Adiós a las máscaras
Suena contradictorio, pero la más pagana de las celebraciones, el carnaval, resulta ser una de las más milagrosas porque la mayoría de los conflictos quedan en suspenso y algunos problemas, en la sombra de una amnesia temporal. Incluso la crisis puede esperar unos días, aunque todo mundo sepa que la preocupación volverá con la resaca del Miércoles de Ceniza.
Nuestra historia está llena de mitos y uno de ellos es que el carnaval nos distrajo de la responsabilidad de cuidar nuestras fronteras y que eso facilitó la invasión que al final nos dejó sin el acceso al Pacífico. La explicación, obviamente, tiene un toque de autocastigo: “porque nos gusta la fiesta, nos quedamos sin mar”, pero sabemos bien que las causas en realidad fueron otras.
En todo caso, la “majestuosidad” del Carnaval de Oruro —ese es el adjetivo que lo describe siempre en los titulares de los diarios— la alegría de la Reina en Santa Cruz, el diablo enjaulado que liberan en Tarija para que haga de las suyas y el pepino irreverente en las calles de La Paz son los protagonistas de una fiesta que pone pausa a la rutina.
Ya habrá tiempo de retirar las máscaras y con ellas las sonrisas congeladas porque, a fin de cuentas, una cosa es antes y otra después del Carnaval, que es en realidad el momento en el que, con la cruz de ceniza sobre la frente, comienza en verdad a transcurrir el año, no sin antes dejar un reguero de deseos sobre la piel de la Pachamama para que las cosas no sean tan malas como pintan.
¿Qué nos espera? Parecería que un año con más penitencias que milagros, porque la mayoría de los problemas son difíciles de resolver. ¿De dónde sacar más dólares? Esa es la pregunta clave, para la que hasta ahora el Gobierno no tiene una respuesta convincente ni una estrategia que genere confianza por más que digan que si se destraban algunos créditos en la Asamblea todo volverá a la normalidad.
¿Dónde encontrar candidatos probos para jueces? Llevamos tantos años sin dar con uno o una, que existe la sospecha de que una elección judicial en realidad no cambiará nada.
El tiempo ha vuelto desconfiado al boliviano promedio y, lo peor, un tanto apático y resignado. Primero, porque espera que otros se encarguen de hacer los cambios o porque cuando finalmente los hace no tienen los resultados que esperaba.
En todo caso no está mal dejar las cosas para después del Carnaval, pese a que el día fatal siempre llega y a que alguien se encarga de enterrar nuevamente al pepino y retirar las máscaras que, por unas horas, dibujaron alegría sobre la preocupación.
Columnas de HERNÁN TERRAZAS E.