Fernando Pessoa, tras la sombra de tus heterónimos
Asomarme a ti es enfrentarme a distintas definiciones. Ciertamente no eres fácil de definir. Esa tu irónica propuesta de ser definible hace que se contraponga a la fuerza metafísica de tu Alberto, Ricardo, o Alvaro.
Mas, me daría lo mismo imaginarte acomodado, discurriendo sobre tu identidad, solazado por tus peculiares características, una, tan diferente de la otra, que convencerte de tanta pasión por ser único en tantos, o ser tantos a la vez en una única esencia.
A caso me dé lo mismo llamarte: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Alvaro de Campos o, como poeta "fingidor", Fernando António Nogueira Pessoa.
Eres quizás, el intrépido creador de verdades paradójicas, el poeta portugués que resiste aún, involuntariamente, a la inquebrantable idea de ser definible.
Pessoa en portugués significa persona, nada más paradójico e irónico que eso. Una persona dividida en varias. Pessoa, intentando ser “persona”, despersonalizándose para encarnar en otras.
"Se depois de eua morrer, quiserem escrever a minha biografía, Ñao há nada mais simples, Tem só duas datas -a da minha nascenca e a da minha morte, Entre una e outra coisa todos os dias sao meus. Sou fácil de definir" (…)
Setenta voces intercedieron por una, sin embargo, es posible que esos ecos no se equivocasen al hablar de tan distintas formas de convivir y de compartir con la eterna teatralización de la vida.
Y sin embargo creo que tu existencia transcurrió como extraño espejismo. Siempre tuviste reparos de imperfecciones, aún contra tu propia naturaleza. Una constante pugna entre lo trascendental y lo vano, lo propiamente real y la escurridiza apariencia.
"En estas impresiones sin nexo, ni deseo de nexo, narro con indiferencia mi autobiografía sin hechos, mi historia sin vida. Son mis confesiones y, si en ellas nada digo, es porque en ellas nada tengo que decir..." (Libro del Desasosiego).
Pessoa es, desde el punto de vista intelectual, uno de los más grandes poetas de habla portuguesa del siglo XX, aunque siendo consecuente con su lúcida trayectoria, también escribió en inglés, permitiéndosele convivir, a pesar suyo, con estos dos escenarios.
Entre su Lisboa indefiniblemente conservadora, influida por ese tan venturoso "Movimiento Saudosista" y, esa fuerte influencia británica que lo llevó a coincidir en pensamiento y en acción con un artículo publicado en el "Expresso" de Lisboa, "Fernando Pessoa era casi un extranjero, llegó a nosotros desde tierras extraña; ese origen extraterreno de Pessoa es su patria más verosímil.
Firmó sus escritos con su nombre verdadero, pero también lo hizo con heterónimos, semiheterónimos y pseudónimos totalmente diferentes. Más de setenta, en definición y personalidad: Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Alexander Search, Frederico Reis, Fausto, Antonio Mora, Barón de Teive, Bernardo Soares, Vicente Guedes, Pantaleao, Adolf Moscow, entre otros.
Pessoa llegó a inventar incluso biografías completas que en esencia eran una sola, ese ser profundamente desesperado por encontrar a sus otros Pessoas.
Pessoa decía: "Alberto Caeiro es mi maestro", cierto, todo lo que el hombre de anteojos diminutos no fue, fueron esas tres personas.
Alberto había nacido en Lisboa el año 1890, y murió de tuberculosis a los veinticinco años. Hizo la primaria y su vivencia diaria se desarrolló en el campo, este nacimiento de Alberto, en Pessoa, surgió el 8 de marzo de 1914, un buen día en el que Fernando se convenció de que sus poemas habían sido escritos por otro.
En 1912, según Pessoa, hubo la idea de escribir poesía pagana, en medio ya nacía a la luz de su mirada patriarcal la figura de Ricardo Reis. Siguiendo las descripciones de Fernando, Ricardo era de pequeña estatura, se desenvolvía como médico, y su vida había transcurrido en un colegio de jesuitas, tenía ojos castaños y como ineludible naturalidad se fue a vivir al Brasil, había nacido en 1887. No tenía fecha de defunción.
El 15 de octubre de 1891 gritó incesante la mirada de Alvaro de Campos, su vida universitaria transcurrió en Escocia, el latín lo aprendió con un tío cura, usaba monóculos.
Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa como Bernardo Soares, yo diría que es la antítesis del poeta, del narrador. El antilibro, la antifelicidad, la última fortaleza del invencible. Soares no era poeta, aunque en un determinado momento intentó transitar por esos caminos, su personalidad sumida en la continuidad de Pessoa se lo impidió, Soares tenía que ser más real, no un artesano de las frases que fingiera hasta su propio dolor, sino un narrador que describiera espacios, tiempos, oscuridades y pequeñas luces, sólo así, Pessoa, se sentiría protegido y al mismo tiempo cómplice de alguien que no poetizaba el abismo, sino que simplemente jugaba a vivir y a morir y, mientras lo hacía, dejaba evidencias escuetas.
