La soledad del oso polar
Curiosa peculiaridad la de un sujeto agobiado por el mal gobierno, que hicieran perder guerras por bravatas, generales importados y farras de retaguardia; disputas territoriales por diplomáticos flatulentos de verbosidad y malas digestiones. Ahora se suman dos entredichos desfavorables más: la contienda de anales y registros geográficos que menguan lamentos del derecho boliviano al mar y la brega de aguas del Silala, que no había sido manantial sino río internacional, como si el Amazonas no hubiera nacido en humilde cuna andina.
Fue una reflexión sobre el esfuerzo que otrora países poderosos hicieran para encontrar pasos a mares abiertos (los hallaron, pero eran muy tortuosos). Hoy los tiempos han cambiado y tal vez la ambición es otra: los recursos naturales. Se aprovechan del deshielo del Ártico para asumir soberanías sobre glaciares e islas heladas. Poco les interesa el calentamiento global y los problemas derivados de abusos planetarios, como la contaminación ambiental de tierras y mares. Por eso me pregunto qué sería de Nueva York, Venecia y Valdivia cuando las aguas inunden avenidas, canales y calles por el derretimiento de costras milenarias de centenares de metros.
A unos parece preocuparles más la elección de un portavoz de congresos parlanchines como todos; a otros, que si murieron docenas, centenas o miles de gentes, civiles y uniformados, en toma y daca bélicas, mientras se desentienden de multitudes cruzando ríos y desiertos, o naufragando en atestados botes de goma. En el mejor de los casos, sólo resultarán en chispazos de culpa por explotación inmisericorde de esclavos africanos o de nativos originarios. Los millones servirán para proveer armas o financiar ardides empresariales para expoliar riquezas originarias.
Alguna vez he reflexionado sobre si los ojos claros de los eslavos difieren de los escandinavos. Al fondo yace la verdad sobre el fondo “blanco” de la “Operación Militar Especial”, léase invasión rusa de Ucrania. Es otra guerra europea, sin la piel negra, morena o marfileña de los combatientes (lo que les haría africanos o “latinos” de ojos achinados). ¿Acaso los “gringos” no son lo mismo que europeos, sin tener que pagar coimas, cruzar eriales o vadear arroyos?
Distraje la imaginación jugueteando con un oso polar, el último de su especie, cuando no haya grueso hielo en que las focas horadasen “hoyos de respiración”, mamíferos que son. Pobrecillo en su soledad, de poco servirían sus agudos sentidos para ver, oler y oír a submarinas “phocidae” —que así se había llamado su familia sin cambiarlas de Quispe a Quisbert para agringarlas—. Sólo quedarían minúsculos microbios que científicos de otros planetas encontrarían para escrudiñar sus mundos solitarios.
No es sólo la soledad del último oso polar que atrae la atención. Ni para tapa charanguera habrá quirquinchos en Oruro. Tampoco “tatuses” de sabrosa carne en Beni: los restaurantes Michelín pregonarán cucarachas “a la Parisiénne”. Vayan y pasen otras sentidas ausencias, amontonadas en la memoria de vejetes nostálgicos y libros de cuento para niños, de especies extintas por supuesto, como los ornitorrincos de Tasmania y los tigres de Bengala.
Si no me han comido los gusanos, seguiré ahorrando para un terrenito donde colgar mi hamaca (si es que los cocaleros no lo han invadido). A esa esquina me habrán arrinconado los sueños, a menos que estuviera tocando laúd y cantando “alabaré, alabaré” en una nube. Me consuela que para entonces Putin querrá compensar sus pérdidas con ojivas atómicas en sus misiles; Zelensky retribuirá la gracia con Patriot estadounidenses. Se armará la gorda cuando Úrsula Von der Leyen mande una encomiendita escondida en un coqueto blazer nuclear a Moscú, y ¡sálvese quien pueda del cáncer en la tiroides!
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO