Las lecciones de Chiquitos en cultura viva y desarrollo económico local
Los chiquitanos, después de la expulsión de los jesuitas en 1767, abandonaron los pueblos de misiones y comenzaron a fundar pequeñas comunidades. Estas nuevas comunidades seguían los patrones establecidos por los padres jesuitas con el mismo trazado urbano de las misiones, con sus autoridades y su cabildo como lo hacían en el pasado y sus fiestas y celebraciones continuaron con las tradiciones cristianas. Las fiestas religiosas como la Semana Santa, se celebran con la misma devoción de siempre, lo que ha hecho que sea una de las experiencias religiosas más importantes de Bolivia, nos dice Paula Peña.
En el libro La nación de los indios chiquitos, se demuestran las claves que fortalecen la construcción del imaginario de un pueblo que venció al tiempo.
Sin duda, la primera es la cultura en la que creen y viven. Existen políticas públicas que reconocen y administran el territorio y superan las distancias con autoridades locales que gestionan la cultura y la alientan con actores públicos y privados. Esta es una diferencia radical con relación a los otros países misioneros del continente, que son administrados desde los ministerios centrales; aquí, la autoridad empieza en el territorio.
La segunda clave es el conjunto de actividades generadoras de excedente económico y simbólico del cual hoy vive materialmente el territorio y que, además de la producción agrícola y ganadera presente en todas las culturas rurales, tiene en la partitura, el violín y la música, el alma diferenciadora.
A esos dos elementos básicos –producción de la tierra y la música expresados como cultura viva–, hay una lista de otros que se integra de manera natural al llamado desarrollo económico local en todas sus manifestaciones; el turismo y sus expresiones religiosas (jesuítico–franciscana) es una de las especificidades chiquitanas; esta forma de vida se acompaña de sostenibilidad, aventura, naturaleza, cultura, historia, arte, comunidad y vivencias.
La puesta en valor de la cultura propone la vida para gozarla cotidianamente primero por el propio viviente, con políticas públicas en los gobiernos municipales que lo integran y en la mancomunidad de municipios que se convierte en el eje articulador del territorio, al enlazar el nivel departamental con los órganos nacionales. Ahora se construye una agenda que posiciona el territorio internacionalmente, desarrollando sus capacidades para los vivientes y para compartirlo con visitantes.
Asumimos que este territorio con identidad tiene varias condiciones construidas para lograr desarrollo con resultados. La primera ha sido el identificarlo en el mapa. Cuando se define el espacio territorial sobre el que se trabaja, es más fácil luego precisar las potencialidades, los marcos institucionales de gobernabilidad y gobernanza, la gestión y la gente que será la responsable de construir su futuro, con poder. Realizado este primer trabajo, la evaluación de las potencialidades y limitaciones, será el paso siguiente.
Para decirlo en clave de imaginario y desarrollo, el territorio chiquitano es hoy la gente que vive en él y se expresa a través de sus cabildos indígenas, los emprendedores, los gestores, los municipios, los alcaldes, la Mancomunidad de Municipios de la Gran Chiquitania, la oferta hotelera, gastronómica y turística, y que se extiende hasta cualquier lugar en el que exista un angelito tallado, una randa urbana, una costura bordada y un violín que interprete el barroco americano, en vivo o a través de medios magnéticos.
Por eso, Chiquitos es de todos.
El autor es director de Innovación del Cepad.
Columnas de CARLOS HUGO MOLINA