Estamos frente a un salto de consciencia colectiva para el día después
Escuchamos de manera reiterada que todo lo que está ocurriendo es una oportunidad para ordenar nuestra vida, a partir de haber recuperado el tiempo y volver a pensar sin apuro. Evidentemente, la preocupación por la salud, por la comida y el trabajo limita grandemente la creatividad, por las urgencias que acarrea.
Para que la pandemia se vuelva una oportunidad, deben existir condiciones que debemos construir, crear y asumir. Lo que está ocurriendo ha dejado en evidencia plena la informalidad, el hacinamiento y la ausencia de servicios básicos en nuestras ciudades, situaciones que ya las conocíamos, pero no las habíamos enfrentado debidamente.
Sin el paternalismo de los salvadores, dejando de lado sentimientos culposos que impidan la creatividad y sin las quejas del derrotado, volvamos a la base, a la gente, al territorio.
De repente descubrimos que la informalidad considerada negativa, y que hasta ahora ha sido una estrategia de sobrevivencia, en este momento se convierte en un instrumento de soluciones prácticas. La lista de emprendimientos que se están multiplicando, ofreciendo aquello que no podemos ir a buscar a la calle por la cuarentena, resulta sencillamente práctica. No existe, prácticamente, nada que la urgencia necesite y a lo que no podamos acceder. Y la estrategia funciona de manera natural y efectiva en los barrios que, sin gente en las calles, utiliza sus instrumentos de relacionamiento y cohesión social para suplir las carencias.
Dejando de lado los lugares extremos que rayan en la desobediencia civil y social y ponen en riesgo la seguridad colectiva, la solidaridad cubre con comida, apoyo, aliento y protección a quienes los necesitan. No sé cuánto tiempo podrá mantenerse esta situación, pero, sin duda, las respuestas efectivas de organizaciones de la sociedad civil, del barrio, de autoprotección, de instituciones públicas, son evidentes.
Todavía hay que construir un camino complicado que enfrente la posibilidad de una molestia social que se anuncia con ruptura y que podría complicar las soluciones pacíficas; aceptando que, para que ello no ocurra, se necesitan soluciones radicales y que la violencia agudizaría la crisis, asumo que este es un momento de salto de consciencia colectiva.
Debemos reconocer que el recurso más escaso es la coordinación entre los sectores públicos y sociales, y que se hace imprescindible que se instaurada como parte obligatoria de la cuarentena, junto con la distancia social, el quedarnos en casa, el usar barbijo y el ser informados.
Igualmente, la búsqueda de la “nueva normalidad”, lo que será parte de ese mundo que se nos viene y no lo estamos entendiendo todavía muy bien, necesita –frente a la saturación individual producida por el agobio del encierro– aceptar que la salud pública pasa por la salud mental de los que estamos sanos del coronavirus. Necesitamos campañas masivas que nos ayuden a enfrentar el miedo, la incertidumbre, la administración de un periodo que no tiene fecha de conclusión previsible. Esto no podemos negarlo ni ignorarlo.
En esa búsqueda de respuestas para el día después, insisto en la necesidad de incorporar como parte de la solución, y de manera plena, a los actores locales municipales, comunitarios, productivos que pelean –desde el territorio– la sobrevivencia en condiciones económicas de desventaja, pero que tienen sobre sí la riqueza de la cohesión social, la solidaridad que permite la cercanía, la comida que produce la tierra y el valor de la resiliencia. Es como si la Participación Popular aprobada hace 26 años, se hubiera puesto en ejercicio para ayudar a dar respuestas en este momento.
Igualmente, hagamos un esfuerzo por identificar las experiencias de quienes, visionarios, aventureros, soñadores, están agudizando el ingenio, la iniciativa y los recursos para responder en la emergencia y garantizarnos un espacio de esperanza. Y de quienes volvieron al territorio y desde ahí nos esperan mostrando un camino que debe ser de responsabilidad compartida. Emprendimientos en desarrollo local, producción alimentaria, sostenibilidad ambiental, puesta en valor del turismo sostenible –que buscará la gente del nuevo mundo para reconciliarse con el ambiente y la naturaleza– forman parte de una lista larga de experiencias que todavía son islas en el territorio y que debemos volverlas un archipiélago.
No podemos improvisar ni debemos dejar de lado lo que sea útil.
El autor es director de Innovación del Cepad
Columnas de CARLOS HUGO MOLINA