Sexo, mentiras, videos y narcotráfico
La realidad me vence. Es más afiebrada que cualquier ficción literaria. Supera y empequeñece “Sexo, mentiras y video”, el brillante primer film de Steven Soderbergh, talentoso director que después habría de “tarrearla” con una elegía del Che en la que sufridos soldados bolivianos parecen esbirros pinochetistas. Rehusé poner mi nombre a un cóctel en el bar del Suiza, al cabo ni lo había inventado; le bauticé Soderbergh Special. Aplaudo las notas periodísticas que aluden al título del film en cierta forma, como yo lo repito ahora, añadiendo el meollo del tema en Bolivia: el narcotráfico.
Al enterarme de la insulsa tragicomedia entre la esposa de un capo policial y la amante de su marido, supe que tenía el primer elemento para una nota: sexo. Es actividad general en este pechoño país, pero que leyendo los titulares de los periódicos “de a peso”, pareciera que hoy viene aparejada de violencia, cuando no de asesinatos, que hacen riesgoso el “mete y saca” aludido por la novela “La naranja mecánica” de Anthony Burgess (que no he leído pero he visto varias veces en versión fílmica de Stanley Kubrick).
Desde que John Lennon deshizo a Los Beatles, tal vez por juntarse con Yoko Ono, me ha intrigado qué tienen las asiáticas para hacerlas tan atractivas: ¿serán sus ojos rasgados, su piel que más que amarilla, es nívea? Me hubiera gustado ver los jugosos reportajes sobre el match entre una falsa rubia oriental y la camba de ancestro japonés en una estación policial cruceña. A tijeras, palos, golpes y amenazas de muerte siguieron cintas de video. Precisamente, los eróticos videos surgidos después del intríngulis evidenciaron trasfondo de drogas, alcohol y mujeres en las grandes orgías de capos policiales. No faltaron quienes hurgaron sus viajes de turismo y los nexos con un narcotraficante buscado en Brasil que los costeaba.
Apuesto que enturbiarán las aguas con mentiras al respecto. Al cabo, así corran rumores por aquí y por allá, ni a las misses ni a políticos y menos a una Policía con la imagen institucional un tanto ensuciada, les conviene develar vínculos con el narcotráfico. No es mal atribuible a grupos o a partidos políticos en particular. Recuerdo a mi finado cuñado, que visitaba a un potentado en la “posta” de San Pedro. Los presos de su favorecido sector esperaban las sobras de suculentas parrilladas cocinadas para él por un conocido narcotraficante; a cierta hora de algunas noches, contaba, hacía apagar las luces del penal para visitas “discretas” de alguna ninfa “de a 5.000 dólares”. ¿Tanto valía suncharles las oquedades?, porque no era para oír fábulas infantiles: poderoso caballero es don dinero.
Aunque no es la única expresión, la corrupción tiene al narcotráfico como un ahijado predilecto. Como las termitas que corroen las vigas de madera hasta que el techo de la mansión se viene abajo, fue la droga el bicho corrupto que se enquistó en la Policía Nacional. Aunque mal de muchos puede ser consuelo de tontos, pertinente es ponderar qué instituciones nacionales están pringadas. Ninguna es tan sindicada como las del actual gobierno de Evo Morales, con nota sobresaliente en el examen de abecedario de la corrupción es este gobierno, realizado por el connotado Raúl Peñaranda. Acompaña con su guitarra periodística al despliegue de un diario nacional de 15 casos de narcotráfico que desde 2006 enlodan a mandamases, en funciones algunos, en el falso “proceso de cambio”.
No contamos cartas y espadas en todos los casos. No se toma en cuenta a países como Perú y Colombia, cuya producción de hoja de coca y su derivado blanco es mucho mayor. Solo en Bolivia, son casi dos mil (2.000) kilos de cocaína, que al valor que tiene el níveo gramo ($169) en narices gringas, sumarían más de 300 millones de dólares anuales; en Australia el gramo de $169 vale $300, dice el “buscador” de Internet. ¿A cuánto se cotizará en otros países? Son talegazos de sumas que compran jerarquías políticas, policíacas, militares y judiciales en sociedades modernas que miden el valor de las personas según la billetera, la pasarela o la silicona (escoja el lector la correcta, aunque hay quienes usan todas las opciones para lograr efímeros éxitos).
Me apena recordar “Sexo, mentiras y video”, brillante ópera prima de Soderbergh, en el contexto de los capos policiales involucrados en el narcotráfico, como tantos otros. Es una expresión de la corrupción en el negocio de la hoja de coca transformada en droga. Su propagación generalizada tiene débil e inerme al organismo de un Estado Plurinacional corrupto desde que era República de Bolivia, aunque cabe recordar que es la misma chola con otra pollera, si bien la prenda actual tiene más mugre, aunque brille más en los ojos de los tontos.
¿Será que en las espaldas bolivianas se pueden sembrar nabos?
El autor es antropólogo
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