De elecciones no vive la gente
Hace bien la Presidenta al promulgar la ley Ley Modificatoria de Postergación de las Elecciones Generales de 2020. Y se equivoca radicalmente, el candidato de la alianza política Creemos, que no se ahorra calificativos para censurarla y acosarla.
Ambos están de acuerdo, sin embargo, en que las elecciones suponen una amenaza contra la salud pública. Este riesgo es indudable si la tendencia de evolución de la pandemia, mantiene el agresivo curso que está mostrando en las últimas semanas y que, para ese entonces, podría empeorar.
En esas condiciones, aglomerar grandes cantidades de gente puede, ciertamente, multiplicar y acelerar la cantidad y el ritmo de contagios.
Pero, aquello que las candidaturas, de Juntos y de Creemos callan es que, si realizamos las elecciones de manera diferente a la acostumbrada, la amenaza de que se conviertan en un gran foco de transmisión del virus puede reducirse hasta que alcance un nivel de riesgo parecido al que supone ir al banco, a los mercados, u otras actividades que realizamos cotidiana e imprescindiblemente.
Los razonamientos de la presidenta-candidata y del Sr. Camacho parten del común implícito de que nadie se contagiará si no vota el 6 de septiembre. Lo ha dicho abiertamente Añez, al señalar que uno o dos mesesitos no serían dañinos; pero, ambos están catastróficamente equivocados al suponer que lo que se aplica a individuos se aplica a la vida de la democracia en el país.
La suma de desaciertos del Gobierno, incluyendo la acumulación de serios actos de corrupción, la arbitrariedad y agresividad de sus ministros de Gobierno y Defensa, la dedicación prioritaria de los ministerios de Economía, Desarrollo Productivo, Medio Ambiente y Tierras a defender y proyectar los intereses de reducidos y poderosos grupos empresariales, hacen dudoso que este Gobierno y, más importante aún, el propio sistema democrático pueda resistir por mucho tiempo más la creciente desconfianza, hartazgo y angustia ciudadana.
Acordemos, la contradicción no solo afecta a la salud, abarca la supervivencia del Gobierno y de la democracia misma. Más allá de la amenaza y actos violentos tramados por la dirección del Movimiento al Socialismo (MAS), es la desesperación ante los encierros, las peleas políticas, el contrahecho sistema sanitario heredado y las carencias que no se resuelven, el sectarismo, la mediocridad y la incapacidad de negociar por el interés colectivo, la incertidumbre económica y de futuro, todo eso es lo que crea las bases de una explosión.
Si las elecciones se realizan con creatividad, multiplicando, por ejemplo, los recintos, llevándolos de las pequeñas instalaciones escolares a otras mayores (universitarias, por ejemplo); si los días para votar no se reducen a uno, sino dos, tres o cuatro, se pueden evitar las aglomeraciones brutales y se pueden cumplir reglas de distanciamiento.
Hoy, no existe en Bolivia, ni en ningún lugar del mundo, un comité científico que pueda asegurar o garantizar cosa alguna (ni siquiera Corea o Alemania pueden hacerlo). Esperar que “pase la pandemia” puede significar meses o años –o no–, nadie lo sabe.
El rastrillaje de Santa Cruz demuestra que el número de contagiados, allá (y seguramente es igual en los demás departamentos), duplica o triplica el que informan los “comités científicos” gubernamentales. Nuestra tasa de contagios y la de mortalidad son totalmente distintas a las oficiales y, por tanto, esa ceguera institucional no permite conocer la eficacia de los tratamientos que está usando la población, al margen del control y los protocolos oficiales.
Si les quedan dudas, pregúntenle a Rafael Quispe.
Los llamados políticos a la unidad, incluidos los de la Presidenta, son huecos porque ignoran tal realidad. Y, sobre todo, porque no se atreven a asumir y menos a decir que todos sus proyectos de recuperación y reactivación, sobre la base de la economía tradicional de exportaciones de gas, minerales y oleaginosas, solo resolverán las condiciones básicas de existencia para el 15 o el 20% de la población; para el resto, abandono y sálvese quien pueda.
Ningún político dice que necesitamos, desde ahora, preparar el paso a una nueva matriz productiva, darle participación y protagonismo a las redes de organización y respuesta descentralizada que tiene nuestra sociedad, tanto para la emergencia de salud, como para la reconstrucción y la reactivación que, con seguridad, fracasarán si pretenden hacerse desde arriba, con fuerza, amenazas y dependiendo de caudillos, de cualquier color de piel o sexo.
El autor es investigador del Instituto Alternativo
Columnas de RÓGER CORTEZ HURTADO