¡Es la economía, estúpido!
La frase fue acuñada en 1992 por James Carville, el estratega político que dirigió la campaña de Bill Clinton para la presidencia de Estados Unidos. El país estaba atravesando por una recesión y Carville entendió que ningún otro tema interesaba más a los electores que la economía. El calvo estratega, al que le decían “el furioso cajún”, estaba tan convencido de su idea que mandó colgar grandes pancartas con esa frase en las casas de campaña. Dio en el clavo. Clinton atacó ferozmente a Bush con el desempeño económico de su gobierno y ganó las elecciones.
Muchos recordarán que Carville también trabajó en Bolivia asesorando la campaña de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2002. Y, otra vez, como en el caso de Bill Clinton, Carville hizo que la economía fuera el pilar de esa campaña. Otro acierto. Goni ganó la elección, partiendo de abajo en las encuestas, al posicionarse como la única opción para frenar la crisis económica. Carville machacaba: “nuestra marca es la crisis”.
La economía es, sin duda, la preocupación central del ciudadano. Sólo una economía que crece y se dinamiza puede generar empleos y darle a la gente la oportunidad de desarrollar su proyecto de vida. La economía, por lo tanto, no sólo determina qué candidatos son exitosos sino también la sostenibilidad misma de los sistemas políticos. Muchas democracias han sido frenadas en seco por líderes autoritarios impulsados por el descontento con la economía.
Estudiando los datos del Latinobarómetro (probablemente la encuesta anual más importante de la región) uno encuentra resultados que confirman la importancia de la economía en los procesos políticos. El Latinobarómetro ha venido haciendo la siguiente pregunta desde 1996: “En general, ¿diría usted que está muy satisfecho, satisfecho, no muy satisfecho o nada satisfecho con el funcionamiento de la democracia en su país?”. El porcentaje de los encuestados que se declaraba satisfecho o muy satisfecho con el funcionamiento de la democracia en Bolivia en 1996 era de sólo 25% (una de cada cuatro personas). Este número subió hasta 36% en 1998 (primera presidencia de Sánchez de Lozada y segunda presidencia de Banzer) y a partir de ese año empezó a caer estrepitosamente. El 2004 tocamos fondo ya que sólo el 18% de los bolivianos declaraba que estaba satisfecho o muy satisfecho con el funcionamiento de la democracia. Pero, entonces, sucedió el milagro. Este porcentaje resucitó y empezó a subir hasta alcanzar altísimos valores de 51% el 2009 y 52% el 2015 (el promedio entre el 2004 y el 2015 fue de 37%). A partir del 2015, sin embargo, el promedio volvió a bajar y ya para el 2020, que es el último dato con el que se cuenta, sólo el 27% de los bolivianos estaba satisfecho o muy satisfecho con el funcionamiento de la democracia.
¿Cómo se explica esta evolución? ¿Cómo puede ser que la valoración de la democracia en nuestro país se incremente coincidiendo con la asunción del MAS al poder? Evo Morales llegó a la silla presidencial el 2006 y a partir de ese año sólo se encargó de pisotear las reglas fundamentales de la democracia. La fraudulenta y escandalosa reforma constituyente que cambió la Constitución a su antojo el 2008, el posterior desconocimiento de esa misma Constitución que permitió su postulación a un tercer mandato el 2014, el desconocimiento de los resultados del referéndum, la cooptación completa del poder judicial, las constantes denuncias de fraude, la masacre del Hotel Las Américas, la brutal represión de Chaparina, los perseguidos políticos y un largo etc. son clara evidencia de que, a partir de 2006, la democracia boliviana se deshilachaba ante nuestros ojos. ¿Por qué, entonces, el porcentaje de bolivianos satisfecho o muy satisfecho con el funcionamiento de la misma sube de 18% el 2004 a 52% el 2015? Carville lo explica: es la economía, estúpido.
La increíble bonanza de precios internacionales que empezó el 2006 y terminó el 2014, y por la cual Bolivia ingresó más de 50 mil millones de dólares por la venta de gas (4 veces el PIB de 2006), hizo que todo tuviera buen sabor. Esta magnífica entrada de plata adormeció nuestros sentidos e hizo que la opinión pública valorara más la democracia justo cuando ésta era más maltratada. Pero la bonanza se acaba el 2014 y entonces la gente empieza a notar las hilachas. El porcentaje de satisfechos o muy satisfechos con la democracia empieza a caer a partir de 2015 y pasa de 52% ese año a 27% el 2020.
El Latinobarómetro también incluye la siguiente pregunta: “En una escala de 1 a 5, donde 1 es “muy mala” y 5 es “muy buena,” ¿cómo calificaría, en general, la situación económica del país?”. El 2006, el año en que Evo Morales llega al poder y empieza la bonanza, el promedio de la escala era 2,8. A partir de ese año, sin embargo, empieza a subir hasta llegar a un máximo de 3,3 el 2015. Terminada la bonanza, este valor vuelve a caer y llega a 2,5 el 2020.
La correlación entre estas dos preguntas del Latinobarómetro, al menos para el caso boliviano, funciona como relojito suizo. La valoración de la democracia sube a medida que se percibe una mejor situación económica y baja cuando esta percepción cae. Carville repite: es la economía, estúpido.
Los dos próximos años serán cruciales. Lo más probable es que la percepción de la situación económica siga cayendo. Ya no tenemos gas y tampoco tenemos un plan B. El deterioro de las cuentas fiscales avanza al galope y estamos viviendo de deuda. Si la correlación observada en el pasado se mantiene, la valoración de la democracia también seguirá cayendo y podría abrir una peligrosa y volátil situación política (ya la estamos viviendo). El MAS no sólo ha despilfarrado la mayor bonanza económica de los últimos 50 años, sino también le ha asestado golpes mortales a nuestra joven democracia. El daño que antes cubría con la lluvia de dólares va quedando descubierto y al aire libre.
Columnas de ANTONIO SARAVIA