Sentir de la educación en la práctica cotidiana
El quehacer educativo es un constante desafío, más aún ahora cuando estamos en inicio de gestión y las expectativas son altas en todos los niveles de formación y en todos los actores educativos.
En la educación escolarizada se plantean un sinfín de cuestionamientos acerca de lo que supondrá el presente año lectivo puesto que, además del marco de la Ley de la Educación “Avelino Siñani - Elizardo Pérez”, existe la resolución ministerial 0001/2020 que establece las coordenadas en materia institucional para el buen funcionamiento de las unidades educativas.
Sin embargo, hay necesidad de efectuar un diagnóstico serio de sus alcances y cómo a través de la práctica cotidiana se pueden replantear aquellos aspectos que resultaron inconsistentes o poco coherentes, los últimos años, en el marco del modelo socio-comunitario-productivo. Son los docentes quienes debieran facilitar los insumos para analizar y proyectar el nuevo rumbo que debiera tomar la educación en nuestro país:
¿Qué es lo realmente esencial que los estudiantes aprendan durante su 13 años de escolaridad?, ¿cómo podrán responder a las demandas cambiantes del futuro?, ¿es la tecnología una alternativa para desarrollar sus destrezas?, ¿cómo lograr que incrementen su comprensión lectora, su habilidad oral y escrita, su razonamiento lógico?, ¿cómo lograr autonomía en su proceso de aprendizaje?, ¿es suficiente focalizar la atención trabajando como consigna de este año el tema de la violencia, en lugar de enfatizar en la cultura de la paz y del buen trato?, ¿ los educadores estamos preparados para responder a estas demandas que emergen a diario?
Ahora bien, cuando nos enfrentamos a la educación superior, nos encontramos con estudiantes a quienes les cuesta leer o interpretar un texto, escribir un párrafo sin copiar de internet, buscar información de primera fuente, plantearse problemas que surjan del contexto y resolverlos de manera creativa, Y eso no sorprende, pues son muy pocos los bachilleres que recibieron una formación integral como la que se viene pregonando como necesaria, desde hace mucho tiempo.
Debemos reconocer la importancia de reflexionar sobre estos aspectos en el ámbito educativo, ya que es evidente que el grado de satisfacción laboral del profesorado repercute directamente sobre los estudiantes y sobre la calidad de la educación.
Joan Domènech afirma: “…la calidad de la práctica educativa, depende del reconocimiento social. Cómo será posible si no se hace una evaluación y nosotros mismos –los educadores– no somos capaces de hacerlo…se necesita capacidad educativa que permita decidir sobre aspectos de su competencia”.
La práctica docente no está desvinculada ni de la sociedad ni de la institución, de tal modo que lo que el docente haga a favor de la mejora de su desempeño o cómo se sienta respecto a su trabajo cotidiano, incidirá también positiva o negativamente en su institución y por supuesto en la sociedad.
El grado de satisfacción de los docentes, en términos globales, puede parecer positivo si como sociedad somos capaces de reconocer lo que su trabajo diario implica, sin embargo, ello debe repercutir en todo el proceso pedagógico. Lo que implica participación, relacionamiento con otros actores educativos, implicación en proyectos colectivos y de innovación, etc.
Por ello, en este momento, necesitamos fortalecer el desarrollo profesional de los docentes generando procesos de formación inicial y continua que impliquen tanto el reconocimiento de sus pares como de la sociedad por el trabajo esforzado que realizan. Necesitamos políticas educativas con una normativa adecuada y que se traduzcan en la realidad concreta constituyéndose en una verdadera fuente de desarrollo en todos los ámbitos, caso contrario nos quedaremos estancados con demandas del contexto cada vez mayores, pero sin respuestas oportunas.
La autora es docente investigadora
Columnas de MARÍA LUZ MARDESICH PÉREZ