Tibios y “neutrales”
No solo el Dios del Apocalipsis, también algunos pensadores del mundo antiguo como Sócrates o el moderado Aristóteles vomitarían la cara de un tibio. Antes de hacerlo, el filósofo ateniense le diría que la hipocresía es un vicio despreciable, pero con más claridad el genio de Estagira le diría que la felicidad consiste en hacer el bien. Y el bien, en ciertos contextos de tensión o miseria, consiste no precisamente en alcanzar la paz social o salvar los ecosistemas, sino solo en tomar partido por una causa.
El análisis crítico, el que se coloca en la izquierda y la derecha, analiza el objeto desde diferentes ángulos y estima las cosas desde diversas posiciones, es vital para entender el mundo con algo de objetividad, sobre todo en este tiempo de información falsa o desfigurante. Incluso diría que es útil y hasta caritativo callar la boca (permanecer callados cuando no sirven para nada es, si seguimos a Humberto Eco, un deber moral para los intelectuales).
Pero hay contextos en los que hacerse el neutral o el crítico que analiza todas las facetas del fenómeno, guarda “prudente distancia” y no denuncia o no acusa, resulta cuando menos indiferente ante el sufrimiento ajeno: bajo el pretexto de analizar científicamente el hecho y darlo a conocer “académicamente”, no se puede ser neutral, por ejemplo, ante el avasallamiento de un bellaco o ante la escena de un mendigo siendo maltratado por un arrogante millonario.
El radicalismo de los tibios puede deberse a factores de auténtica pacatería, pero también a motivos de cálculo laboral o de prestigio personal, lo cual resulta más despreciable que lo primero. No debe confundirse a los tibios con los oportunistas, pues para ser oportunista no siempre hay que ser tibio; sin embargo, el tibio suele actuar con algo de oportunismo: para estar bien con Dios y con el Diablo. En todo caso, la tibieza, por uno u otro motivo, no resulta nada eficaz, salvo para quien se salva de ser tildado de facho o izquierdista, y ni para él mismo; pero lo que a veces no sabe el tibio es que su pacatería radical puede ser tan nefasta como el radicalismo zurdo o el radicalismo derechista de los que se quiere alejar. En consecuencia, el justo medio aristotélico, la medianía de oro de Horacio, no resulta siendo la “neutralidad”, sino la toma de posición.
Lo digo porque en el complicado ambiente que se instauró (nuevamente) en Bolivia en las últimas semanas, el silencio de “analistas” y “periodistas” neutrales o tibios ha sido más ruidoso que los tuits o proclamas de los liberales, demócratas o fachos más aguerridos: no les llamaron terroristas a los terroristas, no sacaron cara por los llallagüeños dinamitados, no denunciaron las tropelías de Morales; en el mejor de los casos, los pocos que abrieron la boca convocaron a la “reconciliación nacional” y maquillaron la realidad con eufemismos. Pero temo que los más no dijeron nada.
Hay ciertas circunstancias en que la neutralidad resulta tal vez más despreciable que las posiciones que son contrarias a las que uno profesa o que las de extrema izquierda o extrema derecha. Estado de derecho. Democracia. Libertad. Justicia. Transparencia… Son algunos valores ante los que nunca se debería ser neutral ni tibio, sino que se los debería militar no solo desde la política: también desde el periodismo o la academia. Hay ciertas circunstancias, como la de ahora en Bolivia, en las que la línea divisoria entre el bien y el mal está clara y no hay espacio para la relativización o el buenismo. En esas circunstancias, no existen los grises. Y decantarse por el bando bueno (o, si se quiere, menos malo) no puede mancillar el honor ni del académico o periodista más reputado. Ponerte en un polo te dignifica.
¿Qué pensamos ahora de los que fueron tibios ante los crímenes de Hitler o Stalin? ¿O de los que creyeron que callaron las cochinadas de Rafael Trujillo? ¿Qué pensamos sobre los tibios que se hicieron los ciegos ante las atrocidades de Nerón? ¿No las denunciaron pensadores de la talla de Tácito o Suetonio?
¿No son más valientes que los tibios o neutrales los intelectuales que aplaudieron a Hitler, Stalin, Trujillo y Nerón, pues al menos aquellos tuvieron el mérito de ser sinceros con ellos mismos y sus audiencias? ¿No son más valorables los propagandistas, “analistas” y “periodistas” que siguen defendiendo al MAS o a Evo, pues al menos tienen la decencia de defender algo (despreciable, obviamente)?
El autor es politólogo y comunicador social
Columnas de IGNACIO VERA DE RADA