La soledad en la educación
En días pasados me preguntaron sobre cuál era mi opinión sobre la clausura del año escolar, a lo que respondí que no cabe duda que fue una sorpresa. Considero que, al menos, pudieron haberse hecho mayores esfuerzos para evitar tomar decisión tan drástica, procurando generar recursos que posibiliten extender el tiempo de duración de la gestión lectiva y orientaciones adecuadas para desarrollar las competencias mínimas en cada año de escolaridad.
Al ni siquiera culminar con regularidad un tercio de la gestión, todos los estudiantes fueron afectados; pero más los de 1° de Primaria y los de 6° de Secundaria. En el primer caso, porque la fase inicial de lectura, escritura y cálculo elemental, son claves para desempeños de mayor complejidad a futuro y, en el caso de los estudiantes de 6° de Secundaria porque, por lo general, es el año en el que, además de concretar una etapa curricular, normalmente aprovechan para recibir información diversa sobre opciones de formación y consolidación de sus habilidades en un determinado campo e identificación de sus posibilidades en cuanto a alternativas que les lleven a asumir nuevos desafíos y responsabilidades.
Asimismo, el limitado relacionamiento físico entre pares, como consecuencia del aislamiento obligatorio, ha llevado a los estudiantes a vivir situaciones de estrés y depresión nada saludables, más para niños y adolescentes. Se ha restringido su desarrollo social, afectivo, emocional de manera brusca e inesperada.
Si bien el recurso a la tecnología ha tratado de salvar esta nueva realidad a través de los docentes que a su vez, han debido enfrentar otro tipo de situaciones difíciles –porque no es lo mismo desarrollar una clase desde el frente de una pantalla de computadora que estando en contacto físico directo con los estudiantes, donde una mirada, un gesto o un movimiento valen más que 100 palabras, se puede decodificar e inmediatamente dar respuesta a las interrogantes que no se plantean pero que se evidencian con actitudes que se pueden observar en el momento.
En la clase virtual, el docente no sabe hasta qué punto ha logrado el propósito pedagógico, si bien se pueden elaborar secuencias didácticas interesantes, innovadoras, dinámicas, etc.., quedan las incógnitas de si los estudiantes están logrando los desempeños deseados, comprendiendo a cabalidad lo que se ha previsto para una sesión sincrónica o asincrónica, se están promoviendo actitudes y valores que acompañen lo aprendido, etc.
Esos aspectos conducen a inferir que tanto docentes como estudiantes están solos, que están sufriendo por la precariedad de la conectividad, por la no disponibilidad de recursos (equipos, megas u otros) o por los distractores que se presentan en el contexto como la presencia de los hermanos que están haciendo lo mismo o los papás y mamás que están con sus propias ocupaciones, etc., etc., lo que conlleva a recurrentes ciclos de ira-impotencia-frustración que culminan en fuertes golpes bajos a la autoestima. ¿Cuántas personas se sienten huérfanas a la hora de resolver estas situaciones?
Aun cuando la solidaridad entre compañeros se ha incrementado (porque comparten presentaciones, utilizan todo tipo de dispositivos y hacen múltiples pruebas, exámenes o tareas), no siempre hay personas cerca que puedan acompañar estos momentos de soledad que unos y otros experimentan.
A pesar de todo, la educación virtual también es posible en nuestro medio y puede ser más efectiva en la medida que el docente tenga claridad en su intencionalidad pedagógica, en su proceso, en la aplicabilidad de lo que está enseñando y del producto de lo que los estudiantes están aprendiendo. No existirán barreras que impidan que docentes y estudiantes se interrelacionen y comuniquen de mejor manera, independientemente de la modalidad de formación, evitando que dicho proceso pedagógico quede solitario en lugar de realizar un trabajo verdaderamente colaborativo, que implique construcciones colectivas, que genere verdaderas comunidades de aprendizaje entre todos los actores de la comunidad educativa.
No se trata sólo de conocimiento, se trata de actitud, de empatía, de claridad, de discernimiento respecto de qué es lo esencial, lo cual sería lo ideal.
La autora es docente universitaria e investigadora
Columnas de MARÍA LUZ MARDESICH PÉREZ