Violencia, desde todos los flancos

Columna
PAREMIOLOCOGÍ@
Publicado el 17/03/2023

De acuerdo con cualquier elemental mataburros, la violencia consiste en el uso de la fuerza para conseguir un fin, especialmente para dominar a alguien o imponer algo. Los expertos la identifican en más de una docena de formas, en diversos ámbitos, que van desde la institucional, la estatal, pasan por la doméstica y otras, abarcando no solamente la tradicional como es la física, sino otras menos perceptibles como la psicológica, pero también muy lesivas.

Sensiblemente, en nuestra realidad, este perverso fenómeno ha venido progresivamente convirtiéndose en algo normal para nuestra sociedad y no solamente aparece como podría pensarse a nivel del sistema de justicia, empezando por la Policía, Fiscalía y juzgados que abordan sus resultados e intentan prevenirlos en alguna manera, sino que es algo cotidiano que aparece en la familia, los establecimientos educativos, sanitarios, deportivos, sindicales y, no podía faltar, en la política.

En este último espacio, probablemente al soberano ya ni le asombra siquiera su frecuencia, al extremo que parecería que ya se ha normalizado completamente como una práctica regular. Sea en la Asamblea Legislativa (acuérdense de los parlamentarios que demostraron sus habilidades pugilísticas), en las reuniones partidarias —mediante sillazos, thinkus  y otras “expresiones”— y en el discurso político, frecuentemente teñido no sólo de saludables discrepancias que se supone deberían ser ideológicas o programáticas, sino simple y llanamente de odio hacia la “derecha”, “la izquierda”, los  kharas, los tharas, los tales o los cuales; es decir, al otro o al diferente, como si el pensar distinto o ser diferente fuera en sí mismo, una suerte de delito o algo censurable y, por tanto, causa de beligerancia; es decir, de violencia. 

De hecho, si se hace un análisis del discurso político cotidiano de varios líderes partidarios, sindicales o hasta de algunos dirigentes o miembros de instituciones, sean vecinales o de otros ámbitos, no será difícil advertir la recurrencia de discursos de odio o por lo menos, de incitación a la violencia, basados simple y llanamente en el irrespeto del diferente o en la defensa de sus derechos. 

Es saludable la discrepancia que surge a partir de la naturaleza del ser humano, su pensamiento y libre ejercicio de la personalidad que nos hace esencialmente diversos en múltiples expresiones. Uno piensa de una manera, percibe el mundo de distinta forma, aunque esté viendo lo mismo o entienda que su vida la vivirá así o asá, siempre respetando el mismo derecho del otro.

Pero no hay que confundir esa dinámica surgida de las diferencias, con el discurso de odio o abiertamente la predisposición o llamado a la violencia, cuando no su desborde: sillazos, chicotazos, cohetazos, etc.

Eso del bloquearemos hasta las últimas consecuencias sino hacen lo que reclamamos (independientemente que el pedido sea o no justo); tomaremos “pacíficamente” tal o cual lugar o institución o abiertamente, organizaremos grupos —de choque— para dice defender nuestros derechos; el ver en cada discrepancia una “provocación” o directamente, el khalear al otro para supuestamente hacer respetar sus derechos, constituyen algunos pocos ejemplos de ese peligroso estado de normalidad del uso de la violencia bajo distintas formas.

Esto, sin omitir por supuesto la institucional que no sólo se despliega cuando la Policía hace uso desmedido y desproporcionado de la fuerza o cuando el comisario y sus muchachos pisotean los productos de la vendedora o usan de su poder, para extorsionar al ciudadano. Recientemente, amenazar recurrir a la violencia institucionalizada a través del Derecho Penal para controlar el alza del dólar, es pues también violencia institucional estatal.

La Corte IDH acaba de poner en la balanza la violencia obstétrica (sentencia contra Bolivia del caso Angulo Lozada) e incluso ha resuelto que el Estado se convirtió en un segundo agresor, cuando debía ser más bien garante para evitar que ese tipo de violencia no se produzca.

¿Por dónde empezamos entonces para evitar incurrir o repetir ese flagelo? Los que saben enseñan que el primer paso útil es por su identificación autocrítica, lo que podrá evitar empezar a normalizarlo en nuestra vida cotidiana.

Suele ocurrir que frecuentemente se vea la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, pero es muy probable que si internamente piensas que es normal o tienes derecho o encuentras justificado ejercer alguito siquiera de violencia para imponer algo, luego practiques o toleres hacia afuera esa perversa práctica. Es que “buscar la unanimidad por la violencia es labor baldía” (Pío Baroja).

 

El autor es abogado

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