Bolivia aislada de la integración regional
En Sudamérica, una región donde las distancias son tan inmensas como sus desafíos, cuatro países han decidido construir un puente terrestre entre dos océanos. No se trata de un simple proyecto vial, sino de una promesa de integración y desarrollo: el Corredor Bioceánico Capricornio, una megaobra que conectará el Atlántico con el Pacífico atravesando Brasil, Paraguay, Argentina y Chile.
La idea es tan simple como poderosa: unir el puerto brasileño de Santos con el chileno de Antofagasta, enlazando caminos, aduanas, y centros logísticos a lo largo de más de 2.396 kilómetros. En el trayecto, pasarán por regiones productivas, zonas en expansión y pueblos que hasta hoy han vivido al margen del comercio global. Este corredor permitirá que productos del corazón de América del Sur lleguen más rápido y más barato a los mercados internacionales. Y lo hará pronto, en 2026 está previsto que la obra esté plenamente operativa.
En este mapa de progreso, sin embargo, hay un vacío notable, Bolivia, a pesar de su posición geográfica privilegiada, en el centro mismo del continente, el país ha quedado fuera del trazado. No por exclusión, sino por decisión propia. En 2022, el entonces presidente de Paraguay, Mario Abdo Benítez, envió una invitación formal a Bolivia para sumarse al proyecto. Pero la respuesta fue el silencio.
En su lugar, Bolivia apostó por otro sueño, el Corredor Ferroviario Bioceánico, que conectaría Brasil, Bolivia y Perú mediante trenes de carga. Una propuesta ambiciosa, sin duda, pero que avanza lentamente, con problemas de financiamiento y sin la coordinación multilateral que caracteriza al proyecto Capricornio.
Mientras tanto, el corredor bioceánico avanza. Las máquinas no se detienen. Los acuerdos se firman. Las economías se alinean. Y, Bolivia observa desde afuera una obra que podría haber transformado radicalmente su papel en la región.
¿Y qué habría significado para el país sumarse? Mucho más que una carretera. Acceso a puertos, abaratamiento de costos logísticos, atracción de inversión extranjera, y un impulso vital para regiones postergadas como el Chaco boliviano o el sur de Santa Cruz. Productos como el litio, los minerales, el gas, los textiles o los granos habrían tenido una vía directa hacia Asia. Además, Bolivia podría haber reforzado su papel geopolítico como país de tránsito, dejando atrás décadas de aislamiento comercial.
Hoy, mientras otros países tejen alianzas concretas sobre asfalto, Bolivia parece encerrarse en proyectos inconclusos y promesas sin fecha. Y en un mundo que avanza a velocidad vertiginosa, la inacción también es una forma de decidir.