Una y el universo
Por supuesto que parafraseo al increíble libro de relatos Uno y el universo de Ernesto Sábato, precioso trabajo donde confluyen la filosofía, la ciencia, el arte y lo “fantástico”: “Es la palabra con la que designamos a lo insólito. Por eso se aplica continuamente en los viajes y en la historia del pensamiento. No es que designe cosas de contenido mágico: simplemente designa otras cosas” (el resaltado es del autor).
Viajes, historia del pensamiento, lo insólito. ¿No es maravilloso? Y ahí se asoman las famosas preguntas esenciales e irrespondibles de la filosofía, las más básicas, las más viejas, las de siempre, las despreciadas como “inútiles” por el pedante positivismo utilitarista, las “quimeras” desdeñadas por Comte. Y aunque ha pasado tiempo entre los inicios de la filosofía como tal y hoy que estamos en el siglo XXI, pues esas interrogantes siguen sin respuesta precisa y ello a pesar de los avances científicos (“¿Oh qué será?”, como se pregunta el poeta Chico Buarque).
Continúa sin respuesta certera, por ejemplo, la inevitable mortalidad entremezclada con una consciencia de la eternidad que quién sabe de dónde vino, consciencia que nos sacude y duele, haciéndonos esperar vidas eternas y paraísos terrenales y rogar a dioses punitivos y bondadosos a la vez. Siguiendo al empirismo, ¿de dónde sale la noción de eternidad si nunca la hemos experimentado en la realidad material? Otra es creer lo de Berkeley, que la realidad material no existe y todo es percepción incorpórea que viene de lo profundo de nuestra alma, la que trascendería, por tanto, del cuerpo y su mortandad. Sobre Berkeley y su acepción de que todo lo que hay es percepción, Sábato justamente meditó en este hermoso pasaje:
“Cuando el doctor Johnson sintió que los argumentos del Obispo (Berkeley) lo estaban metiendo en una maraña, decidió cortar por lo sano, a la acreditada manera de los pragmatistas ingleses: dio un puntapié a una piedra y exclamó:
-Lo refuto así.
De este modo creía certificar que la piedra no era un fantasma perceptual. ¿Pero acaso las piedras de Berkeley no pueden recibir puntapiés? También en sueños podemos golpear una piedra.
No tengo interés de salvar a Berkeley, pero, en prestigio de la inteligencia, solicito mejores argumentos”.
Lo cierto es que ayer y hoy, seguimos igual de huérfanos de respuestas definitivas. Las imágenes del telescopio James Webb, uno de los mayores logros de la ciencia humana y su conocimiento, nos echan -más todavía- en cara la enormidad misteriosa que nos rodea y que estamos lejos de comprender. ¿Pero acaso no intuimos esa dura “realidad” todas/os las/os mortales cuando estamos ante el viento arrullador de imponentes montañas, frente a la vista sobrecogedora del océano o mirando deslumbradas/os los fantasmas estelares el firmamento? ¿Cuánto hemos andado de un Sócrates que tuvo que aceptar que frente a la inmensidad no sabía nada; de un Platón que intuyó que de la enormidad del horizonte lo que logramos atisbar apenas alcanza a ser una sombra, un reflejo, una vista distorsionada, parcial, pequeña; o de un Wittgenstein que desolado consentía que de lo que no se puede hablar, hay que callar por falta de palabras y conceptos suficientes y precisos para definirlo?
Sábato trata de responder sabiamente, es decir, sumergiéndonos sin misericordia en paradojas embriagadoras y oníricas:
“El paisaje se repite cada vez que se ha dado una vuelta en la calesita. Desde luego es necesario que haya un paisaje permanente para que la repetición se pueda realizar. El eterno retorno implica una eternidad o, mejor, ‘un paisaje fuera de tiempo’. Como en Timeo, el tiempo habría sido hecho junto con los cuerpos que giran, para dar una imagen móvil de la eternidad” (el resaltado es del autor).
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA