Crímenes de lesa humanidad
Después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, principalmente, la humanidad tuvo a bien dotarse de estructuras y normativa con pretensiones de universalidad que prevenga y castigue semejantes afrentas perpetradas en su contra. Parecía que por fin habíamos aprendido la lección a la vista de millones de seres humanos víctimas de sus semejantes.
Ahí nació las Organización de Naciones Unidas —aunque antes ya la Organización de los Estados Americanos, en la región— se acordó un conjunto importante de instrumentos internacionales tales como la Declaración Universal de Derechos Humanos, luego varios otros emergentes a nivel universal y regional, incluyendo instancias jurisdiccionales para hacerlos cumplir; hasta que ya a finales del anterior siglo (1998), se acordó el Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacional: una suerte de “Código Penal Universal” destinado a castigar los peores crímenes contra la humanidad, estableciéndose en 2002 la Corte Penal Internacional (CPI) para juzgarlos.
Aunque esa jurisdicción con pretensión de universalidad requiere que los Estados se sometan a sus dictámenes, lo que genera serios problemas competenciales, podría sostenerse —en un ejercicio posiblemente de extremo optimismo— que hoy en día existe una normativa positiva cuasi universal que castiga a los actuales hitlers o villanos similares que perpetran, contra los seres humanos, un conjunto de atrocidades, y lo hace mediante una corte que se encarga de juzgarles observando el debido proceso.
Así, se ha tipificado previa y taxativamente a efectos de la garantía de legalidad (que fue sacrificada en los juicios de Nuremberg u otros similares recurriendo a una fórmula discutible en el derecho penal que substituyó la exigencia de ley previa por el derecho previo), un conjunto de delitos que no sólo abarcan los crímenes de lesa humanidad en sentido estricto, sino otros de similar lesividad como el genocidio, crímenes de guerra y de agresión, bajo comunes denominadores o núcleos rectores tales como la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso (genocidio), el ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento del mismo (lesa humanidad), cuando se cometan como parte de un plan o política o como parte de la comisión en gran escala (crímenes de guerra) o cuando estando en condiciones de controlar o dirigir efectivamente la acción política o militar de un Estado, se planifica, prepara, inicia o realiza un acto de agresión que por sus características, gravedad y escala constituya una violación manifiesta de la Carta de las NNUU (agresión); bajo diversas conductas u omisiones, clara y previamente descritas.
Sensiblemente, de vuelta a la realidad —que no siempre coincide con ese mi ingenuo optimismo— ocurre que, como estamos padeciendo al ver en directo la nueva guerra de Israel contra la organización terrorista Hamas (sufre Palestina por sus víctimas civiles) o la agresión del tirano Putin contra Ucrania, esos Estados, guerreros y agresores por naturaleza no han ratificado la jurisdicción de la CPI pues ello equivaldría a ponerse soberanamente la soga al cuello; nuevamente la humanidad padece la tortura sicológica (para quienes no somos víctimas directas) y esos atrocidades (para la población civil que son directas) de las aberraciones que todo ese plexo y estructura normativa habían pretendido evitar y/o juzgar a sus responsables.
Sin pretender tomar partido por las partes, pues no se trata de un partidillo de fútbol con sus hinchadas, como ser humano me duele e indigna el sufrimiento de millones de seres humanos que están hoy, a la vista en vivo y directo por la tecnología existente, padeciendo genocidios, crímenes de guerra, de agresión y de lesa humanidad por los nuevos sátrapas de Hamas, Rusia, Israel y otros, que estando o no —por su conveniencia soberana— sometidos a esa jurisdicción universal, perpetran sistemáticamente esos crímenes que se suelen agrupar, generalizando, bajo la categoría de lesa humanidad, es decir, aquellos que agravian a la humanidad en su conjunto.
Al final del día —unos directamente y otros, como usted que gentilmente lee esta opinión— todos somos víctimas de esos agravios contra nuestro sentido de humanidad, pues como Kathy Reichs, afirma: “La violencia hiere el cuerpo y la mente. Del que la ejecuta. Del que la sufre. De los que lloran. De toda la humanidad. Nos rebaja a todos”.
Columnas de ARTURO YÁÑEZ CORTÉS