Sin confianza no hay paz ni desarrollo
Un informe denominado Confianza, la clave de la cohesión social y el crecimiento, publicado por el Banco Interamericano de Desarrollo en 2022, concluye categóricamente que “la confianza es el problema más urgente al que se enfrenta América Latina y el Caribe y, no obstante, el menos debatido”.
El estudio, que alcanza a 14 países de Latinoamérica, entre ellos Bolivia, señala que “Las decisiones más importantes que impulsan el crecimiento económico —invertir, emplear, producir, comprar o vender— dependen en todos los casos de la confianza”, y en contrapartida afirma que la desconfianza reduce el crecimiento, la innovación, la inversión, la iniciativa empresarial y el empleo.
Identifica como causas del problema a varios factores como la falta de información confiable, la impunidad, la polarización, el incumplimiento de acuerdos y la desigual relación entre los ciudadanos y servidores públicos, y propone como alternativas para disminuirlo el fortalecimiento de las instituciones, reformas judiciales, eliminación de las asimetrías de información y la integración de factores que fortalezcan la confianza y el civismo en las iniciativas de políticas económicas y sociales.
Los resultados de esta amplia investigación coinciden con encuestas y estudios realizados en la región, que reflejan la pérdida sistemática y creciente de credibilidad de los ciudadanos hacia los Estados, Gobiernos y organizaciones, ocasionando el desinterés hacia la participación política, la emergencia de Gobiernos populistas, el creciente clima de conflictividad, el debilitamiento institucional y la inestabilidad social.
En el ámbito empresarial, la confianza es fundamental para generar empleo, fomentar la innovación y animar la inversión.
Las empresas que confían en que la economía crecerá o que las crisis serán administradas con eficiencia y transparencia, tendrán una mayor disposición a invertir, contratar personal y desarrollar nuevos proyectos.
En cambio, si los Gobiernos ponen trabas al sector privado la propiedad es avasallada impunemente, si no hay equilibrio en la política salarial hay corrupción creciente e improvisación en la gestión, así, sobrevendrá la desconfianza y luego el temor.
Resulta evidente que el estudio del BID refleja de muchas maneras lo que está ocurriendo en Bolivia. Nuestra sociedad se ha construido sobre la desconfianza, especialmente en la relación de los ciudadanos con el Estado.
No se trata de un fenómeno reciente, sino de un principio muy arraigado, cuyo origen es la distorsión de la finalidad y la naturaleza de la función pública.
Los actores políticos que alcanzan el gobierno creen que sus objetivos son el sostenimiento y la reproducción del poder, y el favorecimiento de sus grupos afines, y no así el servicio ciudadano.
De este modo, la confianza recibida mediante el voto no es retribuida en la dimensión de los compromisos, lo que genera un constante descrédito hacia el sistema político, que se extiende hacia las instituciones de la democracia.
Ha sido también la desconfianza en la capacidad y honestidad de los Gobiernos, más que los factores objetivos, lo que históricamente aceleró las crisis inflacionarias, las corridas bancarias y la caída de la inversión privada de calidad, y la que explica muchas movilizaciones sociales masivas y violentas, que revirtieron medidas económicas ya promulgadas.
Por su parte, los Gobiernos parten también de la desconfianza hacia la población como base del ejercicio del poder, y para ello fortalecen sus sistemas de seguridad interna, se rodean de grupos pequeños para tomar decisiones, rechazan sugerencias o propuestas ciudadanas y promulgan normas punitivas que, en lugar de impulsar al crecimiento, la unidad y la iniciativa creadora, fortalecen la cultura de la sospecha y la segregación.
Lejos de construir sociedades ordenadas y cohesionadas, este comportamiento impulsa la informalidad, la poca transparencia y la frustración popular.
Si a esto sumamos la creciente inestabilidad política, la inseguridad jurídica, las confrontaciones partidarias, la ineficiencia en el servicio público y el manejo errático de la economía, tendremos un escenario que lejos de solucionar el problema, tiende a profundizarlo.
Si no comprendemos la urgencia y la importancia de restablecer la confianza como base del ejercicio de la democracia, terminaremos asediados por el caos y la inestabilidad, los grandes males que acechan a las sociedades que optan por el conflicto antes que el diálogo y por la suspicacia antes que la unidad.
El autor es industrial y expresidente de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia
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