El último aplauso a Roberto Valcárcel
JORGE LUNA ORTUÑO | Investigador en artes y periodista cultural
En homenaje a Roberto Valcárcel, cuyo cuerpo fue cremado el día domingo, la Secretaría Municipal de Cultura y Turismo del Gobierno Autónomo Municipal de Santa Cruz organizó ayer una capilla ardiente en la Casa de la Cultura, con el afán de reunir a diversos sectores de la ciudadanía en torno a una sobria despedida, en la que participaron amigos, conocidos, estudiantes y periodistas de diferentes generaciones.
El pico de asistencia se produjo alrededor de las 18:00, con la gente congregada a la espera del acto protocolar en el que Sarah Mancilla, ejerciendo de anfitriona, presentó a diferentes personalidades —entre ellas al alcalde Johny Fernández—, para colorear la reunión con las palabras de circunstancia. Habló también la hermana de Roberto, Gloria Valcárcel, residente en La Paz, madre de dos hijos, quien con expresión compungida invitó a los presentes a recordar a su hermano como una persona sencilla ante todo. La curadora Cecilia Bayá, amiga de larga data del fallecido artista, anunció también que no cesarían esfuerzos hasta conseguir el sueño de abrir una fundación que preserve y ponga en valor el legado de su obra artística.
El momento más emotivo y estremecedor se vivió cuando al finalizar las participaciones discursivas —o lo que el difunto hubiera llamado “el bla blá”—, Mancilla sugirió que se despida el acto con un fuerte aplauso a Roberto Valcárcel. En ese instante, a pesar de que todos se encontraban ataviados de sus barbijos, el lobby de la Casa de la Cultura se encontraba repleto, con varios medios de comunicación transmitiendo en directo, era una verdadera aglomeración, como en los mejores tiempos antes de la Covid-19. Ardían las velas en sus largos soportes con intensidad, engalanando el arreglo floral de una elegante capilla colocada en la parte central. Entonces se soltó el nutrido aplauso proveniente de todos los rincones de la sala, instante en el que afloraron las lágrimas mientras nos mirábamos y sabíamos que era el último aplauso a este gran artista, al amigo, al colega, al profesor, que invocábamos con el recuerdo.
Curioso me pareció, y esto es casi una nota aparte, que hace menos de dos años, en noviembre de 2019, con muy escasa audiencia se inauguraba en ese mismo espacio la exposición de “Instalación 57”, obra con la cual Roberto Valcárcel participaba como artista invitado de la XXI Bienal Internacional de Artes de Santa Cruz, “Lo público: fuera del cubo blanco”. Aquella ocasión no había casi autoridades presentes, y entre todos no pasábamos de quince personas. Uno se preguntaba, ¿cómo puede no ser un gran evento muy esperado por la ciudadanía que Roberto Valcárcel, el icónico artista, esté inaugurando una nueva obra en el marco de una Bienal?
Aquella instalación constaba de una serie de múltiples cabezas negras de maniquíes, colocadas sin orden aparente pero agrupadas, que parecían emerger del fondo de la gravilla, que había sido acomodado a lo largo y ancho de las dos salas laterales de la entrada a la Casa de la Cultura. Recuerdo que Roberto habló en aquel sencillo acto y se enfocó en los las falencias de la educación de nuestro país para llegar a un punto en el que el arte contemporáneo tenga otro valor. La imagen de aquella instalación en la cabeza adquiría un diferente significado hoy, frente a las cenizas del artista admirado.
A diferencia de su camarada Gastón Ugalde, con quien despegaron y trabajaron colaborativamente en La Paz desde finales de la década de los 70, Roberto Valcárcel no se limitó a la producción de sus obras, sino que se abocó a desarrollarse como pedagogo del arte y la creatividad, toda vez que se había trasladado a Santa Cruz —por invitación de trabajo de Marcelo Araúz— y se veía protagonista en una escena todavía en pañales como era la de aquellos años de fines de los 80. Desde esa vocación influyó a varias generaciones de artistas bolivianos, dejando una especie de huella digital Valcárcel dentro del arte contemporáneo local. También influyó fuertemente en universitarios, particularmente de la Universidad Privada Santa Cruz de la Sierra, donde dictaba más o menos la friolera de ocho materias por semestre, y también en el Diplomado de Fotografía de la Universidad Evangélica Boliviana.
Recientes egresados de la carrera de Diseño comentaron que Valcárcel había influido profundamente en sus vidas. “A mí me hacía renegar un montón, porque me hacía ir siempre más allá y yo me desesperaba a veces, pero con el tiempo puedo ver cuánto me ha ayudado eso y nunca lo voy a olvidar”, recordaba Shabia, cruceña de ascendencia libanesa. Recuerdo también al notable profesor de música y gestor Rubén Darío Suárez Arana, cuando me hizo notar, hace algunos meses en San Ignacio, que la generación de los gestores culturales que se formaron en la década de los 90 en Santa Cruz tuvieron como profesor a Valcárcel, y él les influyó a todos, “particularmente en aprender a ver las diferentes alternativas en cada situación para tomar un camino, la apertura mental”. Esa generación también es hoy la que está gestando la cultura desde diferentes ámbitos.
Y así la jornada se fue cerrando y todo fue volviendo a la normalidad, cada quien a su rutina habitual. El legado de Roberto Valcárcel clava el diente en una cuestión en particular: ser diferente. Estas palabras que brindó en una entrevista para la UEB como corolario de esta nota:
“Yo considero a cada persona como individuos, y no como grupo, o masa, como las ovejas o las abejas, que funcionan como tropa, como bollo. Eso en la sociedad boliviana lo noto muy marcadamente. Esa uniformización es la que a mí, como reacción, me hace ver el mundo de un modo completamente distinto. Yo pienso que lo principal para salir de este embrollo en el que estamos en el país y en el mundo, es que existan personas que se definan como diferentes, que pueden proponer algo diferente a la tropa. A partir de eso se fabrica toda mi comprensión de lo que es el arte”. (Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=os8dfNcpVlY).