Dolor
Una de cada cinco personas padece un dolor crónico de moderado a grave. Una de cada tres no puede tener una buena calidad de vida debido a sus dolencias. Es el quinto signo vital, al igual que la temperatura corporal, presión arterial, frecuencia cardiaca y respiratoria.
La OMS pide que, el dolor crónico, sea considerado como enfermedad y su alivio se catalogue como un derecho humano y sea prioritario encontrar un mejor alivio para el sufrimiento físico de enfermedades que causan dolor.
El dolor puede ser agudo, si su duración es días o; o crónico, si supera los tres meses.
El dolor crónico está asociado a enfermedades largas y de tratamientos muy caros como el cáncer; lamentablemente en Bolivia, respecto de este mal, según un estudio del The Economist Intelligence Unit, el país ocupa el último lugar en la lucha contra el cáncer, entre 12 países de la región.
El estudio evaluó seis aspectos referidos a las políticas de salud y Bolivia obtuvo una calificación de 7 sobre 30 puntos, ubicándose en el último lugar de la tabla, mientras que Uruguay se ubicó en el primer lugar, con 23 puntos.
Varios hombres fuertes del gobierno central han sucumbido con cáncer o lo han padecido. Basta recordar a Carlos Villegas, al ex ministro Arce Catacora y al ex ministro de Defensa, Reymi Ferreira, que fue operado en La Habana, Cuba, por un tumor benigno ubicado en su pulmón derecho. En su momento se dijo que “era un tumor benigno. Aunque las pruebas de Bolivia decían que era maligno”. Incluso el primer mandatario viajó varias veces a Cuba para tratarse la garganta, por razones que adujo en su momento y que llevaron a muchos, tal vez a él mismo a pensar que se trataba de cáncer.
Por eso resulta inaceptable que aduzca que desconocía este mal y que pensó que es sólo un signo del zodíaco.
Casi siempre se habla de delitos por comisión, pero hay los delitos de omisión. Éste es uno. El Presidente no sólo se equivoca, sino que al depender de sus asesores para que justifiquen su ceguera frente al cáncer y otras enfermedades que provocan dolor, está cometiendo un serio atropello a las elementales garantías de los ciudadanos y es una afrenta a su objetivo que pregonaba el buen vivir.
No es posible tener un buen vivir mientras se soslaye al dolor. Tampoco quiero imaginar el dolor mental y espiritual que viven las víctimas de las enfermedades. Provocaría mucho vértigo y pánico en una sociedad cansada de mendigar por salud y educación y no por canchitas o satélites.
La autora es máster en comunicación social y periodista.
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER