
CARTUCHOS DE HARINA
Con el Nobel a Dylan ocurre lo que con el Nobel de literatura conferido a Churchill en 1953. Se recelan razones extraliterarias o subalternas por la fama o influencia del premiado. Y surge una crítica de retrogusto elitista: nada que sea significativo en la calle puede ser de verdad bueno. Es como si el Nobel se lanzara a los brazos sudorosos de la política, de la popularidad, de los fans.
Luis Ossio fue profesor de Derecho Minero y dejó la cátedra para candidatear como Vice de Banzer en 1989. Su candidatura fulminó la alicaída impronta “progre” que el Partido Demócrata Cristiano (PDC) difundía como humanismo cristiano en la izquierdizada universidad.
De puro cantor, soñando con una rutina distinta a los papeleos con los que me gano el chairo, descubrí cómo se colabora para el periódico español El País. Éste tiene un recetario para que un artículo de opinión sea admitido por sus editores.
Al final, reglas como ésas son sólo la impresión de una persona, por hispánica, sabia o letrada que se muestre. Pero me pregunto cuántas columnas de nuestros periódicos calificarían bajo el criterio de El País o si las “del suscrito” (o sea yo, dicho en andino-acartonado) lo harían, sin incurrir además en lo que critico en estas líneas.
El Cardenal Richelieu sostenía que “hasta los mejores príncipes necesitan un consejo”. Cuánto precisarán un consejo, entonces, los príncipes de corte más modesto, para ponerlo en refinados términos cardenalicios. Y en sus relaciones con Brasil, al Gobierno le falta un (otro) amauta. No vamos a exigir un Richelieu local.
Un amigo economista exponía que en toda política económica “siempre hay quien pierde”. Lo repetía con la naturalidad del ducho, de tanto explorar su campo y no inmutarse ya, aunque perciba el dolor ajeno. Los abogados no tenemos con qué criticar, sin embargo, ese talante.
Conozco a Humberto Vacaflor hace años y tengo aprecio por su carácter y su carrera. Nuestra relación cae quizá en la categoría de las simpatías sin frecuentarse. Vacaflor es de los raros cultores de la ironía en el país. Y no hay muchos que tengan en su haber duelos con Gonzalo Sánchez de Lozada y Evo Morales en el zénit de su imperio. En circunstancias semejantes, otros callan o activan las papilas gustativas para adular mejor.
Vivo en una calle 6, a la que no he intentado cambiarle el cartel. Por eso lanzo aquí piedras con culpa, con techo de vidrio. Es que estas líneas me eran irreprimibles ya; llevaban años de maceración biliar. Las expulso contra una insípida moda de ciertas (no tan) nuevas urbanizaciones en las que residen clases medias y altas.
Entre el desprecio iletrado por el pasado nacional y el (inclemente) egocentrismo del Gobierno (por favor, piedad) que este tiempo trasmina, asombra y alienta que, lejos de quemar libros, se publiquen.
Voy a ensayar aquí un coctelito trepador entre Maquiavelo y los choques del Gobierno y la Central Obrera Boliviana (COB), que todavía son meros empujones de amigotes desencontrados por Enatex. Nada aún que inspire broncas cinematográficas o mayor conmoción. Quién sabe Maquiavelo ayude a ver si hay algo más allá de estos altercados de camerino de fútbol.
Ya se puede leer la demanda de Chile por el Silala, en Internet. Y si nos atenemos a los jefes de la reacción dura en asuntos políticos internos (para disfrazar sus fracasos), bastará ver pasar las aguas del Silala. Todo estaría dicho respecto al éxito nacional ante la demanda chilena.