Genealogía del bloqueo
El bloqueo es una táctica de desgaste tan antigua como la humanidad. Hay vestigios de bloqueos marítimos y de carreteras desde la época de los griegos, en el occidente, y de los primeros imperios chinos, en el oriente. La idea es simple: cerrar el paso de suministros, tropas (o personas) y comunicación y erosionar las fuerzas del enemigo en un determinado tiempo.
Nuestra América no fue ajena al uso de esta táctica. Ya antes de las guerras independentistas se extendieron por varias ciudades los denominados cercos indígenas y campesinos, como el de La Paz en 1781, que mantuvo asediada esta capital por más de cien días. Esta y otras movilizaciones similares fueron el germen de la posterior ola independentista.
Durante la Guerra de Independencia, los cercos realistas a Cochabamba y las réplicas revolucionarias a La Paz, entre otras, muestran que esta táctica continuó siendo muy popular. En la República, el bloqueo de caminos se convirtió en la medida de presión pacífica más utilizada por las clases populares, mostrando su alcance y efectividad varias veces, como en los bloqueos de 1974 contra Banzer. Los 80 y 90 del Siglo XX, son recordados por largos cierres de carreteras, sobre todo en tierras altas, y también por la emergencia –bloqueando, claro- del sector cocalero liderado por Evo Morales.
Más allá de su innegable utilidad militar el bloqueo tiene un valor estratégico. Para concretar esta medida de presión las masas y la dirigencia deben transitar un largo camino de maduración. Una decisión de este tipo no se toma a la ligera. Las organizaciones sociales, generalmente, llaman a encuentros, asambleas y cabildos y deciden colectivamente el inicio y alcance de la medida.
Por ello no es factible señalar, como hacen algunos, que el bloqueo es una decisión de un grupo de personas o que la dirigencia de un sector decide por sobre la mayoría y, peor, que se “obliga” a la gente a salir a bloquear. Es cierto que hay medidas coercitivas establecidas dentro de los grupos corporativos y sindicatos, como los hay en cualquier organización social o en una empresa privada. Pero ello no implica que no exista un alto nivel de aceptación de las decisiones –una hegemonía interna, diría Gramsci–, que no solo legitima la medida de presión dentro el grupo, sino que, muchas veces, la extiende hacia afuera.
Por eso, hay bloqueos que duran 36 días, como el comandado por las élites cruceñas en octubre y noviembre de 2022 por el censo; o como el cierre de carreteras por 14 días en plena pandemia de Covid 19, que protagonizó un todavía unificado MAS en agosto de 2020, exigiendo una fecha para las elecciones nacionales. El último bloqueo evista de 24 días es otra muestra de ello.
No minimizo las consecuencias perniciosas de una medida de presión de este tipo. Las pérdidas económicas son siempre millonarias, los efectos en el bolsillo de las personas son múltiples, muchas veces hay muertos –generalmente inocentes- y el estrés social se multiplica. Pero una cosa es clara: no es el bloqueo la causa de los problemas del país, es un síntoma.
Así las cosas, se debe observar que una ley contra los bloqueos no haría más que generar más problemas que los que busca solucionar. La conflictividad en el país es más amplia que una medida de presión y refleja unos ánimos y una realidad mucho más compleja. El bloqueo es solo su rostro más evidente, el más bullicioso, el más mediático.
Columnas de NELSON PEREDO