Bandos y derechos humanos
¿Recuerdan a Julian Assange? Esa persona es muestra viviente de lo que puede hacer el poder frente a la orfandad y fragilidad del individuo, acosado y perseguido por el aparataje de violencia institucionalizada que advierte la metáfora del panóptico de Foucault. En pleno siglo XXI y en nuestras impotentes narices, ese infortunado ser humano padece un calvario lento y mortal que está sañudamente calculado.
Rememorando solamente un ejemplo, algo parecido le tocó sufrir en Bolivia a José María Bakovic que encarnó la “revancha” y cacería de brujas que los gobiernos ejercen contra sus adversarios y, principalmente, con cualquiera que pretenda indagar respecto a la corrupción de la plutocracia de turno. Bakovic sucumbió ante los laberintos del estrés, la ansiedad, la impotencia, secuelas del tormento judicial al que fue sometido. Y es que en estos tiempos de “Estado de derecho”, el acoso judicial es el nuevo mecanismo “civilizado” para linchar cobardemente al oponente político.
En ese sentido, uno de los aspectos más criticados de los gobiernos del MAS fueron las prácticas autoritarias características de un partido hegemónico que creyó que estaba destinado a gobernar eternamente y que procuró cooptar para su mezquino beneficio todo organismo del Estado, llevando al extremo la desestructuración de una institucionalidad que ya era históricamente débil y, en ese afán, vulnerando recurrentemente derechos humanos y ciudadanos.
Lo terrible es que, a pesar de tanta protesta e indignación a nombre de los derechos humanos, hoy los adeptos del “nuevo orden” caigan en patrones equivalentes, convirtiendo en realidad una vieja sospecha: cambian los detentores del poder, pero las praxis abusivas continúan siendo escalofriantemente similares. ¿O no es violación a los derechos humanos el cercar las casas de la gente hasta mandarlas al hospital? ¿No son violación a los derechos humanos las violentas amenazas y otras formas de acoso que se lanzan por redes sociales contra exfuncionarios de gobierno? ¿No es arbitrario y fascista el que aparezcan “dueños” de las ciudades y que anden expulsando a ciudadanos de los espacios públicos? ¿Qué hay del estridente ajusticiamiento mediático que últimamente reciben los supuestos militantes de una opción partidaria? ¿Será democrático que se militaricen las calles hasta los dientes?
La polarización política que vive el país nos está haciendo perder el norte. Nos olvidamos que lo más importante de los derechos humanos es su carácter universal. Por ende, no es coherente, ni justo, ni ético que los derechos humanos sólo valgan cuando se remitan al propio bando político y que poco más se festeje al momento de quebrantarlos en el caso del rival. Lo peor es que estas situaciones las hemos soportado tanto que empezamos a naturalizarlas, como canta Grace Jones “I´ve seen that face before” (he visto esa cara antes). Entonces, ¿llegará el día en que la democracia boliviana parará de desangrarse en la humillación del contendiente político, en la hoguera de la censura, en el oscurantismo del reino de la turbamulta, en la irracionalidad y violencia del revanchismo, en el abuso de poder estatal? ¿Dejaremos de girar en el mismo círculo? ¿Cuándo se tomarán en serio los derechos humanos? ¿Nos resignamos ante una cultura política manifiestamente autoritaria, intolerante, artera y despótica?
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA