La autonomía estallada
Habrá de pasar todavía algún tiempo para verificar el tamaño y la profundidad de las huellas que terminarán por dejar los arroyos de sangre derramada por los conflictos de los cooperativistas mineros. Todo lo que puede verse ahora es que predomina la confusión y una apresurada actitud para aparentar que todo está bajo control, cuando en realidad lo único que queda en pie es el afán, de unos y otros, de minimizar y ocultar daños. Del lado oficial, eso significa realizar esfuerzos para que no se termine de ensanchar la enorme brecha con uno de los pilares de su poder y del lado cooperativista (y de los socios privados mayores que tienen) impedir que las medidas anunciadas se cumplan efectivamente en detrimento de sus intereses.
Los hombres del Presidente temen que una ruptura definitiva con los cooperativistas lesione irreparablemente la única carta estratégica que tienen, que consiste en atropellar disimuladamente la Constitución mediante alguna nueva forma de consulta que permita habilitar, de nuevo, a su único candidato presidencial.
Es posible que dicha esperanza --aparentemente ilusoria por donde se la mire-- sea intuitivamente utilizada por la llamada comisión pacificadora de los cooperativistas para minimizar los castigos que se les han impuesto.
El impacto de los acontecimientos ha sido tan intenso que afecta no solamente a quienes chocaron en primera línea, sino a otros actores, como son la Federación de Mineros y la Central Obrera, cuyos principales directivos han respondido de ácida manera al anuncio de que el uso de dinamita en marchas y protestas sociales será penalizado, inclusive con prisión. Los mineros sindicalizados declararon que incumplirán el decreto respectivo.
En esa línea, el máximo dirigente cobista consideró que “el Presidente está armando a la derecha”. “La dinamita hace respetar los recursos naturales, la democracia y los derechos”. “En gobiernos neoliberales hemos usado la dinamita y también en la democracia; gracias a la dinamita Evo es presidente”.
Tales expresiones corresponden, en parte, al cambio de orientación que trata de imprimir la dirigencia de la COB, la que heredó de los antiguos directivos, pero también reflejan un notable desconcierto conceptual e histórico, porque el uso de explosivos jamás ha hecho respetar derechos en nuestro país y menos ha erigido Gobierno alguno.
Las detonaciones de petardos y dinamita hacen más ruidosos a marchas y bloqueos, pero no puede aportarse prueba alguna de que incrementen su eficacia. Me atrevo a pensar que, más bien, mientras más se usan, menos resultados obtienen los sectores que reclaman reivindicaciones. Y, en cuanto a víctimas de explosiones, las estadísticas muestran que una aplastante mayoría de quienes las sufren se encuentra en las filas de quienes usan la dinamita y petardos para protestar.
Si hay dirigentes que piensan que el movimiento reivindicativo se debilita por falta de cachorros y petardos están cometiendo la peor de las equivocaciones, y se están mostrando tan vulnerables, como sus antecesores, al caer en nuevos pactos denigrantes con quienes manejan el poder. La auténtica fortaleza de las luchas y sus representantes radica en ser autónomos frente al Estado y a toda forma de poder económico y político.
Es la pérdida de esa independencia que ha hecho estragos en las principales organizaciones sociales que han sido seducidas por la presunta vigencia de un “Estado integral de los movimientos sociales”. Sea con medios económicos, como ocurrió con el Fondo Campesino Indígena o con la distribución de cargos y candidaturas, es que desde el Estado se ha logrado secuestrar la voz de las organizaciones, alejarlas de sus representados y conseguir que pierdan claridad y fuerza para pronunciarse sobre los principales problemas del país.
Esa voz y esa capacidad de acción autónoma y liberadora, no sectorialmente egoísta (corporativista), se recuperarán con profunda democratización interna, transparencia y rendición permanente de cuentas; con capacidad de formar nuevos cuadros, rotar y alternar responsabilidades. No hay explosivo que pueda reemplazar este trabajo diario y continuo, que los trabajadores bolivianos conocen y que se ha extraviado en medio de halagos, y privilegios, certeramente calculados.
El autor es investigador y director del Instituto Alternativo.
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