Lluvia de secesiones
En tiempos en que tal vez se debería cantar “que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva”, me entretuve con las noticias sobre España y Cataluña. Un final de suspenso, tanto por el desenlace como por los efectos de suspender autoridades catalanas por Madrid al aplicar el artículo 155 de su Constitución. Quedarán cenizas con algún tizón por aquí o por allá que pudiera encender incendios futuros.
No sucedió así con la secesión estadounidense. Una guerra civil tremenda (1861-1865) entre el Norte industrial y el Sur agrícola (unionistas y confederados, “de América”). El desenlace bélico ocultó que continuara el racismo en contra de los negros, cuyos prejuicios recién se difuminaron en los años 70 del siglo XX. Hoy, con un falso sueco en la presidencia de ese país, el prejuicio revive pero esta vez en contra de “ilegales” que en su mayoría son “latinos”. En vez de recelos idiomáticos, quizá se viene un híbrido de las lenguas de Cervantes y Shakespeare que hasta nombre tiene: “spanglish”.
No es novedad que en los cuerpos nacionales la disparidad sea la norma casi siempre. En la gran Grecia del Siglo V, ¿no era Esparta el espíritu guerrero y Atenas proveía la sabiduría? Lo que preocupa es la razón oculta detrás del separatismo catalán. Es cuestión de egoísmo regional: Cataluña aporta más de lo que recibe de la gran y diversa nación que es España.
El egoísmo tal vez proviene de la revolución comunicacional y los artilugios modernos atizados por el Internet, capitalistas por cierto. Incendian en el mundo la certidumbre atizada por el fuego de la información. En tiempos en que no existía, las gentes de un país no sabían de palacetes, jardines y banquetes de poderosos capitalinos. De no ser María Antonieta y su célebre “pues que coman tortas”, la guillotina quizá no hubiese sido su triste destino.
Si de regiones se trata, los impulsos independistas (léase secesionistas), no son novedad. Conocí un escocés que se escocía si se lo confundía con inglés; hoy Escocia se agarra de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (el tan mentado “Brexit”), para soplar una vez más el culito de su independencia. En Bélgica disienten entre valones (francófonos) y flamencos (neerlandeses). Una versión ================“soft”================ sería la de ricos lombardos y venecianos que aspiran a mejorar los términos de su relación con la gran Italia. España no termina aún su lucha contra separatistas vascos y ya el fundamentalismo islámico sueña con Ándalus; ¿acaso Galicia no tiene lengua y territorio diferente al proyecto castellano de Castilla y Aragón del origen de esa nación?
Más después, hasta dio lugar a un concepto de sociología urbana: la “Cabeza de Goliat” que deforma urbes europeas como París, Londres y Madrid, entre otras. En nuestra parte del mundo, es evidente el sobrepeso nacional de Buenos Aires, Santiago de Chile, Caracas, Lima, la ciudad de México y el resto de ese país norteamericano. (Sí, norteamericano, me canso, ganso, de repetirlo, Norteamérica es un compuesto continental de Canadá, EE.UU y México).
Hablando de regiones, las diferencias étnicas, históricas o económicas alimentan prejuicios de costeños en Guayaquil y serranos en Quito en el Ecuador. Hasta Brasil tiene tensiones entre el resto del país y el industrial estado de São Paulo que genera gran parte de su Producto Interno Bruto (PIB). En La Paz conocí una rubia oriunda del sur brasileño que alardeaba de ancestro teutón, despotricando de la herencia negra. Me cansó y pedí canciones de Gal Costa, nacida en Salvador, Bahía, cuna tal vez de la cultura brasileña que tiene aportes indígenas, africanos y europeos. Pero el sur brasileño es secesionista.
La patria boliviana no se libra de la plaga. El proyecto de “indianizar”, léase “aymarizar” Bolivia, agrava fanatismos cambas que predican que el departamento de Santa Cruz estaría mejor sin la parte andina del país. Aún entre “blancoides” de uno u otro lado de los Andes, existe el prejuicio entre collas y cambas.
Joan Manuel Serrat, cantautor catalán de pura cepa, es escéptico de los resultados del referendo catalán que justifica el proceso secesionista según los independistas. Me quedo con su amigo, el andaluz cantautor, poeta y pintor Joaquín Sabina, que está “radicalmente en contra de alguien que quiera hacer una patria más pequeñita teniendo una tan grande”. Y grande sería la patria hispanoamericana de no estar dividida en tantas repúblicas “independientes”, decía mi amigo Joaquín Aguirre Lavayén. Para solaz del Reino Unido, antigua potencia dominante, y de Estados Unidos de América, que hasta el gentilicio escamotea del resto de americanos al sur del río Grande, digo yo.
El autor es antropólogo
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO