París arde…
…Decía el título de la película (1966) de Rene Clement sobre la resistencia en París en vísperas de su liberación por las tropas americanas en verano del 1944. Por orden de Hitler los nazis han amenazado de quemar la ciudad, tal como lo han hecho recientemente con Varsovia.
La profecía del título de la película se cumplió 53 años más tarde, el día lunes 15 de abril del presente año, cuando París ardió de nuevo. No la ciudad entera, sino la catedral de Notre Dame, su edificio emblemático. El incendio, aparentemente de origen accidental, era de gran magnitud y afectó especialmente al techo de la iglesia sostenido por un armazón de madera. Los bomberos han luchado durante varias horas y solo en la madrugada del día siguiente pudieron apagar el fuego y salvar a los muros. El daño es invaluable, pues la iglesia gótica fue construida hace unos 850 años en el punto central de París y luego fue escenario de varios hechos históricos, en particular de la coronación de Napoleón como emperador de Francia. Algunas piezas únicas de valor histórico que se encontraban al interior fueron salvadas, pero algunas se perdieron para siempre.
El desastre fue resentido no solo como nacional, francés, pero como europeo e universal. “Es nuestro deber delante de la historia de reconstruir la catedral” – declaró el presidente Macron presente en las inmediaciones del incendio. En su segundo discurso al día siguiente el mandatario trató de transformar el drama en una oportunidad. “A lo largo de nuestra historia, hemos edificado a las ciudades, los puertos, las iglesias. Muchos han ardido o bien fueron destruidos. Siempre las hemos reconstruido”- dijo.
La República francesa comparte ostensiblemente aflicción de la iglesia católica. En la noche del lunes al martes, delante de Notre Dame, Emmanuel Macron y Michel Aupetit, arzobispo de París, se han abrazado emotivamente después de haber constatado los daños. El martes en la mañana, el primer ministro Edouard Philippe ha reunido los ministros concernidos para preparar “un plan de reconstrucción” de la iglesia de la cual el Estado francés es propietario desde 1905.
Los habitantes de la capital, visiblemente apenados, se han reunido a distancia para contemplar la catedral en llamas. Desde el mismo día afluyeron las promesas de donaciones de parte de diferentes organizaciones, a fin de contribuir a la reconstrucción. El propio presidente anuncio la creación de un fondo solidario para poder recibir las contribuciones. Las grandes fortunas de Francia han anunciado su participación económica en la reconstrucción. LVMH, número uno del comercio de los artículos de lujo y la familia Arnault a su cabeza han anunciado una donación de 200 millones de euros al fondo igual como la firma de cosméticos L’Oreal. Un poco antes la familia de los industriales Pinault ha anunciado desbloquear 100 millones de euros a través de su sociedad de inversiones Artemis. En conjunto las promesas de donaciones sumaron hasta el día viernes pasado casi un mil millones de euros.
Las reacciones en las redes sociales fueron generalmente de solidaridad con el pueblo francés, pero, de manera sorprendente, no de parte de todos ni de manera completamente sincera. En algunos países europeos ultracatólicos los políticos de derecha y otros falsos profetas se lamentaron con hipocresía del desastre, cuya responsabilidad atribuyeron, sin pruebas, a los islamistas. Alguien dijo que la catedral será reemplazada por una mezquita. Otros declararon que el incendio de la catedral francesa es un símbolo de la decadencia y perversión de Europa, huérfana de la fe católica. Había también quienes atribuyeron la catástrofe al hecho que Francia, antes la “hija predilecta de la Iglesia” se ha convertido en un país laico. De alguna manera, estos términos obtusos son el “signo de los tiempos” presentes, fanáticos y populistas.
El autor es comunicador social
Columnas de STANISLAW CZAPLICKI