El Cerco de Boquerón II: “Conozco el terreno y situación”
A despecho de los iniciales partes del Estado Mayor General y el Comando en el Chaco, que dieron pábulo a eufóricos titulares de la prensa boliviana, conforme pasan los días y la lucha continúa en el ya completamente cercado fortín de Boquerón, la inquietud de la ciudadanía crece, por lo que se espera que la clase política se ponga a la altura de los desafíos que comenzaba a enfrentar la patria en guerra.
Desde el inicio de la movilización de tropas y vituallas al Chaco, los dirigentes de los principales partidos políticos exigieron al presidente Daniel Salamanca organizar un “gabinete de concentración nacional”. Tomándoles la palabra, pidió la renuncia de sus ministros e invitó a destacadas personalidades de la oposición para asumir las diferentes carteras; empero, fue unánime el rechazo a esas invitaciones, siempre con la excusa de que no contaban con el visto bueno de las cabezas de sus partidos. Pasado más de un mes de ese infructuoso trajinar y consciente de que la gravedad de la situación internacional no puede ser encarada por un gabinete de renunciantes, opta por ratificarlos en sus puestos. Al comentar la decisión presidencial, la prensa opositora no se recata de acusar al primer mandatario de la nación de ser el culpable del fracaso en la búsqueda de ministros en otras tiendas políticas que no sean las de su partido, el republicanismo genuino.
Entretanto, en el punto de lucha las cosas son cada vez más difíciles para el poco más de medio millar de defensores del asediado fortín que, librados a su suerte y sin poder recibir refuerzos y aprovisionamientos, recurren a su valiente obstinación para hacer fracasar los continuos intentos paraguayos por tomar Boquerón. Con excepción del coronel Peña, comandante de la Cuarta División de ejército, que tilda la situación de gravísima, los demás comandantes mantienen el tono optimista: “Ejército discrepa esa apreciación y considera situación es sólo delicada” (Salamanca, Documentos para una historia de la guerra del Chaco. T.2: 109), confiando en poder abastecer por aire a Marzana y sus hombres.
Sin embargo, Salamanca y sus ministros no caen en el error de creer en el Comando, por lo que instruyen a Osorio hacer llegar a Quintanilla la autorización para que evalúe la conveniencia de resistir o abandonar Boquerón. En su respuesta el comandante del primer cuerpo de ejército responde: “Considerada militarmente la situación no es de extrema gravedad, último caso cada paso demos retaguardia contribuirá aniquilamiento enemigo” (Alvéstegui, Salamanca. T.4:86). Comprendiendo a cabalidad que la posesión del fortín se ha convertido en cuestión de honor nacional y de prestigio para el ejército, el Comando en el Chaco se obstina en sostener su defensa, aún a sabiendas de la imposibilidad de auxiliarlo desde afuera, tal vez esperando un milagro para triunfar sobre el enemigo, cuyas fuerzas y aprovisionamientos son muy superiores a los de su rival.
En retaguardia no tardan en comenzar a surgir los rumores que advierten que las cosas no estarían yendo como los optimistas partes del Comando quieren hacer creer. No tarda en diluirse la inicial confianza en una resolución rápida y victoriosa para las armas bolivianas y surge la inquietud sobre lo que realmente está pasando en el Chaco.
Y es en el Estado Mayor General donde se comienza a comprender mejor lo apurado de la situación en que se encuentran Marzana y sus hombres, al recibir un extenso y descarnado telefonema de Peña, en el que explica que la superioridad aplastante de las fuerzas enemigas ha impedido romper en tres ocasiones el cerco impuesto a Boquerón y que el agotamiento y desmoralización de sus tropas podría llevar a “una derrota vergonzosa, rayana con el desastre”. Conocido ese preocupante informe, que contradice los enviados por Quintanilla, Osorio conmina al Comando en el Chaco a evaluar cuidadosamente la conveniencia de sostener el asediado fortín. La respuesta de Quintanilla es airada; luego de afirmar que “conozco el terreno y situación”, señala que se están tomando las medidas oportunas para “asegurar el rompimiento sobre Boquerón” y “conseguir medio hacer llegar víveres” al fortín; termina: “Insisto en pedir a Esmayoral tenga confianza este Comando y no prescriba detalles” (Quintanilla, Manifiesto a la nación:76). Cabe hacer notar que ni Quintanilla ni Toro se habían desplazado en momento alguno a las cercanías del escenario de lucha.
Conforme pasan los días, la presión ciudadana se vuelca en la exigencia de conservar Boquerón como cuestión de orgullo nacional. Ante este nuevo escenario, el Gobierno nacional y el Estado Mayor General se ven obligados a sumarse al clamor por la exitosa defensa del fortín, venciendo inclusive sus reparos respecto al sitio donde se concentra la acción bélica, lejos del río Paraguay, o sea, poco favorable a los intereses estratégicos de Bolivia.
Es así que la suerte de los defensores de Boquerón pende de su bravura y de las muy inciertas posibilidades de recibir auxilio del exterior, ya sea por un milagroso rompimiento en algún sector del cerco paraguayo o el aún más difícil aprovisionamiento aéreo.
Columnas de RAÚL RIVERO ADRIÁZOLA