¿Volvió el neoliberalismo? No waway
En el debate nacional, el diagnóstico oficial sobre la crisis múltiple (económica, social, política, sanitaria y ambiental) que vive el país es el siguiente: estamos frente a un accidente de percurso. Hasta noviembre de 2019, la economía y la sociedad estaban muy bien. El tren del proceso de cambio se dirigía imparable rumbo al horizonte socialista. Cuando de la nada y sin motivo, como dicen los jóvenes, se produjo una suspensión del viaje colectivo. Vino un “golpe de Estado”, que interrumpió la democracia, y se reintrodujo el neoliberalismo en 11 meses, lo que destruyó la economía boliviana. La pandemia y la cuarentena sólo complicaron, un poco más, el calamitoso gobierno de Áñez. Ahora bien, frente a este percance coyuntural tan sólo resta colocar, nuevamente, la locomotora en los rieles del modelo primario exportador, para así volver a la vieja normalidad. Esta es la épica en construcción desde el árbol del poder que, en base a una cansina repetición, busca convertirse en historia oficial.
Ahora resulta que la fortaleza económica andina, blindada en cuatro flancos, que nos había vendido en 14 años la retórica revolucionaria, resultó ser la casita de paja de uno de los chanchitos del cuento infantil. Vino un lobo feroz neoliberal, torpe y sin dientes y con un soplido acabó con el modelo económico. Uno de los temas que más me intriga, en esta historia, es: ¿cómo se produjo una vuelta tan rápida y efectiva del neoliberalismo? ¿Cuáles fueron las principales medidas económicas que permitieron la vuelta de la mano invisible a Bolivia?
Por ejemplo: en el gobierno de Áñez se entregaron cuatro bonos: Canasta familiar, Familia, Universal y adelanto del bono Juancito Pinto. Todas estas transferencias directas están en la misma línea del Bono contra el hambre. Es decir, políticas económicas para sustentar la demanda agregada. ¿Es esto neoliberal? No, waways. Esto es keynesianismo básico.
¿El diferimiento del pago de créditos por tres meses –medida ampliada a nueve meses por la Asamblea controlada por el MAS– y que ahora el gobierno del presidente Arce prolongó por otros seis meses es una medida neoliberal? No, wawitas de pecho. Esto llenaría de júbilo a Lenin porque favorece a la gente y aprieta las guindas a los banqueros.
¿El manejo ineficiente y corrupto de las empresas públicas es neoliberal? No, hermanitos. Es el vulgar pillerío que nos acompaña durante décadas. Es el mal que hermana a la derecha e izquierda.
En suma, ¿fue el gobierno de Áñez la cabeza de playa para el desembarque de los Chicago boys? No, bro y sis. Fue un gobierno inepto e inestable. Cambió tres veces de ministro de economía, tuvo una política económica errática y además estuvo amarrado de pies y manos por una Asamblea Legislativa que le quería cortar el cuello.
En toda esta historia, una pregunta que seguramente quema el alma de muchos es saber por qué, después de 14 años de proceso de cambio, el neoliberalismo sigue vivito y coleando. Maldito quiltro del demonio. Lo pateas y vuelve. Una explicación puede ser que es muy difícil derrotar al Maligno. Ceja izquierda levantada, voz solemne y mirada dura, pero sin perder la ternura, compañero opinador: “Todo cambio es un proceso complejo, abigarrado y de largo plazo. No se puede extirpar en una década y media, un mal que nos acompaña 196 años de vida republicana. El enemigo es feroz y fuerte. Duro de matar XX”.
Otro apunte alternativo, por el cual me inclino, es que la construcción discursiva, ideológica y simbólica del Movimiento al Socialismo requiere que Satanás neoliberal no muera, siempre debe estar acechando desde la puerta. Es parte fundamental de la construcción de un universo paralelo donde el bien, revolucionario, debe luchar eternamente contra el mal, los discípulos de Adam Smith. Es el Yang y el Yin de la cultura taoísta en su versión maoísta. El amor y el odio de las relaciones tóxicas. Cóncavo y convexo de la música de Roberto Carlos.
El masismo siempre se presentó como el antídoto estatista contra el veneno de la víbora neoliberal. Imagínese, si realmente se pudiera derrotar al neoliberalismo, se produciría un gran vacío en el alma de la revolución. No habría fortaleza para conquistar y derrotar. Ni montaña para escalar. El populismo local no se ve sin su archienemigo. Si no existiera, se tendrían que ocupar de pensar realmente en el futuro y no vivir en el pasado cultivándolo con las mejores sales del odio y la incompetencia para así mantener el fervor y el objetivo de la lucha.
El neoliberalismo no morirá jamás porque es la forma en la que el populismo da vueltas en círculos en el presente, moviliza las pasiones y mantiene viva la llama de los “cruzados” La enfermedad no puede desaparecer, porque si eso ocurre el remedio ya no tiene razón de ser. ¿Volvió el neoliberalismo en 11 meses? No, waway. Nunca se fue. Porque vive en el pretexto, en la coartada del proceso de cambio.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.