Economía del cuidado
“Mi papá trabaja, mi mamá no; es ama casa”. Comenta el niño sobre la ocupación de sus padres como quizás nosotros lo hicimos algún momento. Aprendimos que trabajo es aquella actividad de producción o venta de bienes y/o servicios; intercambio mercantil generalmente realizado fuera del hogar, o sea, el trabajo productivo.
No reconocido como tal es el trabajo reproductivo, encargado tradicionalmente a la mujer en el hogar. Reproductivo porque da vida y/o servicios y condiciones para el bienestar material y afectivo de los trabajadores de la familia; cuida la mano de obra activa (esposo); pasada o inactiva (ancianos o enfermos) y de reposición (hijos). Así aporta al PIB y al funcionamiento del mercado. Sostiene la economía del cuidado, pero en las encuestas aparece como “económicamente inactiva” porque su trabajo es subvalorado e invisibilizado debido a la creencia, muy funcional al sistema patriarcal, que atribuye a la mujer una capacidad innata para la crianza de los niños y cuidado de los miembros de la familia, con toda su implicancia. Así, en ese supuesto don natural, se justifica la división sexual del trabajo; construcción artificial que le no deja escapatoria.
Si es ama de casa, su labor que le recluye en el hogar reduce gradualmente sus capacidades y habilidades sociales. Por su escaso contacto con el exterior, cada vez entiende menos la dinámica sociopolítica y pierde interés por ella. Esa domesticidad la convierte en un ser vulnerable a la dominación y a la opresión.
Si tiene un empleo, las tareas del hogar siguen a su cargo. Esa doble función, la explota, consume su energía y hasta 16 horas de su tiempo diario, anulando toda oportunidad de capacitación y de ascenso laboral, social o económico. Así permanece subalternizada.
Es posible deconstruir esta realidad, porque la CPE establece en sus artículos: 338. “El Estado reconoce el valor económico del trabajo del hogar como fuente de riqueza y deberá cuantificarse en las cuentas públicas”, y 64. II “El Estado protegerá y asistirá a quienes sean responsables de las familias en el ejercicio de sus obligaciones”.
Esto, demanda cambiar el enfoque económico convencional del desarrollo social, humano y cultural que sostiene la estructura tradicional de las relaciones de poder al interior de la familia y reproduce las condiciones de postergación de la mujer; al enfoque económico heterodoxo que integra factores de comprensión de la economía del cuidado en el marco de la equidad de género.
Cuantificar el valor del trabajo doméstico no remunerado, permitirá destinar recursos presupuestarios para el diseño y ejecución de políticas públicas integrales de corresponsabilidad del Estado y de la sociedad, con programas educativos y proyectos orientados a alivianar la carga doméstica y liberar tiempo útil de las mujeres, para que esta relegada mitad de la población, pueda acceder a oportunidades de capacitación y mejorar sus condiciones productivas. Esto reportará doble beneficio para el Estado
En lo económico, la inserción igualitaria de la mujer en el mercado laboral, propiciará mayor competitividad y productividad a partir del aprovechamiento de la totalidad cuantitativa y cualitativa del talento humano. En lo social, creará condiciones de autorrealización y bienestar generalizado, al propiciar un desarrollo equitativo de las capacidades de acuerdo a las expectativas individuales.
La clave es la voluntad política del gobierno para la debida atención de la economía del cuidado.
La autora es politóloga y docente universitaria.
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