Encuestas en contra y hechos siniestros
Los políticos miran los resultados de las encuestas según sus presentimientos o intereses, y por eso en la mayoría de los casos las cuestionan. Si un estudio dice que la gente quiere un candidato nuevo, los viejos reclaman.
Si en la lista de “nuevos” no incluye “mi nombre”, entonces está manipulada para favorecer a otros. Total, que, a fin de cuentas, ninguno de ellos está de acuerdo con nada y es normal porque a nadie le gusta quedar fuera de la foto antes de tiempo.
En los temas nacionales pasa lo mismo. Si un periódico crítico publica los resultados de una encuesta en la que le va muy mal al presidente, el Gobierno sale siempre con el cuento de que lo que pasa es que los quieren perjudicar y que la derecha ataca por donde menos se espera.
Pero la realidad es que no se necesita ser brujo para darse cuenta de que el Gobierno pasa por su peor momento, al extremo que incluso la confianza en el presidente Arce como técnico ha disminuido significativamente.
La crisis económica se ha instalado en la mente de los bolivianos y pocos creen que Arce tenga la capacidad de resolverla. Es decir, que el barco se hunde poco a poco, y el capitán no tiene mucha idea de lo que hay que hacer para salir del problema o, peor aún, dice que la tiene solo para serenar los ánimos.
El presidente es un personaje golpeado por la realidad —falta de dólares, escalada de precios, incertidumbre, etc.— y por el clima que con mucha eficacia han conseguido crear sus amigos del MAS liderados por Evo Morales.
La campaña negativa en la que se combinan críticas al manejo económico y denuncias de corrupción ha comenzado a generar consecuencias que se reflejan nítidamente en las encuestas.
Todo está tan bien orquestado y con la finalidad tan clara, que el equipo de ataque de Morales deja al descubierto que su objetivo es que el expresidente vuelva a ser candidato y que, cuando gane, como dice la exministra Teresa Morales, en una entrevista con Página Siete, Arce “puede seguir siendo ministro de Economía”, pero obviamente tras “recuperar el modelo” perdido o “traicionado”.
Pero el debate estrictamente político y casi exclusivamente “masista”, no debe hacer perder de vista el lado más oscuro y escabroso de la realidad.
Un tema aparentemente financiero, como la quiebra e intervención del Banco Fassil, terminó en la muerte sospechosa del interventor designado por el Gobierno, Carlos Alberto Colodro, quien cayó de un piso 14 en Santa Cruz de la Sierra, luego de, aparentemente, haber sido torturado.
Según revelaciones del abogado de la familia, al cuerpo de Colodro le habría sido extraído antes uno de los ojos y un testículo, lo que dejaría al descubierto una intencionalidad criminal y siniestra, que solo tiene antecedentes, como lo insinúa el periodista Raúl Peñaranda, en los hechos que terminaron con el ajusticiamiento de Eduardo Rozsa y sus compañeros en el hotel Las Américas de Santa Cruz en abril de 2009.
El caso Fassil es más complejo de lo que se supone y no tiene que ver solo con malos manejos financieros, si o muy posiblemente con una estructura donde podrían combinarse intereses de mafias vinculadas al narcotráfico y empresarios inescrupulosos que habrían dejado abiertas las puertas de las bóvedas a dineros ilegales.
A estas alturas, puede suponerse que, como sucedió en 2009, también ahora el Gobierno intentará construir su propia narrativa del caso, un cuento que posiblemente intente dañar a ciertos sectores de la cruceñidad que se han convertido en una de las pocas piedras en el zapato de la gestión.
Habrá que estar atentos para desmontar el “cuento” oficial y exigir que la investigación sobre estos presuntos “delitos” lleve hasta los verdaderos asesinos y a quienes planificaron un posible asesinato que pondría a Bolivia definitivamente como un punto “rojo” en el radar del crimen organizado latinoamericano.
El autor es periodista y analista
Columnas de HERNÁN TERRAZAS E.