“Palo, palo, palo bonito, paloé”
Mentira, ningún palo es bonito, así lo diga la canción caribeña. Menos los palos que blandían encapuchados de Santa Cruz de la Sierra, que quizá eran mangos de picota que venden los ferreteros. Y así hayan “pelado” las capuchas, revelan nomás una posible observación sociológica que aunque me de urticaria, existe en el paisaje político del país.
En efecto, en la Bolivia previa a la asunción del “primer Presidente indígena” (pobre el letrado Benito Juárez de México), la controversia se centraba sobre una Carta Magna falsa e impuesta y las autonomías departamentales. La línea divisoria cortaba el país verticalmente entre occidente y oriente. Hoy es el prorroguismo autoritario de Evo Morales y el respeto a la Asamblea Constituyente que él mismo manoseó, en que la mayoría de los bolivianos votaron No a su re-re-reelección en el referendo del 21 de febrero de 2016 (21F), que él mismo mintió que respetaría. La línea divisoria es horizontal, cortando sectores sociales según cariz político, casi siempre etnocentrista y demagógico.
¿Será que la guerra civil se está incubando en Bolivia?, me preguntaba en 2005. En los años 30 del siglo pasado, Salvador de Madariaga llamó “la guerra de la tinta” a esa etapa repleta de opiniones encontradas antes de la tragedia española. Porque no habían sido “jóvenes encapuchados que defendían la democracia” –“talibanes indígenas”– como arguyen los oficialistas, sino mestizos guatones gremiales curtidos en periódicas asonadas cuando extorsionan al Gobierno de turno.
Da para pensar en el exitoso uso de medios de comunicación de radicales árabes que revindican actos violentos del Islam, porque falta nomás que los encapuchados cruceños, donde no debe faltar algún carnicero, televisen el degüelle de algún activista opositor. Como el exceso popular se rige por el principio de acción y reacción, entonces los activistas del BOLIVIA DIJO NO quizá organizarían jóvenes con mangos de picota salpicados de algunos palos de golf para pelear con montoneros masistas. Y palo, palo, palo bonito paloé.
Más que paranoia de la guerra civil en el país, opinan el exvicepresidente Víctor Hugo Cárdenas y el pensador Fernando Untoja sobre el falso discurso “indígena” del actual gobierno. Puntualizan que no existen “indígenas” en Bolivia y que una docena de años de falso discurso han dejado vacío el concepto “indígena”. El lúcido Cárdenas califica de “impostura democrática del MAS”, enrostrando que Evo Morales que “patea la castellano”, “no habla ni aymara ni quechua” y quizá menos chiquitano, tacana, guaraní u otras de las treinta y tantas lenguas orientales legitimadas como oficiales. A su vez, Untoja puntualiza que “en Bolivia existen realmente aymaras, quechuas, guaraníes y otras comunidades, pero indígenas no”.
Tampoco valen las caracterizaciones de “originario” –que en buena expresión quiere decir “oriundo”—porque todos nacimos en algún lugar de este inmenso y despoblado país. ¿Será que solo fue una argucia demagógica para dividir a los bolivianos en términos antagónicos? Porque todos somos bolivianos y biológicamente en mayor o menor grado, según la astillita familiar que tengamos, somos mestizos. También somos mestizos culturalmente. ¿O manejar un teléfono inteligente hace gringo, coreano o chino al boliviano Evo Morales? ¿Volar en avión francés con partes de tecnología estadounidense? ¿Comer anticuchos hoy y hamburguesas mañana? De lo que sí estoy seguro es que mi facha de camba con algún ancestro mediterráneo no me hacía entender el idioma con que me saludaban en el Club Árabe pensando que era “baisano”.
El autor es antropólogo.
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