pero luego, en la plaza “Avaroa” de La Paz, el discurso presidencial dio al traste con ese espejismo, y se lanzó la idea de llevar el reclamo ante La Haya. Los últimos años, con Bachelet, habían sido como una trampa. Queremos un diálogo serio, de buena fe, para el retorno al Pacífico, dijo Morales.
Un tiempo después, fueron convocados a Palacio los expresidentes; se los vio acudir allí prestamente. Pero ninguno tuvo el valor civil de decirle: “Señor Presidente, es un altísimo honor para mí representar a mi patria; pero justamente por eso, para que con honor asuma esa tarea, deberá usted devolverme –en la misma forma, públicamente– la dignidad que me arrebató acusándome de “delincuentes confesos que se agruparon en sindicato para defenderse”. Debe usted retractarse o comprobar la acusación, en cuyo caso (si así fuera), ya no estaría moralmente habilitado para aceptar la misión encomendada”.
A propósito, en Tradiciones peruanas narra Ricardo Palma la sabrosa crónica titulada “Las orejas del alcalde”: Una noche de ronda en Cantumarca, el alcalde Diego de Esquivel (1550) ordenó administrar injustamente una docena de azotes a un soldado. “Licenciado, no se trata tan ruinmente a un hidalgo español”, clamó el damnificado; a lo que el alcalde respondió: “¡Hidalgo!, ¡hidalgo! Cuéntamelo por la otra oreja”. Entonces, el soldado anunció cobrar ese agravio en un año. Una noche en Lima, cuando se cumplía el plazo, el hidalgo de Potosí estaba delante de Esquivel; dos brazos fornidos lo redujeron, y un agudo puñal relucía en las manos de aquel. “Señor alcalde, dijo, hoy vence el año y vengo por mi honra”. Y con salvaje serenidad rebanó las orejas del infeliz licenciado.
Mensaje clarísimo. Todo lo que cuesta la dignidad es demasiado caro; nada hay por encima de ella, ni siquiera el mar.
Que Silala repercutiera como eco multiplicado en todas partes, es eso lo que precisamente quería el jefazo. Para un caudillo el silencio es peor que equivocarse. Y como otras veces, la carreta se puso delante de los caballos. Es decir, primero la arremetida verbal; la conformación del equipo jurídico, después. Sin dejar de condenar la actitud de Chile, lo que demandamos es que los asuntos serios se traten seriamente y no con ligereza demagógica. No va bien el discurso de balcón con la importancia del tema.
El autor es escritor, miembro del PEN Bolivia.
Columnas de DEMETRIO REYNOLDS