El arte de vivir a través del arte
Tamya Luna Guereca Spicchi (*)
En este tiempo de crisis en el cual abundan las buenas intenciones y escasean los recursos económicos para los artistas, me encontré involucrada en una serie de reflexiones y depresiones acerca de la importancia del arte, de su consumo y su función en la vida del ser humano. Dichas reflexiones me han llevado a descubrir que el tema resulta ser tan amplio y tan antiguo como la historia del ser humano en sí.
Si definimos el arte en términos abstractos, podríamos fácilmente vincular su concepto y su función a la palabra “belleza”. Entonces, podríamos, a su vez, definir al artista, como aquel que tiene la responsabilidad de “interpretar” esa belleza abstracta y materializarla para convertirla en algo que otros seres humanos puedan apreciar y disfrutar a través de sus sentidos. De esta manera el artista tiene la “responsabilidad” de concebir la belleza e interpretarla, al mismo tiempo que se pone a disposición del mundo entero para ser reconocido y calificado en este rol; asimismo, el mundo entero tiene el compromiso de no desperdiciar dicha belleza. De la misma forma que no deben desechar los recursos, el agua, los alimentos, etc… Mirando hacia atrás, quizás no estamos dando la debida importancia a este asunto y estamos siendo irresponsables, hacia el arte y, por ende, hacia los artistas.
Pero más allá del como percibamos el arte, que puede ser algo muy subjetivo ¿Cuan necesario es un mundo que se manifieste a través del arte? Es decir: bonita la música, bonita la pintura, bonita la danza, ¿pero qué tan imprescindibles son en nuestras vidas?
Pensemos por un momento en el ser humano prehistórico, cuya única herramienta para poder contar su historia y para poder definir su identidad fue la pintura. ¿La cosa cambia, no? Hoy en día conocemos muchísimas historias gracias a los hallazgos arqueológicos y antropológicos, de ese modo el arte rupestre nos ha permitido conocer vivencias de nuestros lejanos ancestros.
El arte es sumamente funcional en nuestras vidas y nos brinda las herramientas necesarias para poder transmitir lo que no podemos expresar con palabras y gestos. Siempre nos reconocemos a través de algún tipo de arte, seamos o no los intérpretes.
Acudamos a Esquilo o a Sófocles, cuyas obras solemnes representan los mitos griegos más antiguos (tragedias) y eran interpretadas para los espectadores en las plazas o en espacios que posteriormente fueron denominados “teatros”. Los antiguos griegos fueron los primeros en reconocer que el arte no solo era funcional, sino también lúdico y que se podían estimular sensaciones, emociones e imaginaciones a través del mismo. Entonces, si consideramos que todo individuo que es capaz de pensar y explicar un mito está estrechamente ligado al arte, las explicaciones de nuestros propios orígenes podrían ser más artísticas de lo que pensamos.
Hagamos otro ejemplo y pensemos en un período renacentista, durante el cual el deslumbramiento del erotismo, la voluptuosidad de los cuerpos y las virtudes del amor, entre otras cosas hermosas, se hallan representadas libremente en algunos de los cuadros más bellos del mundo.
La evolución de los distintos períodos vividos por el ser humano ha sido representada a través de la historia del arte.
Echemos un vistazo al período de esclavitud en Norte América, cuando a principios del siglo diecinueve, la estupidez e inhumanidad de la gente, junto a la expansión de la industria de algodón y la creciente necesidad de mano de obra para trabajar los campos, fueron los responsables de la esclavitud de cuatro millones de africanos y sus descendientes.
Los negros eran explotados en los campos, en las viviendas y en los comercios. Imagínense que cuando a los hacendados blancos (que consideraban a sus esclavos menos que a sus animales) se les daba por festejar algo, recurrían a la música tocada por negros.
Los negros tocaban la música que les gustaba a los blancos, para no morir por desobediencia; sin embargo, cuando la multitud de esclavos se quemaba bajo el sol y la desolación que generaba el trabajo en los campos, cantaban para ellos mismos, añorando una vida de libertad. El góspel, el blues, y el jazz son algunos de los estilos que nos cuentan esta melancólica historia. Es quizá por esa y por muchas otras razones, que el arte es libertad de expresión y liberación.
Sin ir más lejos, tomando como ejemplo las poblaciones en Bolivia, existen muchas culturas indígenas en las cuales la música y otras manifestaciones artísticas resultan ser esenciales en diferentes aspectos de la vida cotidiana.
¿No creen que hay “fuerza vital” en estas historias? Quizás es algo que no estamos viendo o no estamos valorizando lo suficiente.
Mi objetivo no es contarles miles de historias o la historia del mundo entero, porque estas se cuentan por si solas cuando somos capaces de apreciar el arte. El propósito es, tomar conciencia de que no solo somos nosotros los que necesitamos al arte, sino el arte también necesita de nosotros y esto no deja de ser un privilegio pero, sobre todo, una gran responsabilidad.
Cambiemos la oración “no se puede vivir de arte” por “no se puede vivir sin arte”, tomemos conciencia de que los artistas son trabajadores profesionales y que, al igual que un médico o un ingeniero, les cuesta muchísimo sacrificio llegar a perfilar su profesión.
Los espectáculos, muestras y presentaciones no son obras de beneficencia para los artistas, son oportunidades para los espectadores, momentos en los cuales se pueden conocer historias y realidades de mundos distantes a nosotros.
Entendamos de una vez por todas que es un arte vivir a través del arte y considerémonos afortunados si podemos aferrarnos a ello.
(*) Licenciada en Antropología