Luis Vázquez León, in memoriam
Se dice que las personas con las que coincidimos en la vida no llegan de manera azarosa. Cada una nos enseña algo y tiene un propósito. Así fue que, en mi etapa de formación en antropología en Ciesas, en México, tuve la suerte de conocer a Luis Vázquez León, un brillante antropólogo e investigador, que hace unos días dejó este mundo. Lo conocí primero como su estudiante, y posteriormente como su asesorada de tesis de doctorado, Luis marcó mi vida profesional. Recuerdo que elegirlo como asesor era optar por el camino más arduo, pues la exigencia sería mayor y las observaciones serían implacables; pero también sabía que, si él aprobaba la tesis, tendría la seguridad de que el trabajo realizado era bueno.
La influencia de Luis Vázquez León fue en varios aspectos. Me hallé ante un antropólogo de una formación sólida y erudita, de esas raras excepciones con las que de manera grata y sorpresiva nos tropezamos. Eran admirables y envidiables la profundidad intelectual en sus análisis, la manera de hilvanar ideas y de aportar con un cuestionamiento incisivo a los distintos procesos socioculturales estudiados. Otra de sus virtudes es que era sumamente crítico, pero con la idea de que “criticar no es lo mismo que atacar”, al contrario, con la noción de que por medio de la misma se ayuda a develar y desmoronar certezas y se construye conocimiento de manera cooperativa, ¿acaso ese no es el propósito de la ciencia y de la antropología como tal?
Siempre puso el dedo en la llaga, al cuestionar las relaciones de poder desde la autoridad científica de la antropología. Fue de aquellos maestros que invitaba a dudar, a desconfiar de las certidumbres y poner un signo de interrogación a las idealizaciones del hecho social.
La crítica certera que realizaba incomodaba al orden establecido, sin embargo, nunca se detuvo en persistir en su saga investigativa. No escatimaba esfuerzos para desmitificar procesos, reflexionar sobre concepciones ilusas del “buen salvaje” y del quehacer antropológico. Luis, se aproximaba con una dosis de realidad, de rigurosidad en la pesquisa y datos que trataban de mostrar y entender el objeto de estudio a cabalidad. Combatiendo contra las pasiones y apasionados, se esforzaba por destapar los elementos ocultos y de sospecha propios de los procesos sociales, que son soslayados por la investigación no reflexiva.
Cada uno de sus libros guarda una erudición magnífica y transdisciplinaria. Un piso bastante sólido que tuvo Luis fue la filosofía de la ciencia, como sostén y base del acercamiento antropológico. Su legado, plasmado en el libro Ser indio otra vez: la purepechización de los tarascos serranos, se enfoca en la observación del comportamiento del indio que busca acentuar su condición y ser reconocido como grupo, y que da lugar al postulado: “es indio quien actúa como indio ya sea a partir de reglas propias o impuestas”.
En El Leviatán arqueológico, un texto polémico principalmente dentro la arqueología mexicana, muestra que las ciencias, más allá del carácter consistente e inconsistente de su estructura, están sujetas a condicionamientos sociales trascendentes producto de los actores creados por los propios miembros de una disciplina. Cuestiona y muestra la imposibilidad de cooperación horizontal entre profesionales y el desarrollo de masas críticas de arqueólogos trabajando con un mismo objeto.
En el libro Multitud y distopía: ensayos sobre la nueva condición étnica en Michoacán, se aproxima al estudio de los efectos perversos e inesperados de las políticas indigenistas y multiculturales. Caracteriza a un pueblo indígena sumido en conflictos sangrientos. Por tanto, la pretendida construcción utópica queda en suspenso y la retrata más bien como una distopía. Crítico agudo de la antropología mexicana (Historia de la etnología), por tanto, un referente obligado de la misma.
Había publicado hace algunos meses su última obra Antropólogas radicales en México, en la que destaca el papel de mujeres antropólogas mexicanas que cumplen una función en el quehacer de la ciencia.
Luis, apostaba a que, a través de investigaciones rigurosas y científicas, el investigador pueda “comunicarse de modo comprensivo entre colegas. Un valor escaso que no deberíamos perder. Ni siquiera cuando sea políticamente poco redituable”. Y que en estos tiempos se halla limitado.
Fue una satisfacción y una suerte haberlo escuchado, leído, intercambiado impresiones y, después de mi trabajo concluido, haber mantenido una relación académica y de amistad. Me sentí honrada hasta el final, cuando me enviaba en físico cada libro que publicaba, con el detalle de una dedicatoria incluida, o cuando en un email llegaba un escrito en borrador y me señalaba “tus comentarios cuentan”, lo que me obligaba no solo a leerlo, sino a reflexionar y estructurar mi punto de vista. O cuando compartimos opiniones y criterios sobre el acontecer político tanto de Bolivia como de México.
No hay forma de gratitud más grande con un maestro que seguir su legado, o inspirarse en él. Quedo agradecida con la vida, porque coincidir con personas como Luis, realmente es providencial.
La autora es socióloga y antropóloga
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