El arte comienza en la intención del artista y termina en el espectador
Jorge Luna Ortuño
Filósofo e investigador
Existe la obra de arte. Pero no existen desde ya las perspectivas de la obra. Cada obra aparece a la vista en un lugar donde ya están instaladas formas de mirar algo. Las perspectivas de cada obra se construyen después y se enriquecen con el tiempo. Perspectiva es mirada.
La realidad existe como algo en sí. Pero el fotógrafo, por ejemplo, ofrece encuadres de realidad, es decir, formas de mirarla. Jesús Urzagasti escribía en “Un verano con Marina San Gabriel” que el fotógrafo es un filósofo con cámara. El artista introduce encuadres de realidad dentro de un rectángulo, una suerte de territorio simbólico que connota significados no literales. Para los artistas marciales entrar al Dojo (espacio de entrenamiento), pisar el tatami (colchonetas donde se efectúan las prácticas), viene acompañado de un ritual previo, que consiste en saludar al lugar y ofrecer respetos a la figura del maestro de cada estilo o escuela, que normalmente es el creador y su fotografía reposa en una de las paredes centrales. En las artes ese rectángulo es el escenario, el libro, la pantalla de cine, la cámara fotográfica. Tiene razón Ramón Griffero cuando señala que todo artista básicamente extrae elementos, situaciones, acciones de la realidad social para descontextualizarlos introduciéndolos en ese mágico rectángulo que carga a lo que existe ahí de componentes simbólicos, ficcionales y poéticos.
Respecto de su obra de arte, cada artista hace al mismo tiempo una cierta organización de la mirada para sus potenciales espectadores. Los artistas de la calle, o artistas urbanos como algunos dicen (en base a una comprensión incompleta del término “urbano”), piensan el tipo de obra a elaborar para determinado lugar, pero además los ángulos desde donde podrá ser vista, cuánto tiempo tendrá la luz del sol, si tendrá iluminación en la noche, si el peatón podrá verla tanto como quienes circulan en automóvil por esas calles, etc.
La teatralidad, nos recuerda Jorge Dubatti, consiste en aquellos ejercicios de organización de la mirada del otro. Por ello, hay teatralidades implicadas fuera del espacio teatral, como por ejemplo en la televisión durante un noticiero, en las iglesias, en una disertación en la empresa, en una proclamación sindical en las calles, en los carnavales... Estas actividades no pueden considerarse teatro, simplemente que hacen uso de la teatralidad. El teatro fue quien se apropió con mayor autoridad de esta capacidad humana desarrollada desde las civilizaciones antiguas.
El asunto del espacio y su función dentro de las instituciones de arte tiene que ver con la forma en que condicionan la organización de la mirada de los públicos o de los espectadores. Un cubo blanco, o sala de paredes blancas, esterilizada visualmente, hermética a la realidad exterior y correctamente iluminada de arriba hacia abajo, representa una organización de la mirada levantada en torno a criterios de aislamiento, solemnidad, concentración, silencio, pulcritud, anulación de las otras energías sociales del cuerpo, haciendo del visitante una forma de espectador que mira con moderación. Por ello, el cubo blanco del museo tiene como antecesor a los espacios solemnes de las iglesias.
Los diseñadores de los espacios expositivos en las artes tienen el poder de organizar la mirada de los otros, con lo cual se convierten en confeccionadores de una especie de gafas invisibles que los visitantes se colocan en el instante en que entran a la sala de exhibición. Boris Groys resalta en su gran libro “El arte en flujo” que existe una asimetría entre la mirada del productor de arte y el espectador, y que esta asimetría es eterna. Uno de los desafíos que traen las buenas obras de arte consiste en cómo nos fuerzan a reorganizar la manera en que acostumbramos a mirar las cosas. Marcel Duchamp es muy nombrado respecto de este tipo de operación gracias al famoso urinario, “La Fuente”, que no llegó a exponer en la sala del Instituto de Artistas Independientes –a pesar de ser uno de los miembros de su Comité– porque lo consideraban fuera de los cánones. Duchamp dijo una vez: “el arte es intencional, comienza en el artista y termina en el espectador”.
¿No será la sala blanca convencional, el cubo blanco invento de la Modernidad, una manera eficaz de mantener y acrecentar la distancia que los públicos en su mayoría sienten respecto del arte contemporáneo en Bolivia y en gran parte del mundo? Recuerdo al escritor peruano Vargas Llosa rasgándose las vestiduras al encontrarse con una obra de arte que calificaba como una estafa y decadencia del mundo del arte, o a la curadora mexicana Avelina Lésper que denuncia las prácticas de arte contemporáneo como engaños sofisticados, legitimados por intereses del mercado internacional del arte. Vargas Llosa adolece de una mirada conservadora que tiñe todo aquello que ve del tinte de lo que sus ojos fueron entrenados para ver, mientras que Avelina Lésper es curadora de colecciones de arte moderno, pero se hace escuchar mucho más por sus rugidos, muchas veces ingeniosos y divertidos, contra lo que llama arte VIP: video-instalación-performance.
Me he interesado en investigar sobre estas cuestiones y sus diversas ramificaciones, todo a partir de una constatación básica que todos pueden practicar: cuando entren a las salas de los espacios convencionales de exhibición –centros culturales, museos, galerías– pregúntense por las características específicas del espacio: ¿por qué se cuelgan la mayoría de las obras en las paredes? ¿Por qué la organización de los espacios expositivos es más o menos similar en estas instituciones? ¿Funciona el espacio como un lugar donde se exhibe algo, o es ese espacio parte intrínseca de las obras en sí? Esta es una meditación filosófica aparte, recuerden a Deleuze y Guattari cuando rescatan la sintaxis del empirismo inglés para su esquizoanálisis: en lugar de ver cosas separadas en la realidad, ellos dicen, ver paquetes de cosas, compuestos, composiciones; escribid hileras compuestas: hombre-cruza-calle-a-las-5 de la tarde. El hombre, la calle y la hora del día son en ese momento un solo compuesto, un agenciamiento como ellos denominan. Pasaría algo similar en la experiencia artística: objeto-espacio-espectador-hora del día-contexto del lugar, son una sola cosa, un compuesto. Lo que es importante es adquirir la consciencia de que el espacio está fabricado, hay unas intenciones de otro para que veamos y nos dirijamos a algo más que a otras cosas. El espacio no es algo dado que deba tomarse como supuesto.