Francisco: el Evangelio desde la fe en la humanidad
“El Episcopado Latinoamericano no puede quedar indiferente ante las tremendas injusticias sociales existentes en América Latina, que mantienen a la mayoría de nuestros pueblos en una dolorosa pobreza cercana en muchísimos casos a la inhumana miseria” (…)
(…) “Sobre el continente latinoamericano Dios ha proyectado una gran Luz que resplandece en el rostro rejuvenecido de su Iglesia”. (…)
Estas citas corresponden al Documento Final de Medellín, emanado de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizado el 30 de noviembre de 1968. Diez años después, el Documento de Puebla refrendaría con nuevos compromisos y convicciones el Documento de Medellín como uno de los más reveladores y profundos que indiscutiblemente abrió en el seno de la Iglesia latinoamericana un nuevo período de su vida.
Tanto en Medellín como en Puebla, la opción por los pobres sonó a un fuerte jalón de orejas a la Iglesia Católica. Pero no solo emitió esa señal evidente de una postura ambigua y contemplativa de una Iglesia anquilosada, sino que empuñó un discurso efectivo y obligatorio para apostar con todo a los pobres. A la pobreza como una forma de ejercer la evangelización y desde esa pobreza seguir el legado de un Cristo muerto en la cruz.
La polémica en torno a la opción por los pobres siempre estuvo en el ojo de la tormenta, más allá de haberle dado un tinte político y de haber suscitado enfrentamientos y oposiciones dentro y fuera de la Iglesia Católica. Por fin en el Documento de Aparecida se logró aplicar un fijador inequívoco de que en la “opción por los pobres no hay que partir del pobre para llegar a Jesús sino de Jesús para llegar al Pobre”. Esto, en buenas cuentas, significa que la retórica a boca llena siempre lleva la cara limpia y las buenas intenciones. La opción por los pobres no se debe valer de discursos demagogos, sino, de hechos claros, específicos. Partiendo del ejemplo evidente de un Jesús que no pretendió solucionar el problema de los pobres, sino que ejerció su evangelización como un reto indudable de dar la libertad al hombre a través de la igualdad, del amor, de la solidaridad y desde luego de un ejercicio ético hacia el prójimo.
¿Pero qué es realmente optar por los pobres?
¿Es un concepto, una práctica que sólo parece y aparece como un postulado teórico que debe ser contado en voz baja?
La opción por los pobres debe ser la mejor manera de ejercer la Iglesia Católica, es esa determinación activa y eficaz de darlo todo. Es optar por una posición clara hacia esa evangelización tenaz que se vacía entera a favor de los que no tienen. Es replantear por completo los caminos tortuosos por los que se manejó la Iglesia Católica, siempre.
Esta Iglesia Católica debe dejar ser acomodaticia y contemplativa, debe optar por una acción más determinante hacia quienes lo necesiten de verdad. Puebla y Medellín así lo proclaman. Aparecida lo corrobora con una voz fuerte, reivindicativa y rejuvenecida.
La opción por los pobres va mucho más allá, se estaciona en la fe del hombre, en la vida y el amor por el semejante, por esa práctica cristiana que encuentra su punto inicial en un Jesús que nació y murió pobre, sin que esto signifique nacer y morir pobre para optar por lo pobres.
Puebla y Medellín dieron el puntapié de partida, sin ambigüedades, a una iglesia que siempre se negó a tomar una posición concreta, clara, contundente y efectiva. No política. (La opción por los pobres no debe llevarnos a interpretaciones incorrectas ligadas a posturas repugnantemente políticas) sino más bien renovadora, con ese espíritu de entrega y sencillez, sin ostentaciones y opulencias. Puebla y Medellín descubrieron la cara oculta de la profunda tristeza del hombre, de la fe y de la evangelización incierta de la Iglesia.
Humo blanco para purificar. Humo blanco para seguir una nueva luz de esperanza y fe. Humo blanco para creer que todo lo oscuro y negativo siempre se puede disipar.
El papa Francisco me da esa confianza de creer nuevamente en la Iglesia Católica. Me transmite esa nueva peregrinación por caminos más humanos y menos celestiales. Francisco me devuelve la fe hacia una Iglesia que históricamente se equivocó de cabo a rabo. Francisco me hace creer que esa opción por los pobres, que la Iglesia Católica tuvo y tiene que ejercer, se acerca con rostro humilde y real hacia un pontificado menos discursivo y más práctico y concreto.
Francisco me enseña que el papado debe ser un medio poderoso para cobijar a los más débiles. Me enseña que la simplicidad y la humildad nos aproxima un poco más a ese rostro ensangrentado y humano del hijo de Dios.
Jorge Mario Bergoglio sigue siendo el hombre con vocación de servicio y apego a lo humilde y simple de la humanidad. Francisco es la presencia más clara de servicio y sensibilidad, reivindicando el Evangelio y haciéndolo menos discursivo y más pragmático. Sin reinventar los postulados de una Iglesia Católica que por mucho tiempo permaneció en la vitrina de lo intocable, Francisco desvela a una Iglesia vulnerable, falible que necesita ser fortalecida a base de fe, reconciliación y entrega. Esos, creo yo, deben ser los caminos hacia una verdadera Iglesia, una comunión incondicional e inclusiva que oiga y actúe sin distinciones de raza, credos o ideologías.
En estos tiempos de continua violencia. Francisco ofrece caminos claros y de luz. Siempre hay una vía, la de la aceptación, la tolerancia y el diálogo. El papa Bergoglio reivindica la fe. Más allá del bien y del mal, difunde un mea culpa en nombre de la Iglesia Católica y, desde esa profunda posición humana, acepta la vulnerabilidad del hombre y de sus instituciones.
“Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos”.
El autor es comunicador social.
Columnas de RUDDY ORELLANA V.