Esa mutilación que menciona Pessoa, no hace de Soares un tipo autónomo como lo fueron Ricardo Reis, Alberto Caeiro, Alvaro de Campos o Vicente Guedes que, indudablemente, poseían vidas totalmente independientes unas de otras.
Modos de ser y de decir las cosas absolutamente unilaterales que jamás parecieron aproximarse a la integridad de Pessoa. Soares se fue convirtiendo en esa extensión, yo diría casi voluntaria, con la finalidad de crear un canal indirecto entre la palabra y la acción. Era su semiheterónimo.
Mientras Pessoa imaginaba, Soares se lanzaba al rescate de luciérnagas para iluminar su vida, mientras Pessoa sentía, Soares hacía de sepulturero de su propio cuerpo, enterrando su profundo dolor y escribiendo y describiendo soledades, en pedazos de papel y servilletas.
Pero, aun así, sería imposible creer que entre Soares y Pessoa hubiera existido algo en común. El primero era una mutilación.
"(...) Creé en mí varias personalidades. Creo personalidades constantemente. Cada sueño mío es inmediatamente, apenas aparece soñado, encarnado en alguna otra persona, que pasa a soñarlo, y no yo. Para crear, me destruí; tanto me exteriorice dentro de mí, que dentro de mí no existo ya sino exteriormente. Soy el escenario vivido por donde pasan varios actores representando diversas piezas".
Yo diría que Libro del desasosiego es único y varios libros a la misma vez. Único, porque funde en su centro al Pessoa que fue Guedes o Soares, y varios, porque en su multiplicidad recoge y da luz a vidas de personajes que mientras transitan jamás se miran, tampoco se reconocen.
¿Pero será posible que en todo el desorden creado por Pessoa haya habido algún orden? Acaso justamente en el desorden, paradójicamente, la vida de Pessoa logró cierto equilibrio.
Sin duda alguna, aquí surge una interrogante insoslayable. ¿Si Pessoa fue muchos, y esos muchos cobraron vida, dónde quedó Fernando? ¿Qué fue de él? ¿Cómo se desarrolló? ¿Cuántas veces tuvo que morir para dar vida a sus heterónimos?
Sabemos que, siendo un hombre extremadamente particular, teniendo el sello del apartamiento, nunca estuvo casado, jamás tuvo casa, ni esposa, ni hijos, siempre vivió el día.
Este 13 de junio, se cumplen 135 años de su nacimiento, los homenajes continúan. Desde sus heterónimos y su enigmática vida que aún nos desconcierta y nos quebranta el sueño, hasta abrir el Libro del Desasosiego al azar y, al hacerlo, encontrarnos con todo esto: "Le pedí tan poco a la vida y hasta ese poco la vida me negó.
Una hebra de sol, el campo, un poco de paz con un poco de pan, que no me pese mucho el saber que existo, y no exigir nada a nadie, ni que nadie exija nada a mí. Todo esto me fue negado, como quien niega una limosna no por falta de bondad, sino por no tener que desabrocharse el abrigo para darla”. (fragmento 6).
El vuelo siniestro de los demonios, el temor a la nada, a ser un poco feliz, miedo a seguir viviendo, a respirar del ambiente de la calle de los Douradores.
Fernando Pessoa se negó a sí mismo, se deshizo en pedazos para verse reconstruido en muchos.
Se miró desde afuera para descubrirse un ser ridículo, un tipo capaz de soñar la vida y, al hacerlo, colocar las fichas, las fechas de su vida, en otros cuerpos, similar a un rompecabezas, pero totalmente desordenado.
"Tal vez mi destino sea eternamente ser contable, y la poesía o la literatura una mariposa que, posándoseme en la cabeza, me torne tanto más ridículo cuanto mayor sea su propia belleza".
Autopsicografía
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que en verdad siente.
Y, en el dolor que han leído,
a leer sus lectores vienen,
no los dos que él ha tenido,
sino sólo el que no tienen.
Y así en la vida se mete,
distrayendo a la razón,
y gira, el tren de juguete
que se llama corazón.
Llueve en silencio, que esta lluvia es muda
y no hace ruido sino con sosiego.
El cielo duerme. Cuando el alma es viuda
de algo que ignora, el sentimiento es ciego.
Llueve. De mí (de este que soy) reniego...
Tan dulce es esta lluvia de escuchar
(no parece de nubes) que parece
que no es lluvia, mas solo un susurrar
que así mismo se olvida cuando crece.
Llueve. Nada apetece...
No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,
como una cosa cierta que nos mienta,
como un deseo grande que nos miente.
Llueve. Nada en mí siente...