Trágica sí, pero falsa sombra
He quedado penosamente sorprendido porque mi amigo Gonzalo Lema, gran escritor y acucioso lector, en su artículo La sombra trágica, publicado en Los Tiempos el domingo 24 de este mes, dé por buenos los bulos tan hábilmente propagados por el “Chueco” Céspedes —excelente autor de ficción histórica— sobre Daniel Salamanca. Al no haberse pasado el trabajo de recurrir a otras fuentes —que las hay, y muchas— Gonzalo propala varias falsedades que, de tan repetidas para el común y poco informado lector, pasan por buenas.
Ahora no comentaré sobre los ataques contra Patiño —invito a leer mi libro Patiño y el conflicto del Chaco, que saldrá a luz el próximo mes— también falsamente denostado por aquellos que necesitaban crear enemigos para sus tesis nacionalistas. Respecto a Daniel Salamanca, como mi otro libro —El gobierno de Salamanca (1931-1934)— tardará todavía unos meses más en publicarse, me veo obligado a corregir aquí algunas, por falta de espacio no todas, de las afirmaciones que tan desaprensivamente publica Gonzalo.
Respecto a la toma de Pitiantuta/Chuquisaca, nunca el mayor Oscar Moscoso —enviado por el comando del Ejército para hacerse de esa laguna— objetó a Salamanca que era imposible tomarla sin disparar un tiro, porque nunca el presidente le dio esa instrucción. Cuando el general Filiberto Osorio, jefe del Estado Mayor General, informó al presidente de lo hallado por Germán Jordán y Moscoso en el reconocimiento aéreo de abril de 1932, le habló del espejo de agua y de “unos galpones”; Salamanca recuerda que “le expresé el temor de que fuera un fortín paraguayo. A su vez, me replicaba que también podía ser un tolderío de salvajes y que era necesario averiguarlo” (Alvéstegui, Salamanca. T.3:373). Y para peor, Moscoso anota en su libro Recuerdos de la Guerra del Chaco, que el plano que fue repartido de su exploración aérea “eliminó de él todo lo relativo a la presencia del fortín paraguayo” (T.I:70). O sea, el presidente recibió información falsa por parte del comando militar.
Ligado con lo anterior, viene a colación esta frase de Gonzalo: “En la guerra, y ya muy tarde, pero desde siempre (¿?), le llegó la pregunta básica del Estado Mayor: ¿Qué se persigue con la guerra del Chaco? No respondió y nunca mandó por escrito su objetivo”. En realidad, el comando a cargo de Peñaranda hizo esa pregunta por intermedio del vicepresidente Tejada Sorzano cuando éste visitó el Chaco en septiembre de 1934, tres meses antes del infame “Corralito de Villamontes”; y Salamanca sí respondió. Lo hizo también a través de Tejada: “entiendo que esta pregunta significa un cargo contra el Gobierno por las responsabilidades de la guerra. Yo juzgo que esta pregunta debía dirigirse al Tcnl. Moscoso y al Gral. Enrique Peñaranda. El primero de ellos, atacó a balazos el fortín Pitiantuta, contrariando las reiteradas órdenes dadas por el Gobierno para evitar todo rozamiento con los paraguayos. El segundo de ellos resistió y retardó la ejecución de la orden de abandono de dicho fortín. De esta suerte, dos actos de indisciplina militar, precipitaron la guerra” (Salamanca, Documentos para una historia de la guerra del Chaco. T. IV: 206).
Es cierto que, al hacerse cargo de la presidencia, su ministro de Guerra, el coronel Lanza, pidió a Osorio le presente un plan de operaciones para una eventual contingencia bélica en el Chaco; Osorio nunca pudo hacerlo, pues el Ejército jamás se preocupó de elaborarlo; al extremo de que Enrique Peñaranda, entonces adscrito a la Cuarta División de Ejército, tuvo que elaborar, según sus palabras “en junio de 1931 un sencillo plan de cobertura, que consistía en oponer a cada base operativa paraguaya un puesto de cobertura propio, lo más próximo posible”. Es más, el Ejército boliviano jamás elaboró en toda la guerra un plan de operaciones.
Otra mendacidad es afirmar que Salamanca “decidió un golpe de timón recurriendo al general Montes”; cosa que tampoco ocurrió. Además, sobre el expresidente Ismael Montes y su rol durante la presidencia de Salamanca mucho y muy poco bueno se puede escribir.
Y, sobre eso de endosarle “sus diplomáticos de encuevamiento”, David Alvéstegui, Adolfo Costa Du Rels, Demetrio Canelas… Deben estar revolviéndose en sus tumbas.
Respecto al rol, constitucional, de Daniel Salamanca como capitán general del Ejército, baste decir que en muy pocas —y casi siempre desesperadas— ocasiones la clase militar le reconoció ese atributo presidencial. Asimismo, sobre las acusaciones que le hacen de nefasta injerencia en el curso de la guerra, me remito a las palabras de su ministro de Guerra, Joaquín Espada: “ninguna batalla, grande o pequeña, se perdió por culpa y error de Salamanca. Desafiamos a desmentir esta verdad histórica”.
Es cierto que la presidencia de Daniel Salamanca, admirado por su inteligencia, elocuencia verbal e, inquebrantable civismo y honradez terminó siendo trágica. Pero no por las falsas sombras que echa sobre él mi amigo Gonzalo, desgraciadamente influido por el feroz y poco fiable “Chueco”.
El autor es escritor
Columnas de RAÚL RIVERO ADRIÁZOLA