La “brecha”
Una de las obsesiones de los progresistas es la desigualdad de ingresos entre las personas, la “brecha”, como la llaman los organismos internacionales. Les preocupa que unos pocos empresarios hayan logrado acumular fortunas mayores que el PIB de varios países juntos. Por ejemplo, los dueños de Tesla y X tienen más dinero que una decena de Bolivias.
Sin embargo, los mismos autores de ese argumento nunca consideran que, mirada en conjunto, la calidad de la vida en el planeta está mejorando continuamente. La esperanza de vida, los ingresos, el acceso a la energía eléctrica, al saneamiento básico, a servicios de educación y salud, están mejorando, no empeorando. Hoy, cualquier obrero sudamericano vive mejor que los Luises.
Creen que el capitalismo se basa en la codicia. Se equivocan. Codicia ha habido en todos los sistemas económicos que ha conocido la humanidad. Lo que hace único al capitalismo es que, por primera vez en la historia, introdujo un método para enriquecerse que no consiste en el pillaje. Ese método es la producción masiva y anónima de bienes que servirán a muchos consumidores. Los dueños de empresas hacen fortunas, pero no invadiendo las casas y granjas de los consumidores, sino vendiéndoles productos que necesitan, o quieren. Los consumidores pueden decidir si comprar o no, y así influyen en lo que el mercado ofrecerá en la siguiente vuelta. Los empresarios tienen la audacia de invertir sus ahorros y bienes en la producción de bienes o servicios que —piensan— lograrán atraer la preferencia de los consumidores. Pero su éxito no es seguro. Muchos productos apenas se venden, de modo que pueden perder gran parte o todo lo que han invertido.
Los empresarios se mueven entonces por dos fuerzas: el deseo de lucrar y el temor de sufrir pérdidas. Eso los lleva a tomar decisiones eficientes, es decir: a producir con menos insumos, en menos tiempo y a costos más bajos. De ese modo llevan miles de productos a millones de consumidores. Están también forzados a anticipar lo que deseará o aceptará la gente y a innovar en consecuencia. Así pasamos de la grabadora de sonidos por alambre a la grabadora de cinta, a la grabadora de cassettes, a los CD, a los USB y ahora a la música en la nube. Si no innovan y son eficientes, sufrirán pérdidas y serán expulsados del mercado por sus competidores.
¿Cómo sería nuestro mundo sin los materiales sintéticos, sin los autos, sin la comunicación telefónica, sin los antibióticos, sin los analgésicos, sin las computadoras, sin las tomografías, sin la miniserie por streaming, sin el capuchino de cada día, sin el viaje por avión de fin de año? Nada de eso se ha creado en los países socialistas ni en las utopías imaginarias donde reinan lo nacional popular, el enfoque de género y la agenda 2030.
A los críticos de la “brecha” lo mejor que se les ha ocurrido es expropiar sus fortunas a los grandes ricos del planeta, generalmente mediante un altísimo impuesto que “bastaría para solucionar la pobreza en el planeta de un plumazo”. Ignoran que las riquezas acumuladas son y siguen siendo parte de procesos, que si se interrumpen no se podrían reiniciar fácilmente en ausencia del gran incentivo de la ganancia; lo peor, ignoran que si se priva a los ganadores de fortunas de su riqueza se privaría también a la humanidad del mecanismo valioso que ha mejorado constantemente su calidad de vida desde el día mismo en que apareció el capitalismo.
Pero qué tranquilizador es protestar contra la “brecha”.
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El autor es miembro de la plataforma UNO. Los Tiempos y la plataforma UNO fomentan el debate plural pero no comparten necesariamente los puntos de vista de los columnistas.
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